Bien ido sea este 2020 que el diablo confunda
Mañana celebramos la festividad de San Silvestre. Y silvestre nos vino el año que ahora finiquitamos. Menos mal que también se celebra la festividad de Nuestra Señora de la Leche y el Buen Parto.
Séanos pues bueno el alumbramiento del nuevo año y que seguidamente la Señora de la onomástica llene sus pechos pletóricos de leche en abundancia, de leche que pueda llegar , bajo todas las formas que imaginarse puedan, a matar el hambre en tantos y tantos puntos como esté presente en nuestro disparatado mundo.
Queden cegado los caminos que hasta aquí nos han traído y, con el virus, queden también enterradas envidias, rencores, manipulaciones, mentiras engaños… y todo aquello ajeno al desarrollo integral de la persona, lo que le lleva a la plenitud de su existencia y que, generalmente, viene a ser completamente distinto de aquello que nuestros responsables políticos determinan es lo que nos conviene. Siempre, a posteriori y con la evidencia de lo vivido, venimos a convenir que ha sido más bien lo que les conviene a ellos.
Bien ido sea pues este 2020 que el diablo confunda y arrojemos al fuego de sus últimas horas los malos momentos vividos, las frustraciones, los deseos que no pudieron ser realizados, los abrazos que no dimos y los besos que se quedaron en mohín de labios. Hagamos cenizas del dolor solitario de muchos de los nuestros y guardemos en nuestra memoria individual y viva el recuerdo de aquellos seres queridos que nos dejaron sin poder haberlo hecho apretando una mano querida o amiga.
Malhado sea pues este año que termina y malhados sus hechos. Incluso dudo de que nos haya dejado algún aprendizaje que mejore nuestras relaciones o futuros. Que nos haya hecho más solidarios, humanos o humildes. Más bien ha acrecentado los individualismos en un sálvese quien pueda más que evidente en muchos casos. Incluso aquellos aplausos de primavera, mucho de ellos sinceros, quedaron en testimonios de cara a la galería, en momentos de lucimientos del yo vecinal, nuestras habilidades o las de alguien de nuestro entorno más cercano. Más que sentimiento, en muchos casos, primó el lucimiento.
Y desechos ya de las fiebres y malquerencias que el año trajo, limpiemos cuerpo y espíritu; abramos el alma a los pueblos y las gentes; lavémonos las legañas del cortoplacismo, dejemos que la vista se expanda sin muros por valles, montes y llanuras, en un inmenso abrazo mundial que nos haga a todos iguales en nuestra diversidad. En un abrazo que diluya el egoísmo del yo en el nosotros.
Y así daremos nuestros primeros pasos por el nuevo año con renovado espíritu, con ilusiones abiertas a un nuevo futuro de esperanzas, de trabajo y de concordia. Con la mente preparada para entender los nuevos tiempos y las nuevas cosas. Quizás ya nada, o en gran parte, vuelva a ser como antes. Pero no estaremos desprevenidos.
Dejemos pues que en las últimas horas de mañana se quemen las malas intenciones, las envidas, el egoísmo ególatra, las malquerencias y, especialmente, el insulto fácil, la maledicencia, la denigración y la calumnia muchas veces encubiertas en el anonimato de las llamadas Redes Sociales.
Bienvenido sea 2021. Que el cuerno de la abundancia se abra en todos los hogares y los vientos de la vida os sean propicios en todos vuestros proyectos personales o familiares; que hinche las velas de vuestro vivir de forma que nuestras aldeas, nuestros pueblos, nuestras ciudades, nuestra comarca, nuestra nación y en definitiva nuestro mundo lleguen a buen puerto.
Un abrazo y paz y bien para todos. Feliz Año Nuevo