Aquellas enseñanzas de antaño

No seré yo, amigos oyentes, quien se atreva  a aseverar que unas determinadas enseñanzas, un determinado método o sistema didáctico es mejor o peor que otro. Pero sí me atrevo a poner ante ustedes determinadas situaciones educativas y que sean también ustedes quienes saquen conclusiones.

Al fin y al acabo dicen que “la experiencia es una virtud” y de esa tengo ya bastante acumulada en la enseñanza tras casi cuarenta años a ella dedicado y otros tantos contando cómo se desarrollaba en unos y otros lugares.

Hace no muchas fechas, hacia el inicio del curso, leí una columna periodística en la que se describía como era la enseñanza en un colegio de la localidad de Campillos, cerca de Antequera, la disciplina que regía en el mismo y el método con que su director, maestro y guardia civil, llevaba aquel centro al que acudía unos 1.500 chavales varones cada año.

Fu inevitable que acudiesen a mi mente situaciones muy parecidas como las vividas en Corias o en el colegio  San Luis de Pravia, por poner dos ejemplos cercanos y no tan lejanos en el tiempo aun cuando muchos de ustedes seguro conocen otros que funcionaban de parecida manera y cuyos nombres re podía agregar a esta estampa.

En lo que era internado, la jornada solía empezar hacia las seis de la mañana iniciándose las tareas: se hacía la cama, se arreglaban, lavaban la cara y los dientes. Hacia las siete y media desayuno; media hora después la primera clase y así una tras otra hasta las once; un pequeño recreo y clases de nuevo hasta la hora de comer. Descanso y de cuatro a ocho más clases Les aporto un dato a los más jóvenes: Las camas que había que hacer no tenia nórdico, sino sabanas y mantas y no había aire acondicionado en verano ni, en  la mayoría de los caso calefacción en invierno, al menos tan como ahora la concebimos. A las nueve se cenaba y a las diez en la cama. Y no deponían de tele, ni Internet, ni tableta, ni ordenador, ni móvil. No consta que ninguno muriese por ello.

La enseñanza era buena porque en la mayoría de esos lugares los alumnos tenía que examinarse en los Institutos de que dependían los Centros y solían tener buenas notas.

Algunos que pasaron por el San Luis de Pravia y el internado de Corias cuentan que eso de la adolescencia y pre adolescencia era toda una chorrada, allí llegabas y eras un novato o un capullo sin más, y allá te las arreglases. Y los padres mandaban a su hijo a este tipo de colegios, muchos de ellos tras fracasar en los convencionales, en el convencimiento de que “allí les enderezarían” y le conducirían por el buen camino. Nada de blandenguerías sobre proteccionismo, derechos del educando y otras tantas lindezas como ahora abunda y se exhiben y solicitan.

Y lo gordo es que la mayoría trabajaban estudiaban y se incorporaban de nuevo a las enseñanzas regladas traiciónales. De ellos salieron bastantes personalidades. Claro que, como en todo, también había excepciones.

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R. Mera