CANGAS DEL NARCEA.- El P. José García, sus cosas y sus “influencias”
Una vez más, por su especial interés y referencias, he requerido de BENJAMÍN GARCIA GALÁN su autorización para reproducir aquí su artículo sobre el Monasterio de Corias y sus alumnos, publicado en su perfil de Facebook, desde la base de una foto de la época
Es este:
“De las múltiples fotografías que se generaron por el paso de miles de alumnos por el Convento de Corias durante el periodo de 1957 a 1981, en el que estuvo destinado a instituto laboral, bajo la advocación de San Juan Bautista, ésta es una de ellas y de las más representativas de los comienzos del colegio. Acoge al equipo oficial de fútbol de entonces del instituto, junto al padre José García, fraile dominico y paisano, porque era natural de Rocabo, aldea canguesa muy cercana a Corias.
En dicha imagen salta a primera vista que parte de los alumnos son ya unos mozotes hechos y derechos, casi más propios para entrar en quintas que para ser aspirantes a bachilleres. No obstante, estos jóvenes eran alumnos de tercer curso y si fuera acorde el curso con la edad debieran tener no más de 13 años. Sin embargo, parece evidente que la mayoría de ellos tienen alguno más. En aquellos años, cuando para estudiar bachiller había que desplazarse lejos de casa, como nos pasaba a todos los del medio rural, los padres solían esperar a que el alumno ya fuera un mocete capaz de soportar la dureza de los internados. En mi clase en primer curso, había alguno de 10 años, muy pocos, pero la mayoría teníamos entre 13-14 y algunos, 16 y más. Concretamente yo, comencé el primero de bachiller con 13 años.
Y referente al personaje central de la foto, el padre José García, hay mucho y bueno que contar de su persona y con que pusiera padre José sería suficiente, porque era único, pero añado el apellido para no confundir con otro dominico, también del claustro de Corias, que era José Fernández, hermano del padre Jaime. El padre José García era un santo varón muy tolerante y muy buena persona, con un carácter muy agradable y cariñoso, que a todo el mundo cautivaba su forma de ser. Basta decir que cuando había confesiones, aunque hubiera varios confesores y las cuitas de los penitentes no fuesen muy graves, el padre José siempre tenía el doble de cola que el resto de confesores, por lo livianas que eran sus penitencias y por la gran comprensión que tenía acerca de la debilidad humana. Este buen dominico, ya de mayor, fue aquejado de un tumor maligno que milagrosamente y gracias a su férrea fe le desapareció de buenas a primeras y la curación fue catalogada y reconocida científicamente como milagrosa.
El bueno del padre José impartía clases de la asignatura de Religión a diferentes cursos y sus lecciones siempre resultaban muy amenas y con la ventaja de que para que un alumno suspendiese con él, no me imagino lo mal que lo tendría que hacer. Era un hombre fervoroso con una aureola especial, que irradiaba paz y sosiego. Una persona con un carisma y una bondad fuera de lo común, pero también tenía su natural guasa. Yo voy a contar una anécdota suya, contada por él mismo durante una de sus atractivas clases y que a los alumnos nos hizo muchísima gracia, prueba de ello es que yo aún la recuerdo y van transcurridos 65 años.
Como ya he apuntado algunas de las virtudes de este buen hombre, diré que reunía muchas más y por eso era persona más que reconocida en toda la parroquia de Corias y también en parte de los pueblos limítrofes, del concejo de Cangas del Narcea. Dada la calidad humana de este piadoso sacerdote, muchos de sus paisanos le tenían como si fuera un semidiós y le adjudicaban poderes públicos que no tenía, llegando a considerarlo con potestad como para modificar ordenanzas y voluntades en autoridades y dirigentes de organismos oficiales del Estado; nada más distante de su piadoso carácter y de su estricta conducta.
