Canete nos dejó haciendo sonar de nuevo las campanas de Berzocana

Nos dijo adiós Lorenzo Cano, Canete para los berzocaniegos. Con él se va un mucho de mi niñez y de aquellos años tan felices de la monaguillería. Cada vez quedamos menos, le dije a mi hermano Miguel cuando me dio la noticia. Con él, con Elías Rebollo, con Juan Sopina, aprendimos el arte, pues un arte era, de ser monaguillo en aquellos años tan difíciles, y  a la vez tan felices, de allá cuando  mediaba la década de los cincuenta.

Siempre tuvimos una especial relación desde aquellos entonces, siempre desde el respeto de que él era mayor y su conciencia de que nosotros éramos los pequeños y ellos debían protegernos. ¡Y a fe que lo hacía! En aquellos entonces esas cosa sucedían y a ninguno se nos ocurría discutir o poner en duda orden alguna que al respecto del servicio de la Iglesia diese Elías o Canete. ¡Cómo ha cambiado todo! ¿Te acuerdas Pablo?

Sobran ya dedos de una mano para contar a aquellos monaguillos que con Elías y Canete aprendimos. Quizá hayamos perdido alguno en el olvido de las dístanos y la ausencia permanente de no haber vuelto a los orígenes. Puede que sí. Pero es la llamada Ley de Vida la que nos va reduciendo hasta que todos pasemos a monaguillear en los cielos, las praderas de Manitú, los espacios llenos de vírgenes o simplemente la nada. Cada uno tendrá sus creencias.

Se nos ha  ido Canete y con él parte de mi niñez.

El aprendizaje de los distintos repiques de campana, el especial manejo de las distintas campanillas, el cómo hacerlas sonar el Jueves Santo, el bronco traquetear de la matraca por las calles  en los días de Semana Santa en los que las campanas callaban…. Y también las picardías como el averiguar por qué puerta de la iglesia, la grande o la de las Carretas, entraban las mozas más guapas del pueblo, como localizar nidos en `capilla´ o como  a otras tantas aventuras he contado en mi libro “Remembranzas berzocaniegas” en muchas de las cuales Canete es personaje presente.

Se nos ha ido Canete y con el gran parte de mi infancia.

Sé que cuando Pablo subió a doblar para anunciar al pueblo su muerte, las campanas se quedaron tristes, dejaron caer alguna lágrima de bronce y, al igual que yo, le vieron allí, colocado en el medio de la torre junto a los restos de ceniza que aún quedaban de la noche de la Junta. Tenso, asentados los pies, empuñando firmemente las cuerdas de las campanas pequeñas y mediana con la mano derecha y  la de la gorda con la izquierda. Iba a repicar a festivo especial con las tres. Eso era algo especial, normalmente un monaguillo hacia sonar a la mediana y la pequeña y otro la gorda. El efectuar un especial repique por uno solo era algo especial que Canete y Elías nos fueron enseñando a todos.

Y allí, suspendida en el tiempo, ha quedado para siempre la figura de Canete haciendo sonar para siempre las campanas de la iglesia de Berzocana, su pueblo y el mío.

Y con este repique de tus campanas quiero decirte: Hasta siempre amigo.

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R. Mera