De pelgar a pelgarete
No ha mucho años un autocalificado escritor cangués aseguraba en un panfleto impreso que la palabra “pelgar” era totalmente autóctona y que solo se empleaba en Cangas del Narcea. Fue incluso más allá al afirmar con rotunda estulticia que lo mismo ocurría con “chacho” como apócope de muchacho, palabra que se utiliza en todas partes y muy especialmente en Murcia donde la colocan con la misma profusión que aquí el “ho”, tras las afirmaciones, negaciones o preguntas. Sí, ho; qué dices, ho?, y otras.
Pero quiero centrarme en “pelgar”. La segunda edición del diccionario de la Real Academia recoge que se atribuye al “hombre sin habilidad ni ocupación”. El Laroruse lo aplica al “hombre vagabundo y despreciable”. En el Manual de Sinónimos y Antónimos de la Lengua Española lo relaciona con pelagallos, vagabundo,cualquiera, pelafustán, pelanas o pelagatos.
Incluso como insulto puede ir aún más allá. Recuerdo que mi madre, allá en Extremadura, lo aplicaba con profundo desprecio a determinada persona, de muy mal beber y peor vivir, que traía a mal traer a su familia y eso de trabajar lo llevaba muy pero que muy de lejos. También aquí se utiliza así en determinados casos, en ellos la entonación con que se pronuncie determina la dureza del insulto de menos a más.
Quiero resaltar aquí otra acepción en la que “pelgar” cambia su inicial significado y pasa a ser signo de amistad o cariño. Me viene a la memoria la profusión con la que así lo utilizaba (y utiliza) mi amigo Jose Avello, “hijo de Noé el del Juzgao”, como solía decir cuando se presentaba: ¿Ou vas pelgar?, te soltaba mirándote desde arriba, pese a que siempre camina agachado. ¿Qué pelgar, pagas algo?, ¿Has visto al pelgar de Tahoces? En este sentido cariñoso sí me inclino por aceptar que solo se utiliza en Cangas. Al menos yo no conozco ni he oído nunca que así se haga en otras partes. Pero mi palabra no es, ni mucho menos, Ley.
Y aún me queda otra acepción: “pelgarete”. Úsase así en diminutivo cuando se quiere hacer referencia a un pelgar de tercera división, aquel que no tiene categoría ni siquiera para el insulto, al mindundi que ni es ni está, aunque intente hacerse notar dando la nota o presumiendo de esto o aquello no yendo más allá de ser un tonto de ciruelo o un paniaguado de pesebre. También, con la debida entonación, suele dársele un sentido más o menos amistoso y así se hace en muchas ocasiones.