BERZOCANA 2022: ¡Por fin pudimos ser romeros en San Isidro!
Comienza a abrirse el día
Luce espléndida la Dehesa Boyal berzocaniega. El sol anima ya de buena mañana a los romeros que se afanan en preparativos. Sillas y mesas al coche; comprobación de viandas, agua para los niños, el vino… y toneladas de ilusión. Han pasado tres años sin romería y en éste, por fin, ya pueden celebrarla.
Y poco apoco van llegando vehículos al campo en el que se encuentra la ermita que luce sus mejores galas. El santo Isidro se halla preparado en sus andas para procesionar. Cada grupo se distribuye bajo una encina. Me cuentan que suele ser siempre la misma, como si existiese un tácito y no escrito acuerdo de uso. De las frondosas ramas de algunas de ellas aún penden penachos del humo de las hogueras nocturnas alrededor de las cuales, tras los preceptivos permisos, grupos de jóvenes han pasado la noche. “Unas buenas fiestas han de tener sus vísperas”, nos decía mi abuelo Juan Luis, sastre, organista y sacristán al mismo tiempo, a mi primo Juan Cotrineja y a mí. Y a ello se aplicó una parte de la juventud con entusiasmo. A que el santo labrador tuviese unas vísperas, “como es debío”, expresión de estas tierras de difícil traducción porque, no es completa su lógica expresión castellana “como es debido”, sino que implica un puntín más de algo que en la fácil traducción señalada no queda implícito.
A la vez que avanzaba la mañana, lo hacía el sol en su intensidad sin que por ello llegase a ser molesto en ningún momento. Una ligera brisa agitaba de vez en cuando las hojas de las encinas dulcificando el ambiente.
Pasaban ya las doce y media cuando, tras requerir la presencia de hombres para portar las andas con el santo, se inició la procesión alrededor de la ermita mientras se cantaba (que no entonaba) el “Glorioso San Isidro” por las mujeres que lo acompañaban. No entendí muy bien por qué se requería a los hombres a acudir cuando la pequeña imagen del santo patrón de los campos es más bien pequeña, al igual que las andas, y a todo el conjunto se le adivinaba ligero en el peso.
Lorenzo, decidido, cogió el pendón y se puso al frente de la comitiva religiosa. Uno de los cordones del mismo fue tomado con entusiasmo por Cipriano Pastor que, me dio la impresión, a lo largo del corto recorrido se vio bastantes años atrás vestido de Primera Comunión en la procesión del día del Corpus.
Dejado de nuevo el santo en su ermita, el personal se disgregó hacia cada uno de los puntos cardinales, a cobijo de las encinas, mientras que otra parte se fue colocando a lo largo de la cuadrada barra que mostraba su acogida a quienes decidieron era ya la hora de mojar el gaznate y mostrar oposición activa al sol que ya picaba. Dos guapas y ágiles mozas berzocaniegas daban aire fresco a la situación repartiendo cerveza y pinchos a parroquianos y parroquianas, casi equitativamente en número, quizás por no enfadar a la ministra Montero si algo de aquello llegaba a sus oídos.
Y resaltar aquí que esta postpandémica romería me llamó especialmente la atención por la cantidad de jóvenes, algunos menos niños, que pululaban por la misma y que me abrió a una comedida esperanza de que quizás habría llegado el momento de que, por lo que fuese, se había parado la sangría demográfica que allá desde las emigraciones masivas de los inicios sesenta ha venido castigando estas tierras. Aunque quizás sea ello más una expresión de deseo que realidad tangible
Y, al hilo de las fotos que acompaño voy con algunos ejemplos concretos.
Alejandro, de tez aceitunada, perfil y aficiones toreras, momentos de novillero en ciernes y recortador en fiesta de pueblos, se acercó a mí decidido, me pasó un brazo por el hombro y, dirigiéndose a Maribel, mi mujer, le pidió con una amplia sonrisa
-Maribel, haznos una foto que yo no me he hecho nunca ninguna con un escritor.
Y seguidamente la explicó: Aquí Pepe es el único que me ha hecho volver a leer algo desde que me fui de la escuela. En su libro de Berzocana, el primer capítulo que leí fue el de la Capea de las fiestas, que está al final. ¡Que bien me lo pasé! Los otros los iré leyendo poco a poco que uno ha perdido practica. Completó su abrazo y se fue hacia la barra con un grupo de amigos. A Alejandro, que vivía al lado de la casa de mis padres, le fui viendo crecer de verano en verano junto a su hermano Vicente. Su madre me iba explicando sus veleidades toreras y sus disgustos y tribulaciones por ello. Era travieso por naturaleza y, precisamente por ello, mi madre le tenía un especial cariño. Le incordiaba, le reñía, le alagaba, le llamaba y le tomaba el pelo una y otra vez… y así fue hasta su muerte.
