El Acebo: ritos que han de cumplirse en su visita y acentuarse en la comida (I)
No recuerdo muy bien quien pudo ser, pero convencido estoy que alguien imbuido de la sabiduría popular que las experiencias y los años han ido grabando en la memoria de todos y cada uno que, al juntarse y compartirse en el colectivo ciudadano y el paisanaje, adquieren un carácter universal con sello de verdad absoluta, ese alguien me dio las claves esenciales de lo que aquí señalo.
Y no me refiero a grandes verdades de la Historia o la Filosofía, ni siquiera a las elementales de convivencia, no. En este caso, el aquel que señalo me habló de un hecho tan simple como “subir al Acebo”.
Y ha de hacerse cada año, precisaba, llegado septiembre y agotados ya el día de la festividad central, es decir el día 8, y el Domingo de Promesas. Y ha de ser así porque éstos, especificaba, son días de aglomeraciones, de más saludar que de gozar, y de más dejarse ver que de estar. Y ha de ser en domingo por el aquel de la misa a la que hay que acercarse aunque no se entre en la iglesia y se siga el oficio religioso desde los alrededores. Bien está. Lo que cuenta es la intención de estar, me precisaba con solemnidad. Y es que, seguía explicando, ha de estarse atentos a la salida de la procesión, el sonar de voladores y campana, pues todo ello forma parte de la esencia del Acebo y así hay que vivirlo. Y, muy importante, no ha de tomarse un solo vino hasta que no se hayan cumplido estos ritos.
Y así siguió en su documentada explicación:
Subir, mejor subir en coche y, a poder ser, con conductor abstemio. Y no por lo que se beba, Dios me libre, sino porque la experiencia dice que al bajar, se te sube a la cabeza todo el vino bebido a lo largo del día, aunque sean dos vasos, y allí es ella. De Veigalapiedra p´abajo puede ser que el coche te lleve a ti en lugar de tu al coche. En esto hemos retrocedido, pues cuando el viaje se hacía a caballo o en burro, éstos sabían perfectamente el camino y las paradas a efectuar sin necesidad de que el jinete se preocupase en absoluto de ello, tan solo habría de mantener equilibrio en la cabalgadura.
Parada obligatoria ha de hacerse en el chiringo de Veigalapiedra, pues las prisas no son buenas y el camino ha de disfrutarse en toda su intensidad. Un café con capilé es casi preceptivo en todo romero que se precie.
Una vez en el Santuario, pasadas misas y rezos, habrá de iniciarse romería por cuantos bares y chiringuitos se encuentren allí instalados, siempre con la necesaria corrección y control de vocabulario, pues habrá de tenerse en cuenta que nos hallamos en lugar santo y de peregrinación.
Y no ha de olvidarse el saludar amablemente a cuantos amigos y conocidos tengan mantel abierto ya en el suelo ya bajo improvisados tenderetes; y por mor de la urbanidad y el saber estar no han de rechazarse nunca ni el vaso de vino ni el pincho que te ofrezcan que, como de tradición y buenas formas es notorio, tendrá lugar en todos y cada uno de ellos.
Así las cosas nos acercaremos al restaurante en el que ya habremos reservado mesa, pues sabido es que desde la dichosa pandemia, hemos debido a ello acostumbrarnos cuando nunca ha hecho falta alguna. Y allí nos acercaremos sin prisas ni zozobra alguna, pues nunca ha de faltar condumio, y nunca antes de las tres y media; pues sabido es que cada quien será mejor atendido una vez que haya pasado ya el turbión de fame de la una de los de los pueblos y el del turisteo de capital que, de punta en blanco, cual si en lugar de romería de monte fuesen de procesión de Viernes Santo, allí acuden.
