Que alguien me traiga una manta
-¡Traedme una manta, por favor!
El equino me miraba con ojos suplicantes, tristes, de mirada un tanto perdida. La helada era un mantón de escarcha sobre el concejo cangués. El intenso frio había desalojado de paseantes todo el entorno y la Recta del Pontón se mostraba helada y solitaria. Tan solo el burro junto a la pared.
Paré junto a él. Parecía suplicarme sumido en una inmensa tristeza. Bajo el pálido y débil sol mañanero, la escarcha brillaba en su pelo al igual que lo hacía sobre los prados y la ribera del río.
-Lo siento, pero no puedo ayudarte, me dije a mí mismo.
Y seguí mi camino embozado hasta las orejas. El pobre burro me siguió un rato con la mirada hasta dar unos pasos prado abajo, bajar la cabeza e intentar encentrar algo de hierba en el suelo helado.