CANGAS DEL NARCEA.- Adiós a la alegre vida nocturna
No hace aún mucho tiempo me quejaba yo en tertulia con unos amigos de cómo habían cambiad las costumbre urbanas y sociales en los últimos años, de cómo el trasnochar o el ir y venir nocturno se había caído por completo y toda ha quedado reducido a acelerados fines de semana con consumo de alcohol a contra reloj, o a las vísperas de una u otra festividad.
Pero el caso es que brujuleando por mis archivos me encuentro con que ya en marzo de 1.984, es decir hace nada menos que cuarenta años, ya me quejaba yo en artículo escrito para La Maniega, de que la vida nocturna canguesa se acababa, que existía un “adiós a la alegre vida nocturna.
Decía así.
“La otrora alegre y bullanguera vida nocturna canguesa se apaga. Lejos en el tiempo, y más aun en la mente, quedan ya aquellas noches de intenso copeo, de tertulias, de largas partidas y de `coriquinos´ en el chigre o en la esquina. Poco a poco el pabilo de la vela nocturna se ha ido apagando bajo el soplo de los precios en alza continua y el omnímodo poder de los seriales de TV. Apenas una docena de empedernidos trasnochadores intentan mantener a nivel algo que irremediablemente se pierde. ¡Qué lejanos aquellos tiempos del Café Madrid! Qué lejos también aquellas noches en que tras cerrar el Boni o el Julter marchabas con el alba en busca del café en el Amador que ya tenía abiertas sus puertas de cara al nuevo día.
Los negocios, los tratos, la política, los rumores…Todo se ataba y desataba en la noche canguesa. ¿Hora de cierre? iQuién pensaba en eso! Las horas se te iban entre los dedos como arena de playa: suaves, dulces, deslizantes y caprichosas. Hace diez u ocho años aun quedaba algo de aquella vida nocturna que había logrado que incluso desde Oviedo y Grado se trasladasen a ésta a tomar unas copas los conocedores del ambiente bullanguero de la Villa. iCélebres noches canguesas! De entonces acá todo ha cambiado muy deprisa; tan deprisa que hemos perdido la tranquilidad y el goce de aquellas noches apenas sin darnos cuenta. Se nos han ido de la mano como los años juveniles, sin sentir y con esa sensación de vacío que produce el pensar que no se aprovecharon en toda su intensidad.
La implacable hora de cierre actual, la ya citada “teletonta”, el madrug0n, la presión acuciante del trabajo y sus problemas… Entre todos han entonado el réquiem de una época que muchos de los que me escuchan recordarán con nostalgia.
Noches canguesas de pucheras, asados y compuestas. ¿Recuerdan aquellas del Habanero? Noches canguesas en que con el calor del chigre y el del vino, con la alegre compañía y la amena conversación, olvidabas que en la calle los copos de nieve se amontonaban y el viento silbaba por esquinas, tejados y recovecos. Tan solo al salir, cuando el reloj de la Colegiata cantaba grave las cuatro o cinco campanadas, descubrías unas calles blancas e inmaculadas que no estaban así cuando entraste.
Ahora, cuando aún no ha Ilegado la media noche, apenas un punado de clientes recorren las “estaciones” o se acodan en los bares donde el aparato aquel ruge a toda potencia. Tan solo la calle de la Fuente se ve un poco más animada; no mucho, la verdad. Una “barra americana”, y el ambiente juvenil y desenfadado de “La Parra” catalizan la atención de los pocos que se hallan dispuestos a robar unas horas al sueño que, como dijo alguien que aquí no viene a cuento, no es sino dejar de vivir unas horas cada día.
Aquellos que, como yo, aún gustan de la noche, de sus gentes, y de vivir un tanto a contrapelo de la rutina horaria, seguiremos encontrando siempre “algo” en esas horas en que todo se presta mejor a la charla tranquila, a la confidencia, o a liberarte de esa etiqueta social o seudo-social que te endilgan por el trabajo, el hacer o el vivir. Pero no perdamos la esperanza. Como en la copla aquella del carnaval: si unas noches se han ido, otras vendrán.
Era 1.984. Seguro amigos que podríamos dar validez aquí y ahora a este articulo en toda su intensidad. Y aún más, se quedaría muy corto .Si en aquel entonces añorábamos horarios y costumbre pasadas, cuarenta años después añoramos aquellos de los ochenta de los que ya nos quejábamos. Es el eterno inconformismo humano, el inconformismo de la vida misma y el dicho “cualquier tiempo pasado fue mejor” que se ha venido demostrando como totalmente falso. Otra cosa son las nostalgias y las añoranzas de un tiempo ido