Preparando los calbotes en Adviento
Sopla el aire frío que busca el rio desde la Sierra. El tiempo de Adviento consume sus últimos días y la Navidad anuncia su mundo de ilusiones.
Rodeado de trastos, un hombre, en unas improvisados trébedes de leña, posa la sartén en la que prepara, concentrado, los calbotes que degustarán seguidamente.
Y digo un hombre por quiero representar en él, pese a su juventud y esencia berzocaniega, a todos los agricultores y pastores extremeños en general y berzocaniegos en particular que siguen haciéndolo, y a esos otros que durante años y generaciones han venido repitiendo este acto tan simple y tan entrañable de asar las castañas, de hacer calbotes.
Incluso los trastos y leña que lo rodean impregnan la imagen de un halo campesino que la viene hacer intemporal. Y así mismo, el crepitar del fuego nos tare el frio externo de unos campos en los que aún perdura la helada de un diciembre que ya ha doblado su mediana y se prepara para abrir las puertas a la Nochebuena.
Y cabalgando sobre vientos que llegan a esta Asturias lluviosa desde las Villuercas, me llega el sonar del rabel de tío Lorenzo “El serio” y una voz quebrada que canta;
“Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada,
las cabrillas altas iban y la luna rebajada;
mal barruntan las ovejas, no paran en la majada.
Vide venir siete lobos por una oscura cañada.
Venían echando suertes cuál entrará a la majada;
le tocó a una loba vieja, patituerta, cana y parda,
que tenía los colmillos como punta de navaja”