Semana Santa y Misiones. De Berzocana (Cáceres) a Larna (Asturias)
La Semana Santa que ahora vivimos no se parece en nada a las que nos tocó vivir a los que ya hemos dejado largamente atrás los sesenta. Era tiempo penitencial, de grises, de silencios y de ayunos y abstinencias. De visitas a la iglesia en la tarde del Jueves Santo y en la mañana de Viernes, procesiones silenciosas y Vía Crucis cargados de misterio y temor. De silencios de las campanas, incluida la del reloj de la iglesia, y de altares cubiertos por cortinajes morados o negros. Olor a incienso y romero No había agua bendita en las pilas, ni luces, ni velas, y los templos quedaban oscuros y tremendamente silenciosos.
Aún retumba en mis oídos las voces graves y potentes de los hombres de mi Berzocana natal en aquel solemne Vía Crucis del Viernes Santo que dirigía don Delfín Martín Recio:
“Caí en la estación tercera/y todos aquí gritaron:/muera el embustero, muera. /Y con indignación fiera/ del suelo me levantaron. / Una soga a mi garganta/echaron para tirar; /pero con violencia tanta/ que, para asentar la planta,/ aun no me daba lugar”.
Callaban los hombres y contestaban las mujeres:
Lágrimas, de compasión/de puro dolor lloremos/para que todos logremos/los frutos de la Pasión.
No había cine, se suspendían las fiestas y los cánticos, y curas y Guardia Civil se encargaban de que todos cumpliésemos las normas a rajatabla.
Era el tiempo de misiones. A cada pueblo llegaba algún predicador foráneo que, con encendido y tronante lenguaje, amenazaba con todas las penas del infierno a los pecadores: ¿Y si murieras esta noche?, repetían desde el púlpito. Y los adolescentes y jovencitos de entonces nos acostábamos con un miedo tremendo a morirnos así, de improviso, y arder para siempre en el fuego eterno. Ello llevaba a recitar una retahíla de oraciones para por si acaso mientras el sueño se resistía a llegar.
Misiones y ejercicios espirituales. Sermón tras sermón, frailes y predicadores instaban al arrepentimiento y la penitencia. Y luego venía el denominado “cumplimiento pascual”
El segundo mandamiento de la Santa Madre Iglesia instaba, según señalaba el Catecismo del P. Ripalda, a “confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y en peligro de muerte, y si se ha de comulgar” y el tercero ordenaba comulgar por Pascua de Resurrección.
Era pues este era el tiempo indicado para cumplir con estos mandatos y a ello obligaban párrocos y autoridades civiles. Aún recuerdo, entre las neblinas del tiempo pasado, a los paisanos de mi pueblo, Berzocana, durante la tarde del Viernes y el Sábado Santo dando vueltas y fumando por el atrio de la iglesia. Hacían tiempo para entrara a confesarse, “cumplir con la Pascua”. Las mujeres pasaban directamente mucho más decididas a ello. Dentro, el párroco y algún otro sacerdote de apoyo realizaban tal tarea. Las mujeres acudían al confesionario y se colocaban en uno de los laterales confesándose a través de la rejilla. Los hombres lo hacían de frente, arrodillados y mirando al cura a la cara. La rutina de la entrada la sabíamos todos:
-Ave María Purísima
-Sin pecado concebida; contestaba el sacerdote.
-Padre. Me acuso de haber cometido los siguientes pecados…
Y comenzaba la retahíla de “pecados”, entre los que abundaban esencialmente los malos pensamientos, las miradas impuras y los deseos sobre la mujer del prójimo; todos ellos debidamente señalados en el sexto y noveno Mandamientos de la Ley de Dios que los predicadores explicaban y matizaban sobradamente en estas fechas haciéndonos ver que había más pecados que setas en umbría. A ello se unía la masturbación que causaba estragos entre los adolescentes y acarreaba un montón de Credos y Padrenuestros de penitencia.
Una vez que comulgaba, el penitente pasaba a la sacristía donde se le expedía el correspondiente “certificado” de haber cumplido con el “precepto pascual”, documento que te podía ser exigido en cualquier momento incluso para poder ser contratado como segador o pastor. Lo que nunca nos dijeron es si a la hora de partir hacia el más allá estos documentos habrían de viajar con nosotros para ser presentados ante el tribunal de Dios o quedaban aquí como un trasto más por que allí son innecesarios ya que Dios lo ve y sabe todo.
Las misiones, amén de sus largos sermones, viacrucis, rosarios y demás, tenían luego un compromiso de acción posterior que había que cumplir. Ha caído en mis manos la estampa de unas misiones realizadas en 1.949, el pueblo de Larna, concejo de Cangas del Narcea, en Asturias del que son oriundos mis suegros y que dice así:
-Jamás blasfemaré
-Oiré reverente la Misa todos los días festivos
-Rezaré todos los días el Santo Rosario
-Confesaré y comulgaré todos los años
Con estos y parecidos compromisos terminaban todas las misiones hasta las últimas décadas de los años cincuenta.
Contaba mi suegro, Manuel, que por estas fechas, o por aquellas anteriores en que se les obligaba a asistir al Rosario de la Aurora, había noches en que se le aparecía la Virgen. No me extraña. En aquella Asturias aislada y doliente de los años cuarenta, cuando la voz amenazante de los misioneros hablaba de duras penas, de fuego eterno, de llanto y crujir de dientes. En aquellas aldeas de nieblas, lluvias, hambres, nieves, fríos y oscuridades en los campos y las almas; cuando tras los apocalípticos sermones de los predicadores, las gentes habían de regresar a sus hogares por caminos estrechos y embarrados, no me extraña, digo, que mientras el orballo calaba sus cuerpos, el miedo lo hiciera en sus almas. Y los más jóvenes, al rebujo de las mantas y oyendo el protestar de sus tripas, tuvieran visiones y la Virgen, la de Fátima, decía mi suegro, se le apareciese una y otra vez. La de Fátima, justo la que aparece, en la estampa de las misiones del año 49 que aquí señalamos.
Hoy la Semana Santa ha perdido prácticamente toda aquella parafernalia. Y aunque los creyentes siguen conmemorando la Pasión Y Muerte de Jesús, hay otros muchos que en estos días llenan Berzocana y Larna gozando de unos días de asueto laboral.
El eterno ayer y hoy del tiempo girando sobre sí mismo y sus contradicciones.