CANGAS.-Buscando un candidato farol en mano
Diogenes
Diógenes de Sinope fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica Aunque no dejó ningún escrito, su homónimo Diógenes Laercio escribió sobre su vida, y por él sabemos que el de Sinope fue un austero convencido, que renunció a todo tipo de riquezas. Pero eso fue después de errar en su primera juventud.
Se sabe poco de su infancia salvo que era hijo de un banquero y que ambos se dedicaron a acuñar moneda falsa, parece que más por motivos políticos que económicos, y por ello fueron desterrados. Diógenes se glorió durante un tiempo de haber sido cómplice de su padre en el engaño y esto marcó su vida filosófica posterior. En Atenas se encontró con su sentimiento de culpa dándose entonces cuenta de que la gente, al igual que exactamente ocurre en estos nuestros tiempos, tenía una doble moral, ya que sólo atendían a lo que socialmente estaba aceptado como bueno o malo en vez de atender a razones más morales o éticas. Y fíjense, que quizás ello les puede sonar a plena actualidad, para Diógenes los atenienses eran locura, fingimiento, vanidad, ascenso social, autoengaño y artificiosidad en su conducta humana. Por ello decidió vivir una vida austera. Caminaba descalzo durante todas las estaciones del año apoyado en un bastón y tenía una escudilla y un cuenco para comer y beber. Dormía en los pórticos de los templos envuelto únicamente en su manto y tenía por vivienda una tinaja.
Diógenes sentía tanto desprecio por la humanidad que lo rodeaba que en una ocasión dejaron en su tinaja un pequeño candil, un farol, y él lo rechazó. Pero como quiera que al amanecer el candil estaba aún ahí lo cogió y apareció en pleno día por las calles de Atenas, con el candil de aceite encendido. Al preguntarle respondió:
Busco un hombre, busco un hombre honrado que ni con el candil encendido puedo encontrar.
Y es aquí donde yo quería llegar por cuanto en estos días, producto quizá de la fiebre con la que me obsequió el catarrazo primaveral, me pareció ver a Diógenes caminar arriba y abajo por la Calle Mayor y El Paseo con su farol encendido. Le pregunté que buscaba tan afanosamente y me respondió
–Se acercan las elecciones. Los grandes partidos no encuentran hombres ni mujeres. Busco un candidato, busco un candidato honrado que quiera luchar por su pueblo y por sus gentes, pero ni con el candil encendido puedo encontrar ninguno dispuesto a ello.
Aquel no encontraba un hombre honrado, éste no encuentra un candidato.
Tenía razón Jesús Agudín cuando, no ha muchos días, me argumentaba con vehemencia:
– El común, lo social, el pueblo, el trabajar todos por todos ya no se lleva, ahora tan solo predomina el exacerbado individualismo, el yo, ¿el qué hay de lo mío? El resto ya no los darán arreglado nos decimos, mientras ponemos de chupa de dómine a cualquier vecino que al trabajar por la poli, la ciudad, la villa, el concejo se haya dedicado o quiera hacerlo.
Y camino del Corral, Diógenes se perdió entre la niebla buscando un candidato a alcalde, un hombre honrado.