Charcos en el camino

Charcos en el camino

Tía Lucía caminaba lenta. Arrastraba ligeramente los pies al igual que hacía con sus cerca de noventa años. No había polvo en el camino que, bordeando al pueblo, llevaba hasta la Concepción desde la fuente de las Carretas. Para ella era un camino nuevo, casi como una carretera de las de antes, en algunos casos mejor que las de Cañamero y Logrosán de su niñez.

Había llovido intensamente al final de la tarde del día anterior y durante la noche y unos grandes charcos, en el medio del camino, la hicieron desviarse de su recto caminar obligándola a arrimarse a la cuneta que también conservaba abundante agua.

-Santa María madre de dios…

Le dio un vuelco el corazón cuando se encontró rezando en alto. Se le erizó el vello y miró asustada a uno y otro lado… nada; tan solo algún balido lejano y el cantar de algunos pájaros en los cercanos olivares. Se sacudió los pensamientos y continuó su camino esquivando pequeños charcos que surgían en uno y otro lugar.

-Dios te salve María…

Se paró en seco. Había escuchado nítida la voz de su madre. Esta vez no se asustó, quedó como envuelta en una niebla gris y húmeda en la que le pareció meterse físicamente. Sin saber cómo dio un salto en el tiempo y se vio niña caminando junto a su madre del pueblo a la Concepción por el camino que arrancaba en la Plaza Vieja. Como entonces, el sol comenzaba a asomarse majestuoso tras la sierra picándola suavemente en el cogote.

Caminaba a saltitos junto a ella que, con el rosario en la mano, desgranaba Avemarías con rutinaria cantinela acompañándola también a ella en la contestación

-Santa María madre de Dios, ruega por nosotros…

El camino era estrecho y el avanzar por él era un tanto complicado. Estaba lleno de charcos y barro. Las huellas de pezuñas de diferentes tipos se marcaban fuertes en el suelo. Algunas eran profundas y estaban llenas de agua sucia y espesa. Un gran charco cortaba prácticamente el camino. Lucía no dudó en encaramarse a una de las paredes que delimitaban la ruta, separándola de las fincas colindantes, deslizándose rápida por las inestables piedras que coronaban la misma. Abrió los brazos para mantener el equilibrio. El Santa María quedó inconcluso, dio un gritito y rápidamente le llegó la regañina de su madre que, con un pie en una piedra y el otro en la situada más adelante, se mantenía inestable sobre el charco. Se movió la citada piedra y el pie de la mujer se hundió en el barro; intentó sujetarse y entonces le falló la otra piedra. Se metió en el charco hasta los tobillos. Lucía no pudo reprimir una risa breve y tintineante. Esta vez su madre no la riño. Esperó a que Lucía se bajase de la pared y se colocase junta a ella para seguir imperturbable…

-Quinto misterio: El Niño Jesús perdido y hallado en el templo. Dios te salve María…

A Lucía el Rosario se le estaba haciendo interminable.

Pararon un momento para adecuar los tiempos del discurrir del rezo y la llegada a la ermita. Era algo que todas las mujeres controlaban perfectamente y en función de ello aceleraban el paso o las Avemarías.

Llegaron al comienzo de la finca de tío Pepe Ventura. El camino se empinaban levemente y desaparecieron los charcos, incluso se ensanchaba un pelín. Lucía intentó de nuevo subirse a la pared pero la fulminante mirada de su madre la hizo desistir al momento.

Kyrie, eléison

 Christe, eléison.
Kyrie, eléison.
Christe, áudi nos.
Christe, exáudi nos

Su madre había iniciado las letanías y Lucía sabía que tenía que repetir lo mismo que ella decía. Pero esperaba con expectación la llegada al  Sancta María, momento en el que se relajaba y sin tan siquiera oír lo que su madre expresaba repetía como un lorito: Ora pro nobis; Sancta Dei Génetrix, ora pro nobis; Sancta Virgo vírginum; ora pro nobis; Mater Christi, ora pro nobis, ora pro nobis, ora pro nobis… y claro cuando su madre llegaba al Agnus Dei qui tollis peccáta mundi soltaba el cantarín ora pro nobis en lugar del preceptivo Parce nobis, Dómine, lo que conllevaba una nueva bronca por su falta de concentración.

-¡Cuidado, cuidado! ¡Que se cae usted, que se cae!

El sol la dio de pronto en los ojos, sintió un fuerte latido de su corazón. La voz de un zagalón gritando desde la cercana cerca la sacó de su ensimismamiento temporal y de sus letanías. El mozo corrió hacia ella sujetándola fuertemente. Bajando la empinada cuesta que daba ya a la entrada de la ermita había seguido el camino recto dibujado en su pensamiento en lugar de tomar la pronunciada curva a la izquierda que allí se producía. Se había quedado al borde del pequeño barranco.

La realidad del tiempo se hizo presente en ese momento. La pequeña Lucía que saltaba de piedra en piedra dio paso a la anciana que arrastraba los pies. Miró su rosario, no había pasado del segundo misterio desde hacía ya un buen rato.

Poco a poco se fue rehaciendo mientras se acercaba a la ermita. Por el camino de siempre, una abuela venía reprendiendo a su nieta por su falta de atención al rezo del Rosario.

-Ruega por nosotros, ruega por nosotros, ruega por nosotros, repetía ésta en rutinaria distracción aun cuando la abuela ya había dejado atrás el  Cordero de Dios que quitas los pecados de mundo…  No pudo por menos que sonreír. Setenta años después, en el camino a la Concepción, por uno u otro lugar, con paredes o sin paredes, con charcos y sin ellos, en latín o en castellano, las mujeres berzocaniegas seguían repitiéndose en su hacer, en sus rezos, aun cuando el soniquete latino se haya pedido ya por completo.

Todas juntas se arrodillaron junto a la puerta cerrada, la niña juntó sus manos

-Dios te salve Reina y Madre…

Desde el pueblo llegó el apagado sonar del Ángelus matutino

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R. Mera

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