De estrecheces buscadas y modas admitidas
Pese al fresquito reinante, Xuan y yo decidimos tomar café en la terraza del Hotel Molinón por el aquel de la pandemia, las distancias y las normas, pero más aún por el tímido y tibio sol que acariciaba sus mesas y sillas.
Y entretenidos andábamos cuando un joven que entraba en el local llamó poderosamente nuestra atención. Aclaro, no el joven, la vestimenta.
Xuan dejó en suspenso la cucharilla con que removía el café, me miró, hizo un gesto con la cabeza señalando al joven y esbozó una amplia sonrisa encogiéndose de hombros como en un gesto de incomprensión al que esperaba yo respondiese.
Calculamos al infrasquito entre unos treinta, treinta y pico de años. Llegó con un andar decidido portando un carterón en la mano izquierda y un móvil pegado al oído en la derecha. Soltó el carterón en una de las mesas vacías de la terraza y se dedicó con entusiasmo al teléfono mientras se movía en torno a sí mismo braceando y gesticulando a más no poder. A nosotros tan solo nos llegaban palabras sueltas que sonaban y se apagaban si permitirnos hilar concepto alguno.
Su cabeza se mostraba cual si dos fuesen. De un lado rapada totalmente hasta casi la altura total y del otro con pelo. El de la parte delantera, sobrado de gomina, se alzaba tieso cual poste de teléfono y con una pincelada violeta sobre el negro. Los pantalones los llevaba pegados a muslo y pierna de tal forma que no coligamos muy bien cono carajos lograba encajarlos en las mismas. Nosotros creo que no lo habríamos logrado ni tumbados en la cama.
Pero lo que más nos llamó la atención fue la americana negra (o casi negra) de una tela ligera. Estaba tan justa y apretada al cuerpo que la tela se mostraba tensa en todas sus partes y daba la impresión de que el único botón que tenía, y que permanecía abrochado, podría salir disparado de tal forma que hasta pudiese dejar señal en cualquier cabeza que en su camino encontrase.
Por su parte trasera, las costuras laterales estaban tan tensas que amenazaban descoserse de arriba abajo y de abajo arriba en cualquier momento. Buena debía de ser la calidad del hilo utilizado en su unión y la habilidad del sastre para que tal cosa no se hubiese ya producido.
-Oye Mera: como respire un poco fuerte sáltanle toes las costuras de chaqueta y pantalón. Ta to forzao, mete la barriga y saca el pecho.¡Joerr con las modas!. ¡Mira , mira!.
Xuan me indicaba con la barbilla que mirase hacia el Paseo. Otros tres hombres llegaban hasta nosotros. Salvo en los colores (aunque predominaban los oscuros), los tres vestían exactamente igual en cuanto a hechuras y estrecheces. Eran todos de tipo estrecho y no entendíamos muy bien las aún mayores estrechuras de las ropas salvo por las dictaduras de las modas.
-No sé muy bien, me decía Xuan, si adaptan la chaqueta al cuerpo o el cuerpo a la chaquetea. ¡Vaya estrecheces!.¡Pitillos!, eso es, díxome la mio nieta que esos pantalones llámanse “pitillos”. ¡A saber cómo carajos se llamará la chaqueta!
Los hombres actuaban cual si hubiesen sido cortados por el mismo patrón. Amén de vestir igual, gesticulaban igual, se movían igual y cogían el móvil de la misma forma. Ni que decir tiene que los carterones eran también iguales.
Bromeamos un buen rato a costa de la tiranía de las modas y la docilidad de muchos para aceptarlas y usarlas sin pararse en miramiento alguno.
-Oye Cuntapeiro. ¿Estos mozos tendrán espejo en casa, ho?
-Tendralos, Xuan, tendralos, Y veránse estupendos