Cangas del Narcea.-LAS CANTARINAS de Barrio Nuevo
La especial relación de Cangas, los cangueses y la pólvora conforman una larga historia a lo largo de los tiempos. Y esa histórica relación creó una serie de personajes muchos de los cuales se han ido perdiendo entre las nieblas de la memoria y los rincones del olvido. Por eso, para que no se pierdan del todo, rescato hoy para ustedes la historia de dos mujeres muy relacionadas con la pólvora, toda su vida fue pólvora, y en la ceniza que de la misma queda tras su explosión se diluyó su vida. Nos referimos a “Las Cantarinas”, apodo que dos mujeres heredaron de su padre, pirotécnico cangués.
En compañía de Neto, Sandalio Gurdiel y Amador Otero las entrevisté para La Maniega en junio de 1.982.
Este es el artículo que escribí en aquello entonces, hace ya más de 40 años.
“Barrio Nuevo. Ocho de la tarde. En una casa de dos plantas detenida en el tiempo vamos a charlar con “Las Cantarinas” Destartalados escalones de madera. Añosas paredes de indefinido color. Todo nos hace retroceder a la última década del pasado siglo. Alicia Rodríguez López, de77 años nos recibe en la puerta junto a su hijo Mandolín, de 45. Allí mismo, a caballo entre la acera y la puerta iniciamos las primeras preguntas. Se mezclan el tiempo y los recuerdos y la entrevista directa se hace imposible. Los años, el voluntario encierro y el olvido, no perdonan. Hace más de cien años, Lola (que ahora cuenta 92) y Alicia trabajaban con su padre, Raimundo Rodríguez Flórez, en el polvorín que tenía en el Barrio Nuevo, justo donde ahora se alza el Hostal Marisol. Años después le traslada rían al Fuejo empujados por el expansionismo de la Villa.
Toda una vida dedicada a fabricar voladores para La Descarga y las diversas fiestas del concejo. Toda una vida de trabajo que ha dejado su impronta en las engarfiadas manos de las hermanas. Creo que mi padre empezó en La Veguetina —dice Alicia— pero no recuerdo. Nunca disfruté de las fiestas del Carmen. Trabajar y trabajar. Tan sólo, cuando terminaba, me dejaban ir un día a Oviedo o Gijón o alguna fiesta Era un trabajo muy duro Y Alicia y su hijo, entrecortadamente y con numerosas contradicciones, nos hablan de tubos, de subidas, de bombas, de nitrato de potasa, de azufre, de carbón de pino…
Amador dispara su cámara y Alicia chilla como niño asustado. Nos habla de los fuegos de Los Nogales en la noche del 15 y de cómo los aplausos atronaban cuando aparecía el cuadro de la Virgen que quedaba extendido entre luces y chisporroteo. De tres y siete pesetas por docena de voladores y de las doscientas que cobraban en sus últimos años. 300 ó 400 docenas se vendían a lo largo de Julio.
Cuando llegaba una boda, los invitados del novio compraban sus voladores y los de la novia los suyos. Se enviaban a Gera, a Pola de Allande, a Tineo y hasta Madrid. “Bien ya mal” ve ahora Alicia La Descarga. “Bien, porque suena, ya mal porque traen los voladores de fuera” “Ahora se tira muchísimo más” sentenciaría Manolín. Nunca tuvieron un accidente en el polvorín y eso que fabricaban más de trescientas docenas sin contar los fuegos de artificio.
Subimos con Alicia a una pequeña habitación donde una estufa de carbón intenta sacar de los huesos un frio de años. Fuera luce un sol esplendido. “Hasta ocho curas se han juntado invitados en mi casa por el Carmen, afirma orgullosa Alicia. Lola, encorvada por el peso de los años, se incorpora lenta y dificultosamente al grupo. Le pedimos que nos cuente sus recuerdos de entonces y comienza a llorar. Repite una y otra vez que se acuerda de sus padres. Sandalio Gurdiel la hace revivir los tiempos en que corría tras los nenos que iban a jugar en los alrededores del polvorín y entre las varas. Las lágrimas de Lola, en aquella habitación cargada de viejas fotos y recuerdos, nos toca la fibra sensible. Todos nos emocionamos un poco aunque intentemos disimularlo. En una esquina, una hornacina cerrada y acristalada, colocada sobre un viejo aparador, guarda una pequeña imagen de la Virgen del Carmen profusamente recargada de adornos y abalorios. Ella es el eje de la casa. Vino de Alcalá de Henares hace ya muchos años y ante ella se colocan Alicia y Lola posando para La Maniega. Están emocionadísimas y no insistimos en nuestras preguntas. Es el Cangas de ayer que viene al hoy y no encuentra su sitio. “Las Cantarinas” lloran cuando empieza la Novena y se acuerdan de sus padres. La pólvora ha sido su vida y es ahora su refugio en el soñar junto a la hornacina.
Viven mirando al ayer y precariamente. La Maniega les debía estas líneas y aquí están. Escritas más con el corazón que con la pluma, como un sentido homenaje a quienes, un tanto olvidadas hoy, fueron el corazón de otras fiestas del Carmen”