Pero un buen día se presentó en la portería del Convento de Corias un paisano que solicitaba verse con el padre José y una vez recibido por éste, le contó su historia que solo tenía un hijo y que acababa de ser llamado a filas para cumplir con el Servicio Militar, situación que le acarreaba mucho trastorno pues, en su casa solo eran su mujer y él, ya mayores, y el hijo. Y el mozo era el que sacaba adelante la casa, atendiendo las tierras y el ganado, y si se lo llevaba el Ejército durante un año largo les arruinaba, ya que, durante su ausencia no podrían sembrar las tierras ni atender el ganado como es debido, y por eso acudía al padre José para pedirle por favor que actuase para que al recluta lo devolviesen a casa ya que era insustituible. El padre José una vez escuchada la descabalada petición del paisano, le dijo que lo sentía muchísimo, pero que él no tenía conocidos en el Ejército ni influencias en esos estamentos con capacidad para tal cambio, y que más bien debiera apelar a algún alto mando del Ministerio de Defensa para que, aunque no le nombraran excedente de cupo, al menos podrían destinarle cerca y concederle frecuentes permisos para que pudiera ayudar a sus desvalidos padres en las tareas del caserío. El paisano entendió perfectamente lo que le decía el fraile, pero era tal la fe ciega que tenía en el poder del padre José que, se fue diciendo que bien, que lo intentaría, pero estaba convencido que, si alguien se lo podía solucionar, ése era el padre José y que no lo echase en saco roto porque le era de suma urgencia y necesidad. El hombre una vez llegado a su casa se ve que lo comentó con la mujer, cosa que le hizo recapacitar sobre lo que le habían recomendado y puso en práctica la búsqueda de otras aldabas a las que llamar. Para ello, removió Roma con Santiago en toda la redonda y por fin logró contactar con un familiar lejano que tenía un cuñado suboficial del ejército de tierra, el cual ostentaba la graduación de sargento del arma de Artillería, destinado en la Caja de Reclutas de Oviedo. El cargo no resultaba de mucha confianza pero, ante la falta de jerarquía más elevada, recurrieron ipso facto a los poderes del sargento de marras. Y el toque fue directo y acertado pues, pasado apenas un tiempo prudencial el recluta fue destinado a Pravia como punto más cercano a su casa y a cada tanto disfrutaba de permisos, durante los cuales podía liberar a sus ancianos padres de las duras tareas que acarreaba el regentar una casa de labranza. Tal que, el padre del soldado estaba encantado y muy agradecido con la gestión realizada y no dudó ni un instante en achacar la efectividad de la operación a los poderes del fraile, a pesar de que éste le había dicho que el favor que le pedía estaba totalmente fuera de sus alcances y posibilidades.
Pero fue inútil la advertencia. Al cabo de unos días se presenta nuevamente en la portería del Convento el hombre preguntando por el padre José, con la particularidad de que no venía solo, sino acompañado de un hermoso cordero vivo, que traía como regalo por el favor recibido. El padre José se negó en rotundo a admitir el presente y se desgañitaba con la verdad para convencer al hombre de que él no había hecho nada y que el cordero no lo podía aceptar. Y lo que debía hacer era informarse de los otros palillos a los que había tocado pues, con toda seguridad, alguno de ellos sería quien se lo habían solucionado. El hombre terco como una mula dijo que no, y le insistía al fraile diciéndole que no fuera tan humilde y que aceptara el obsequio que bien merecido lo tenía y, se pusiera cómo se pusiera, el animal al rebaño no volvía. Mala solución presentaba el caso pues, daba igual lo que el padre José le dijera, ya que, el del borrego erre que erre que los hilos no los había movido nadie más que el padre José.
Ante tan incómoda y vergonzante situación, el padre José tuvo que darse por vencido y el pobre cordero durmió en Corias, pasando a formar parte de los bienes del convento. El paisano regresó a su casa satisfecho pues, ser agradecido es de bien nacido. Y el pobre sargento, a pesar de su eficaz amaño, se quedó a dos velas, sin el cordero y sin ni siquiera un agradecimiento verbal porque, el padre José era mucho padre José, pensó el aldeano, pues además de ser omnipotente, sus contactos en las altas esferas nunca le fallaban. ¡Qué razón tiene el dicho: Coge fama y échate a dormir!”