P´a los pies, amigo, p´a los pies

Durante muchos años su entrañable figura recorrió las calles de Cangas con su monocorde cantinela:

-P´a los pies,ámigo, pa los pies

Recuerdo meridianamente el contrates de su carga de calcetines con el calor, a veces sofocante, de los días festivos del Carmen. Sonaba la música, pasaban los cabezudos, y su voz seguía inmutable

-P´a los pies, amigo, p´a los pies, que va a nevar.

Por más que lo intento no logro recordar su nombre. Mi buen amigo Ángel Álvarez, Dupont, seguro que me lo habría recordado con rapidez pero, desgraciadamente, no está ya con nosotros.

Procedía de la Maragatería, tierra de pastores y arrieros, y explicaba que sus calcetines eran artesanos y de pura lana virgen, de la lana de merinas castellanas de siempre.

En la mañana, se llegaba hasta la puerta de la Droguería Dupont:

-Amigo Ángel, ¿cómo va la cuestión política?. Cómo vaya como el negocio apaga el cirio y hágase la oscuridad.

Y se reían los dos con guasa tomándose el pelo mutuamente

-Oye cazurro, le decía Ángel, estás perdiendo facultades, este año no das una.

Y es que nuestro personaje se pasaba el año anunciando una y otra nevada a todas las cuales tenía asignado nombre tan cual ocurre ahora con las tormentas, ciclones y demás exagerados fenómenos meteorológicos

-P´a lo pies amigos, que aún falta la nevada del pastor

Y caminaba calle Mayor arriba y abajo, saludando a unos, hablando con otros, tal cual si el gran fardo de gruesos calcetín que le colgaban del hombro no le supusiese carga ni incomodidad alguna. Blancos, negros y medio pardos, colgaban de una cuerda a cuyos extremos los sujetaba de una estudiada manera que él solo debía conocer. En la mano derecha portaba unos pares que era los que mostraba y hacía tocar al público para que comprobasen su calidad y tipo de lana.

De la punta de cada calcetín colgaba bien visible el final de una hebra de lana que al decir del maragato, era la marca de autenticidad de su producto

-P´a los pies, amigos, p´a los pies

Se iniciaba julio y en el mercadillo del sábado, en La Oliva, repetía su cantinela

-P´a los pies, amigo p´a los pies-

-¡Pero si ya está aquí el verano!, le contestaba algún viandante

-¡Que va amigo!, no te fíes, aún falta la nevada del Cuco. Sonreía, ofrecía su mercancía y seguía su camino tranquilo y un tanto ajeno al trepidante pulular de las gentes.

-Pasaban los días y los años. Sin saber cómo, pero con muy mala intención, sin base ni prueba alguna, y producto más quizás de los cotilleos de esquinas y terrazas que de alguna personal mala intención, comenzó a expandirse el rumor de que los calcetines no eran negocios, que en realidad trapicheaba con droga.

Fue tal el disgusto que se llevó nuestro maragato que según me contó Ángel lloró mucho en su tienda y repitió una y mil veces que él solo se había dedicado siempre a trabajar en su pueblo y a vender calcetines por una y otra parte. Comenzó a espaciar sus venidas a Cangas hasta que un buen día desapareció para siempre

-P´a los pies, amigos, p´a los pies

NOTA.- Apena publicado el artículo nos llaman para comunicarnos que nuestro amigo se llamaba Gerardo