Y los gigantones de Cangas despidieron a Firme Laudela junto a la iglesia
Las pequeñas acciones de cada día. Los pequeños detalles de quienes saben convivir y hacer un poco felices a los demás no se olvidan nunca. Y las sencillas personas que tal hacen siempre permanecen en la memoria colectiva de su pueblo, aunque sea entre las nieblas y neblinas del más allá.
…Y los gigantones de Cangas despidieron a Firme Laudela junto a la iglesia
Cuando el féretro llegó a las puertas de la Basílica canguesa de la Magdalena, Groucho y Lilí se inclinaron ceremoniosos ante el mismo en su último adiós a Firme Laudela que, junto a su inseparable Lulo Carralo, durante tantísimos años les habían dado vida e, incluso, alma. El gesto puso el corazón en un puño a los muchos cangueses allí congregados muchos de los cuales habían vivido inolvidables cármenes de su niñez con la referencia de Telva y Pinón o los citados Groucho y Lilí.
Fermín Uría, mucho más conocido como Firme Laudela, fallecía en su Cangas del Narcea a los 75 años pillando un tanto a contrapié a sus más allegados y más aún a sus paisanos. Todavía el pasado año, durante las fiestas patronales del Carmen Firme y Lulo recibieron un homenaje popular en reconocimiento por el trabajo realizado “bailando y conservando” los gigantones y cabezudos. “Los empecé a bailar a los 20 años porque me gustaba el baile y un día me metí debajo y ya no lo pude dejar”, recordaba entonces Firme.
Por eso, en su última comparecencia al lugar donde tantas veces se retrató junto cabezudos y gigantones quisieron ser éstos quienes acudieran a acompañarle y darle su último adiós. Hermoso gesto de quienes están dando continuidad a su obra
Fue Firme uno de esos personajes populares a quienes todos conocen, a quien todos aprecian, y que gozan del general cariño tanto por su hacer, como por su saber estar, su simpatía y esa entrega a todo lo de su pueblo. Pero una entrega no a grandes ideas y proyectos, sino una entrega a esas pequeñas cosas de cada día que vive el paisanaje y sobre todo festeja en muy señalados días del año. Era en esas pequeñas cosas en la que siempre solía aparecer Firme.
-¿Así que usted es Mera, el maestro de Soto de la Barca?
– Sí señor
– Pues encantado de conocerle. Soy Firme Laudela, y ahí un poco más abajo, junto al río, tiene usted su casa. Tome un vino
– Gracias, suelo beber cerveza
– ¡No me joda hombre!. Si usted quiere ser un buen cangués tiene que echar un vino de Cangas. ¡Vitorino!. Pon aquí un vino al maestro. Y la próxima vez le invito en el Sotero para que lo beba en cacho y vea lo que es bueno. ¡Que cerveza ni que madre!.
Sucedió en el Bar Químico, en Barrio Nuevo, hace ya un porrón de años. Desde entonces he tenido siempre, como todos los cangueses por otra parte, una muy buena relación con Firme. Él era un bromista, y yo no le iba a la zaga, por lo que congeniamos bien y siempre andábamos tirándonos puyazos con mucha retranca sobre lo que hacía o dejaba de hacer uno o el otro.
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Me dicen que en el silencio de la iglesia, durante el funeral, hubo quienes oyeron sones de gaita y rumores de idas y venidas. Hubo quienes me aseguraron haber visto entre neblinas que parecían subir del Narcea hasta el Cascarín como Firme llegaba a los espacios abiertos del más allá, a las grandes praderas de Manitú, a los cielos cristianos, y aparecía ante él un Chapinas sonriente cargado con su bombo.
-Coño Firme, ¿tas aquí? Pasa hom que tiene aquí San Pedro unos cabezudos muy cojonudos y no encuentra quien los baile como hay que hacerlo, como en Cangas. Anda hom, apreta el paso. ¡Ah!, ya no te preocupes que no nos falta ni el vino de Cangas. Don Herminio, el que fue cura del Acebo, abrió un chigre y no me preguntes cómo pero se las arregla para tener vino de Antón Chicote. Hay tardes que nos juntamos un rebañao de los cangueses que íbamos por el Caniecho y que ya tamos tos por aquí.
Tras esta parrafada. Chapinas dio un sonoro golpe en su bombo y saliendo de entre la bruma apareció Fariñas punteando repiques de profundas añororanzas canguesas en su gaita.
De otro lado, Candidín redobló sobre la piel de su tambor y Serranín, esbozando una pícara sonrisa, se llevó a la boca el clarinete
Con la música que siempre acompañó el desfile de gigantes y cabezudos en las fiesta patronales de julio, la comitiva se dirigió al lugar donde se encontraba el Señor San Pedro, (el del Arbolón, precisó Serranín) para que éste les indicase el lugar donde se hallaban los cabezudos con el fin de que Firme se encargara de hacerlos bailar y enseñar a ello a cuantos por allí se encontraran y fuesen de Cangas. Vamos igual que ya había hecho en este mundo.
Hubo quienes me afirmaron que cuando la niebla fue desapareciendo se encontraron saliendo de la misa funeral con una sonrisa en los labios y oyendo aún los sones de la gaita perdiéndose Cascarín arriba.
Por eso ahora, cada vez que los gigantones y cabezudos bailen por la calles de Cangas, sabremos que allá en los espacios etéreos, Firme, con los otros cangueses arriba citados, harán lo mismo en ese más allá en el que todos volveremos a encontrarnos.