Eran muchos los jóvenes junto a la barra que bromeaban y alborotaban como a su edad corresponde.
Unos golpecitos en el hombro me hicieron volverme. Era Nines, vecina durante muchos años y alcaldesa desde hace otros cuantos. Junto a ella, serio y circunspecto un joven, alto como un pino, me miraba.
-Mira, este es mi hijo Mario.
Abrí la boca incrédulo. ¿Quién dijo que los extremeños son todos pequeños y achaparrados?
Mario era el más puro mentís a tan arriesgada tesis, aun cuando ésta se hubiese moderado algo en los últimos años con el promedio de las nuevas generaciones. Aquel pequeño que correteaba y jugaba con mis nietos en el callejón de Sotana era el mismo que estaba ante mí. No lo hubiera reconocido nunca. Era “un Romay” a la berzocaniega.
Se puso a mi lado para hacernos una foto. Aquí la tienen. Juzguen ustedes mismos y, especialmente, fíjense en la proporción de sus pies con los míos. Teniendo en cuenta que yo calzo un 39/40, deduzcan ustedes el número de su zapatilla.
¡Y no le llego ni al hombro! Lo que ocurre es que, según me cuenta su madre, no le llama el baloncesto, sino el fútbol sala. A me gustaría verlo en la Selección Española llevando el nombre de Berzocana y las esencias de Extremadura por todo el mundo. Dios dirá.
Y voy a seguir hablando de jóvenes, pero bajando aún más la edad. Me voy con los que fueron involuntarios protagonistas de la romería en directa competencia con el santo labrador que en muchos momentos, quizás demasiados, salió perdiendo en el envite de la comparación.
Son dos juguetes rubios. Bueno, dos bebés, niño y niña, de caritas sonrosadas y rasgos nórdicos por más que sus padres porten raíces extremeñas por los cuatro costados. No conozco a sus otros abuelos, los paternos, pero tan solo encuentro alguna referencia comparativa en los tonos rojizos del pelo de su abuelo Pepe que, por cierto, pierde con ellos toda su apariencia de rudeza y aspecto de hombre del campo duro y curtido por vientos y soles. A cada momento se convierte en un abuelo tierno y cariñoso al que hay que limpiar la baba en cada momento.
Y decía yo a principio de párrafo lo de juguetes porque en eso se convirtieron los gemelos Héctor y Olivia, a lo largo del día. Fueron el involuntario foco de atención de todos los romeros, y quizás, digo yo, hasta Isidro los miró con cara de ¿qué hacen estos aquí?, observando disimuladamente las encinas para comprobar que efectivamente se hallaba en sus campos.
Los bebés, en una manta bajo la encina que, en un cartel atado a la misma rezaba, “El Puerto-La Charca”, indicando quienes la ocupaban, no paraban ni un momento. Arrastrando o gateando iban de un punto a otro o se salían de la manta, buscando en los verdes cualquier cosa que les llamase la atención. Íbamos y veníamos unos y otros a su alrededor, les piropeábamos, besábamos o hacíamos palmas. Facilitábamos o compadecíamos (según cada óptica) a los padres (Vitor y María) que, pese a las voluntarias ayudas de abuelos, familiares y amigos, no paraban.
Pañales a uno, agua para la otra, cambio de papeles y al del agua pañales y al de pañales agua, y ahora el pan, y luego los dos el mismo juguetes…y papá y mamá intentando poner paz. Y nosotros todos felices a su alrededor gozando de ellos, del día, de la comida, las cervezas, sí, también las cervezas, y de los dones de la Naturalezas que el santo patrón de los campos concede por esta fechas.
Y así fue pasando el día con los de La Charca, como en las romerías de antes de la pandemia. Y con Juan Luis, ya jubilado hablándonos del tiempo, de las temperaturas y de las idas y venidas de las nieblas y vientos. Y con Juan recuperándose poco a poco de su accidente laboral…Y saludando a unos y otros…y recordando… y añorando…
Marchamos cuando ya el sol buscaba esconderse tras las encinas. Los más jóvenes aún quedaban aguardando la llegada de la noche entre músicas y copas. El santo ha de quedar bien festejado.
Hasta el año que viene si Dios quiere.