Del HUCA a Berzocana pasando por Cangas

Los ventanales del HUCA

15 de mayo, miércoles. Día de San Isidro. La nueva Vetusta se despereza lentamente cargada de somnolencias que se pegan a las sábanas cual si se hubiese producido el vacío entre ambas. Muy tenuemente, un punto de claridad apenas perceptible intenta abrirse paso desde el Este rompiendo la autopista por la nueva pasarela. Los focos públicos aun iluminan potentes Ventanielles aumentando la oscuridad indefinida de su iglesia. Hacia el oeste, la aguja de la catedral ovetense, presidiendo la vieja Vetusta de Clarín, intenta emerger desde las sombras al día que se avecina.

Detrás de una de las múltiples y uniformes ventanas que configuran parte del gran complejo del HUCA me dejo llevar por el momento de dulce tranquilidad y silencio tras una agitada noche -como vienen a serlo todas las hospitalarias- y pasado ya el ajetreo sanitario de inicio de un nuevo día con las enfermeras arriba y abajo con su carritos de medicinas y agujas, las auxiliares con su medidores de esto y aquello, y el personal de servicios metido de lleno en la vorágine de prisas e instrucciones de unos a  otros y de otros a unos entre sábanas que van y vienen, enfermos que intentan levantarse perezosos o quejosos e instrucciones para ir a una u otra ducha, una u otra consulta.

Y a medida que las luces desplazaban a la oscuridad y los focos urbanos comenzaban a apagarse, mi vista se desbocó con mi mente y más rápidas aún que la propia claridad emprendieron camino Ruta de la Plata abajo.

Carretera de Garciaz adelante, tras haber accedido a la misma bajando desde la Concepción, dos jóvenes palo en mano y mochila a la espalda, caminan ligeros y bromistas hacia la  Puente Mohéas (aspírese la h).

En Berzocana el día ya se ha abierto por completo y los rayos del sol se han asomado tras los canchales rodando silenciosos monte abajo camino de las dehesas haciendo brillar el roció que aún se balancea en las hojas de las encinas.

-Oye, Ya que vamos con tiempo podíamos ir a por unos espárragos

-Cagoentó. Tú y lo putos espárragos. Tira p´a San Isidro que tenemos que tener todo preparao para cuando llegue la tropa. ¡Que espárragos ni qué mi madre!

-Mira, voy pensando. Desde que leí el libro “La Estocada” que me mandó Pepe, el padre de Belén, me siento un poco detective, y como ocurre en una dehesa y nosotros vamos a una pues podremos resolver un caso…

En San Isidro años antaes

-¡Otra vez con tus tonterías! ‘Pero qué caso ni casa. Hacer fuego, solo tenemos que hacer fuego y preparar el sitio. ¿O es que han asesinado a alguna oveja y quieres encontrar al asesino? ¡Tas guapo tu!

-Tanto como eso no, pero caso hay caso. ¿Te acuerdas que hace unos días robaron dos corderos a Lorenzo, el de Nines? Pues ese es el caso. Coligo yo que quizás, vigilando seriamente las parrillas de San Isidro, podemos dar con los ladrones, pues no me extrañaría que, debidamente transformados, los corderos hayan terminado en viandas para asar tal día como hoy aquí, en el campo de San Isidro-

-¡Tas como una puta chota! ¡O te callas ahora mismo o me vuelvo al pueblo!

Richard soltó una sonrisa burlona y apretó el paso canturreando.

En Cangas del Narcea, el sol no se adivinaba por ningún lado. La niebla envolvía la villa y el fresco hacía que los pocos transeúntes que se veían se abotonasen los jerséis y cazadoras.

El convento de Cangas

Bajando desde Lorenzo Menéndez Agapito, con una bolsa de plástico en la mano de la que sobresalían varios plantones se dirigía hacia el Arroyo San Martín

-Buenos días Socorro. Que haces aquí tan ceo. Ta frío.

-¿Pero qué dices?. Llevo aiquí ya ha buen rato. Oí ruidos pol camin ya no me fio de los drogatas esos, acaban con tó, incluidas las huertas.

-No hombre no, por aquí no hay drogatas de esos, vete tranquila mujer

-¿Vas a la huerta? ¿Entovía tas plantando?

-Más bien enredando. Falta agua.

-Pero hoy no se trabaja, es san Isidro Labrador, patrón de los agricultores ya según me contaron las monjas el dormía la siesta y un ángel araba y labraba las tierras. Se enfadaban conmigo cuando yo les decía que ese San Isidro era un tío listo ¡Claro es que resulta que era de Madrid! Así que tú deja aiquí  los plantones, que  los ponga un ángel de esos y tu vei al Amador a echar un cafetín. Y riéndose sonoramente Socorro se introdujo en su casa, allí en la misma entrada del convento.

-Los médicos, vienen los médicos

El sol inundaba ya de luz los grandes ventanales del HUCA. Me envolvió la realidad y serio y melancólico me senté en un sillón entre la cama y el ventanal. Tempus fugig

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R. Mera