Sentados pues a la mesa, que con el buen tiempo ha de hallarse a campo abierto, un tanto separada de las demás, y acariciada por la brisa de sierra que allí abre especialmente el apetito, habrá de brindarse con entusiasmo tanto por poder estar allí un año más como por pedir a la Señora de aquellas montañas permita que la situación pueda repetirse al menos el próximo año. Y vueltos hacia las cumbres que rodean la cima desde su base hasta los horizontes lejanos, alzando el vaso bien lleno hacia todos y cada uno de los puntos cardinales, ha de brindarse por la ubérrima naturaleza que tan grandes vistas nos muestra y tanto nos ofrece. ¡Gocemos el momento!
Botella por comensal habrá que colocarse en la mesa. Pídase vino de Cangas, pero del de bodega aldeana, con su pizca de acidez y sabores de nuestra juventud; es lo que mejor va, o marida como dicen ahora los petimetres del modernismo de aluvión y las catas de moqueta y traje, con lo que después ha de venir.
Sean cuatro, seis, o una docena los comensales, no habrá lugar a individualismo alguno en el pedido. El más veterano habrá de tomar el mando y con sencillez, seguridad y contundencia, mandará poner en la mesa lo que la costumbre manda en estos lugares y fechas.
Distribuirse han en la misma, y en platos comunitarios, contundentes raciones de chorizo, lacón, queso, lomo, jamón y chosco, todas ellas del tamaño y grosor reglamentado por las viejas costumbres; pan de hogaza y cuchillos con corte, nada de esos todos iguales, muy relucientes y con corte inexistente. Nada de croquetas, calamares, rebozados, aceitunas con anchoa, albóndigas… nada, eso son tan solo caxigalinas p´a capitalinos y memos de nueva hornada.
No ha de criticarse, sino alabarse, el hecho de que cada pieza del plato sacada se coloque sobre el pan y sea lentamente cortada sobre el mismo con la navaja, que los más previsores traerían consigo, efectuando la maniobra con el cuchillo de filo en la mesa puesto el resto de comensales.
Vacíos los platos y limpiados cuchillos y navajas en el pan, habrá de darse espacio suficiente a apurar el líquido de los vasos y el vaciado de las botellas de modo que éstas puedan ser repuestas en modo y forma antes de la llegada del siguiente plato.
Y este es el momento en que los comensales, incluso puestos en pie si es así considerado por los más veteranos, recibirán con los honores debidos y la solemnidad que el acto requiere, la llegada de las potas que acogen con especial mimo y cariño el caldo de berzas, `”el pote” que dicen los de las otras Asturias, las de más allá de estas brañas del suroccidente. Y aunque no es así, pero debía de ser, bajo palio debería hacer su presencia la gran bandeja del compango. Loa completísima a las grandes cualidades del gocho que aquí vienen a concentrase en un todo sublime que, si incensario tuviésemos, le habríamos humeado como sucede en los grandes acontecimientos eclesiásticos.
Servidas hayan sido en abundancia las raciones, y permaneciendo en el centro de la mesa la gran pota con el cazo dentro y dispuesto para ir rellenando platos cuando así lo crea necesario cada comensal, habrá de comerse con pausa, alejándose de indicio alguno de gula. La cuchara ha de ir del plato a la boca y de la boca al plato con pausa, con pausa y hasta casi con elegancia si me apuras.
La precipitación anula el gusto e impide que cada elemento de los gloriosos que componen el todo en cada cucharada pueda ser percibido en toda su gloria e intensidad. Tómese cada cual su tiempo pues incluso, dado el caso, puede procederse a un nuevo calentado de la pota ya que sabido es que este plato es glorioso en su adecuada temperatura. Todo en su cadencia, en su tiempo, en su ser, en su gloriosa esencia y degustación. Incluso en estas especiales ocasiones campestres, y especialmente en el Acebo, será no solo permitido, sino incluso bien visto, el rebañar con el pan el plato dejando éste impoluto de resto alguno.
Sin mucho apurar, por el aquel de adaptar hueco a las nuevas viandas, se pasará al segundo plato que estará concertado y dispuesto, pues tampoco es bueno el dejar largos espacios entre plato y plato.
-Sigue mañana-