Las tertulias canguesas del ayer (II)
FOTO: El Molinón
El grupo de las doce en el Bar Molinón
Suenan las doce de la mañana en la Basílica canguesa. José María López Morodo, cangués de pura cepa, llega a la Cafetería Molinón, en el antiguo Paseo, hoy calle Uría.
Al fondo, en una pequeña mesa, Ángel Menéndez y Emilio Colubi, le esperan. Al lado, sobre el respaldo de una silla, reposan abrigos e historias de muchos ayeres.
Son parte de una antigua tertulia que ha venido sobreviniendo a la presión de las prisas, las músicas y las televisiones a toda potencia en bares y cafeterías. Una silla vacía recuerda aún a un tertuliano de fácil decir y amena conversación recientemente fallecido: Luís Arce.
Emilio Colubi, con un enorme bigote blanco y un brillante pelo del mismo color, fuma un purito con fruición: “Hablamos de todo lo que ocurre, de lo cercano y de lo lejano, aunque a Pepe y a mí nos gusta mucho hablar del Cangas del ayer”. Ángel nació en Ambres, una pequeña aldea de la alta zona de Sierra. Es más callado y le gusta mucho escuchar.
Hoy, sábado, la tertulia está muy disminuida. Otro de sus componentes, Julio Rosalina, también ha muerto y Ceferino Arias, Chichi, “está algo sordo y viene menos, dice que no se entera de lo que hablamos”, apunta Emilio con cariño y buen humor. También falta ya Lito Gabela y con el buen tiempo volverá Manuel Meléndez que ahora se halla en Madrid.
Tan solo los domingos interrumpen su diario charlar. Me explican el dinamismo de las antiguas tertulias de zapaterías, peluquerías y reboticas y sus añoranzas al respecto. López Morodo desgrana nombres y lugares y el resto aporta otros, precisa datos o recuerda más anécdotas.
Emilio echa de menos algún contertulio que le acompañe por el apasionante mundo de la caza y las monterías; es un gran aficionado. El fútbol también tiene su hueco, y las noticias diarias del periódico, y la gastronomía. “Cuando salimos a comer fuera, luego explicamos al resto los lugares que más no han gustado y los que menos”.
La tertulia arrastra ya años e incluso un cambio de ubicación. Tan solo las sillas vacías van dejando testimonio de los que se han ido yendo. “El futuro aún tiene cosas bonitas que vivir”.