No a la experiencia, da igual verdad que mentira y exaltamos el yo
Nos ha tocado vivir una época que, dicen de ella, ha conformado las generaciones más preparadas y que más información han recibido y reciben de la Historia. Y esto es bueno, pero algo ha fallado, está fallando, por cuanto estas generaciones, en gran parte, han llegado a un estado en el que son incapaces de separar lo ficticio de lo real. Tal parece que con el aluvión de información que les llega por tan diversos y variados canales ha difuminado la frontera entre lo real y lo ficticio. Incluso entre el presente y el pasado
Corrió por la Redes un vídeo en el que le preguntaban a un joven
-¿Puede usted decirme el nombre al algún escritor de la Generación del 27?
Y el joven, con gesto de extrañeza respondió
-Pero, ¡cómo quiere que lo sepa si aún estamos en 2020!
Hemos renegado de la experiencia de los mayores y del decir de los sabios, del cumplimiento de las normas de convivencia, del ejercicio de la educación ciudadana, del respeto a los demás, a sus ideas y a sus formas de vida. Hemos hecho del adanismo y el individualismo nuestra forma de vida. Somos adoradores del “yo”: yo hago, yo sé, yo opino, yo soy el preparado, yo soy el experto, yo soy el que tengo razón. Y hemos hecho dejación de lo social, del grupo, del interés general…
Y ciudadanos de un mundo en el que todos tenemos acceso a todas las fuentes de información, y por tanto somos capaces de detectar o desentrañar una patraña o una gran mentida si nos lo proponemos, resulta que ya no deseamos la verdad, tan solo nos convence lo que queremos oír, lo que se acomoda a nuestra egoísta e individual manera de ser. Lo que no venga a alterar nuestra comodona existencia. Y en esa tesitura no sabemos distinguir la realidad fácilmente comprobable de la patraña o la gran mentira
Y tú ¿por qué defiendes a ese político?
-Es el único que dice la verdad, el único que nos defiende, contesta rotundo el interpelado.
Y ello lo afirma así cada quien de su cada político o gobernante de cabecera haga lo que haga, diga lo que diga, y mienta lo que mienta. Solo piensan quienes así actúan que la verdad objetiva no existe, que todo es opinable, subjetivo, acomodaticio y moldeable a sus deseos.
No ha tantos años a quienes así actuaban y se dejaban embaucar por charlatanes y trileros se le llamaba sin cortapisa alguna necio, ignorante, tonto o imbécil, Ahora, por el aquel de lo políticamente correcto y un devenido e irracional “respeto a las opiniones y las ideas”, sean éstas incluso amenazas o burradas más que ideas, poco más que se les venera u adora y mucho más aún si se les coloca para definirlos esa palabreja de influencers. En ese caso, sobre todo los jóvenes, esos tan teóricamente preparados pierden el oremus e incluso son capaces de escribir cartas de amor a una muñeca robot que como tal actúa en las redes con millones de seguidores.
Y como también se repite ahora para cerrar cualquier razonamiento, diré yo también: Es lo que hay