CANGAS DEL NARCEA.- Historia del Jefe y su pagana procesión. Retrato festivo de una época
Se nos ha muerto Cándido Puente. El Jefe ha efectuado su última precesión. A muchos jóvenes, la llamada “Procesión del Jefe” del día 16 de julio, no les dirá mucho, quizás habrán oído hablar de ello ligeramente en algún chascarrillo que contó en la mesa su padre o su abuelo a la hora de la comida, pero no mucho más. O quizás algún recorte de prensa o número de La Maniega que cayó en sus manos.
Pero he de contarles aquí, que “La procesión del Jefe” fue un acto que movió multitudes, se hizo más que popular, y saltó las fronteras locales y regionales. El espectáculo fue definido como “insólito” y “la procesión pagana más multitudinaria jamán vivida” como yo mismo escribí en La Voz de Asturias.
Lo que sí está claro es que se inició en la Plazoleta del Julter una tarde del día 16, terminada ya la Descarga y en esos momentos en que la programación quedaba en blanco y los peñistas, agrupados aquí o allá, descargaban la adrenalina que les había subido al máximo en la Descarga.
Corría 1.982 aunque no es hasta 1.987 cuando “la Procesión” aparece institucionalizada en el Programa de fiestas. En 1.991, Cándido Puente, después de 13 años dejó su reinado en las fiestas de la pólvora alegando “cansancio y razones familiares”
Antes de conformar el desfile, Cándido, con algunos miembros de las peñas, subía al balcón del Ayuntamiento donde el alcalde, entonces José Manuel Cuervo, ante la enfebrecida multitud, le entregaba el báculo cual si bastón de mando municipal se tratase.
-A partir de ahora y mientras duren las fiestas, el mando lo tiene el Jefe, señalaba.
Y allá va la pagana procesión hacia el Paseo entre gritos y vivas, entre brazos que se alzan gesticulando y aplaudiendo. Aplauden también desde la aceras atestadas…, desde los balcones… desde las ventanas…
-¡El Jefe!, ¡el Jefe!, ¡el Jefe es cojonudo! ¡Cómo el Jefe no hay ninguno!
Entre los porteadores se encuentran los más veteranos de las peñas. Cuchichean entre ellos, y disimuladamente, se ponen de acuerdo. Mecen las andas cada vez con más ritmo, el Jefe se tambalea y ellos lo celebran con gritos y aplausos. Cándido asienta sus cerca de 90 quilos de peso y gran envergadura cual equilibrista consumado.
-¡No seáis cabrones!, grita a los peñistas
Entrelaza las piernas entre los pies de la silla atornillada a la tabla y se asegura contra la pretendida idea de tirarle de la tropa de porteadores
-¡Quevedo, pelgar!, ¡que te estoy viendo!
-¡El Jefe!, ¡el Jefe!, ¡el Jefe es cojonudo! ¡Cómo el Jefe no hay ninguno!
Y el Jefe abre los brazos y saluda a uno y otro lado. Y abre una tras otra botellas de champán y rocía con él al pueblo. No tardó una marca en darse cuenta del efecto publicitario y regalaba las botellas. Años después comenzó a hacerlo Fino La Ina que logró aumentar muchísimo las ventas de su vino durante las fiestas. Imagínense ustedes como quedaban los uniformes de los peñistas tras recibir una y otra vez chorros del dorado líquido andaluz.
-¡El Jefe!, ¡el Jefe!, ¡el Jefe es cojonudo!.. ¡Cómo el Jefe no hay ninguno!
Llega la procesión al Corral. Y se comprime la comitiva al entrar en la Calle Mayor.
Corre el vino en abundancia, nervudos brazos izan al jefe sobre un mar de cabezas. Arrecian los aplausos, crece el griterío… Como nuevo Júpiter calvo y bigotudo que hubiera cambiado el rayo por botella de champán, el jefe bautiza a sus súbditos con el dorado líquido mientras saluda a la enfebrecida multitud: ¡Gracias pueblo!, exclama.
Y allá va la mundana procesión entre aceras y balcones atestados de público. Firme sobre el tablón, el Jefe aguanta imperturbable los vaivenes que imprimen a las improvisadas andas los jacarandosos peñistas de la pólvora. ¡Insólito espectáculo!
Canciones, nuevos gritos, júbilo, alegría, compases de marcha de la fanfarria, vino y más vino, compuestas, caipiriñas… Cangueses, forasteros y extraterrestres, todos están allí aclamando al Jefe que surge del oleaje de cabezas humanas como nuevo Neptuno, no del mar, sino de chigres y bodegas.
Procesiones habrá, digo yo, de todo signo y sistema; pero no he conocido nada igual en parte alguna. El “santo” no es de madera ni de vestir, sino de carne y hueso. Original procesión esta del Jefe, como original e insólito es todo lo de Cangas del Narcea en estas fechas festivas.
Y así llegamos a las fiestas de 1.991. La gente esperó en vano la salida del Jefe. Ello no sucedió. Una comisión de las peñas de la pólvora formada sobre la marcha intentaba por todos los medios convencer a Cándido para que, una vez más, se subiese a la tabla y, revestido con sus atributos identificativos: “corona mandarina, capa de cortina afelpada y bastón de caña de barreno” recibiese la pleitesía de los vasallos que le aclamaban formando sobre la marcha una procesión vociferante y plenamente entregada. No hubo forma, Cándido se enrocó alegando los citados motivos familiares y cansancio. Los años no pasan en vano, se decía.
Los componentes de las peñas, tras un largo y apasionado debate, decidieron sacar la tabla colocando sobre la misma los atributos que a lo largo de los años pasados luciera el Jefe. Todos se colocaron sobre la tabla alrededor de una corona fúnebre en señal de triste despedida de una época de las mejores que, festivamente, ha vivido Cangas. Años después pudieron verse todos estos atributos y las andas en una exposición que organizaron las peñas.
A lo largo del tiempo hubo intentos de recuperar el desfile subiendo a la tabla algún que otro personaje cangués más o menos conocido. Nada volvió a ser como antes. Incluso en una ocasión lograron que Cándido subiese de nuevo. Se tumbó en las andas y la comitiva no fue mucho más allá del entorno de la Plaza del Conde de Toreno.
Sea como fuere, la “Procesión del Jefe” marcó toda una original época en el calendario festivo cangués y en el personal de cuantos la vivimos en primera persona.
El pasado martes, Cándido Puente, El Jefe, hizo su último recorrido por las calles de Cangas, en su definitiva y ultima procesión. Con él se va todo un personaje que nos queda muchos, muchísimos buenos ratos a cuantos con él compartimos aquellos vivencias.
¡Hasta siempre Jefe!
Del libro “Remembranzas festivas canguesas” de José Luis R. MERA