Y tras tanto cacarear volvimos a la normalidad de siempre
Comenzado uno nuevo curso han abierto escuelas, institutos y Universidades; se han abierto centros de trabajo tras unas vacaciones más o menos disfrutadas; la vida en suma ha vuelto a su carril de hechos sucesivos deslizándose en su monótono día a día.
Había apreciado ya el hecho en otras localidades antes de llegar a este nuestro suroccidente. Todos, absolutamente todos, nos hemos echado a la calle deseosos de resarcirnos de las restricciones padecidas hasta ahora. Ha bastado que los indicadores sobe el Covid apunten mejoras para que a todos se nos haya olvidado de repente lo ocurrido y hubiésemos borrado de la memoria más de un año y medio de penalidades.
Nos habían dicho y repetido que, pasado lo más duro de la pandemia, regresaríamos a lo que se dio en llamar “la nueva normalidad”. Y nos hacían entender que los sufrimientos habidos nos habían hecho mejores personas, más solidarias, más sociales, más comprometidas con nuestros semejantes, nuestras tierras y nuestro futuro.
Pero a media que el ayer se olvida y los aplausos de las ocho de la tarde tal nos parecen ya hechos de alguna de las aventuras de Julio Verne, a todos nos han entrado unas prisas tremendas por, digamos, volver a vivir sin trabas ni normas.
Y he aquí mi perplejidad. Pese a todo lo dicho por los gurús de la cosa, políticos, filósofos, pandemitas de ocasión, tertulianos de cada cuerda, y analistas de la explotación del momento, resulta que el personal, la gente, el pueblo, los votantes, la ciudadanía, o lo que es lo mismo y más sencillo: todos nosotros, pasamos olímpicamente por lo que todos los anteriormente citados aseguraban ocurriría, y obviando un tanto despreciativamente la tan traída y llevada “nueva normalidad”, definida, cuadriculada, analizada, predicada y sermonada por el presidente del gobierno como si de un nuevo Savonarola se tratase, decidimos sin necesidad alguna de referéndum, consulta, ni tan siquiera asamblea a mano alzada, decidimos digo, cada cual a su libre albedrío, dejar aparcada en el olvido lo de “ nueva normalidad” y lanzarnos con todo a la vieja, a lo de siempre, a aquello que nos dijeron había ya pasado y a lo que no volveríamos. ¡Que si quieres arroz Catalina!
Nos lanzamos cual posesos con síndrome de abstinencia a llenar terrazas y discotecas, a apretarnos en los poyos de los jardines y parques para darle a la de sin hueso. Y llenamos las carreteras cual si fueran a cerrarlas al día siguiente, e invadimos las playas cual vikingos del Norte saqueando al Sur, y nos parapetamos en las barras arreglando el pueblo, la comarca, la provincia, y hasta el mundo si las cañas o los vinos corrían más de la cuenta.
Nos faltó tiempo, nos está aún faltando, para volver a lo de siempre: nada de nueva normalidad, la normalidad de toda la vida, aquella de la que renegamos cuando la pandemia nos apretaba con todas sus fuerzas y, como corderitos, aplaudíamos desde los balcones o enaltecíamos entusiastas los cánticos de los vecinos. Hemos vuelto en manada a lo de siempre.
Los mismos tiempos, las mismas gentes