¡Gracias, gracias, gracias!
Arropado camino del acto
Muchas gracias, ¡muchísimas gracias paisanos! Tenía ganas de gritároslo desde el primer día, desde el momento en que terminó el acto de presentación de mi libro “Remembranzas berzocaniegas” en la Plaza de nuestro pueblo. Nines y Patricia, alcaldesa y concejala de Cultura respectivamente, no podían haber elegido mejor lugar ni mejor fecha. Y no me dejaré atrás al presentador del acto, mi hijo José Luis, ni a cuantos en él intervinieron: mi nieta Irene, Patricia, Nines, Inés; mi más profundo agradecimiento.
Aparqué las ganas inmediatas y preferí dejar pasar un tiempo para que sosegase el ánimo y las sensaciones se atemperasen. El río de impresiones y emotivas vivencias que se inició en ese acto se desbordó por todos sus márgenes en los días siguientes como lo hubiese hecho el arroyo de San Juan hacia el pueblo, tras veraniega tormenta, inundándolo todo Carretas abajo hasta la Plaza, como sucedía en aquellos entonces. Tal me pareció que estaba presenciando los actos de otro. Como si mi ser se hubiese desdoblado y viese desde fuera a otro Pepe, a otro Lutrera, que no era yo.
Repaso una y otra vez la presentación, los momentos vividos con quienes subieron conmigo al escenario. Y el calor de todos los míos, y el sentir como lo vivían, como de alguna manera todos teníamos escrita nuestra firma sobre el papel. Y aún siento una sensación de fuerza, de apoyo, de ánimos, de agradecimiento, hacia todos aquellos que llenasteis la Plaza. Y también, cómo no, para los que disciplinadamente se acercaron al día siguiente, Domingo de las Fiestas, a que les dedicase un ejemplar. No puedo explicaros el cúmulo de sensaciones que me invadían y que aún me invaden al recordarlo.
Se acerca a la mesa un joven y me alarga un ejemplar tímidamente
-Me firma, por favor.
-¿A nombre de quién?
-Soy sobrino de Antonio, vivía detrás de la iglesia, en la plazoleta de las Carretas.
-Antonio…Antonio…
-Sí, tenía un mote muy raro, pero no me acuerdo
-Antonio… ¡Anda! ¡Antonio La Picarona!
-¡Eso, eso era! ¡La Picarona!
Y se fue feliz, repitiendo el apodo con su libro dedicado bajo el brazo. Me invadió una extraña sensación de bienestar, de que algo había hecho bien. Seguro que Antonio, Moreno, La Picarona, allá por donde se encuentre, en el cielo o en las praderas de Manitú, esbozó una amplia sonrisa. Como la mía.
-“Tío Pablo, toque usted otra vez `La ovejita Lucera´, es la que más me gusta”, decía.
Y así una y otra vez: ¿Cómo se llamaba tu padre? ¿Y cómo le apodaban?
En los días siguientes se llegaban hasta casa. Los mayores decididos, los más jóvenes con timidez.
A veces repetía el nombre de los padres una y otra vez. Nada, ninguna cara me acudía a la mente. Y me decidía: ¿Quiénes eran tus abuelos? Y entonces sí, entonces se abrían mis recuerdos y aparecían los rostros. ¡Qué lejos quedan los recuerdos! ¡Cómo se han diluido en el tiempo nombres y hombres!
No puedo por menos de evocar un dulce sentir al recordar a muchos de los que en este libro aparecen y que nos dejaron, unos hace ya mucho tiempo, otros no tanto. Mis padres, mis tío los Meras, Chítala, Esquelina, Fujito Pio, Parrala, Pedro Tarata, Felipe Rodríguez, Coleto, Nicanor Sopina, Demetrio,mi primo Quico,Mari CarmenMejías, su padre, don Pedro mi maestro y padrino; y don Pedro el cura, y Tovar y Florencio…
¡Qué curioso! A Marchena, amigo de entonces y que aparece en el libro unas cuantas veces, le lleva un tanto a rastras su mujer, Irene. Por cierto, únicos de la pandilla que se casaron entre sí
-¡Mira si es tonto Pepe!… ¡Le daba vergüenza venir!
Y nos reímos y bromeamos. Cada vez somos menos. Y por ello no puedo por menos de rememorar nombres y rostros
Un montón de días después aún siento como se me eriza el vello al recordar esos momentos. Me inunda el agradecimiento a todos; quisiera abrazaros uno a uno. Y no será por no tener experiencia acumulada en actos públicos: miles de crónicas radiofónicas, y de informativos y reportajes ante las cámaras, y de intervenciones en unos y otros actos. Incluso de mis pregones festivos en Berzocana y mi otro pueblo, Cangas del Narcea, ante más de dos mil personas. Pues nunca me emocioné tanto ni me sentí tan querido. Muchas gracias una y mil veces. Y tendré que ponerme a trabajar duro para ofreceros un nuevo libro digno de vosotros.
Y quiero que todos, absolutamente todos los que leáis estas líneas, sintáis la agradecida profundidad de mi abrazo que quiero se funda también con todos aquellos que se fueron, pero que han quedado para siempre en las páginas de “Remembranzas”.
¡Muchas, muchas, muchas gracias!