A jubilarse a Oviedo.
Juan estaba harto. Harto y cabreado. Sobre todo porque no podía quejarse. ¡ Cualquiera abría la boca después de lo pasado!. El mujerío de casa podía correrle a gorrazos.
Todo comenzó hacía unos cuatro años. Juan fue de los primeros en prejubilarse de su empresa. Hacía ya mucho tiempo que no se hablaba de otra cosa: prejubilarse e irse a Oviedo; o prejubilarse para irse a Oviedo. Era la corriente de moda, el no va más. ¿ Quién era el guapo que se atrevía a decir que se iba a quedar en Cangas?. Los hijos; los hijos eran el pretexto perfecto para justificar algo que ni siquiera Juan tenía nada claro. En su caso eran las hijas.
Teresa, su mujer, no lo pensó mucho. ¡Lo que presumiría después con las vecinas! Su hija mayor, Luisa, se había marchado a Oviedo a estudiar unos cursos de ofimática. A un Centro al que acudían gran número de jóvenes cangueses, sobre todo los que patinaban en las pruebas de acceso a la Universidad o se atascaban en segundo de bachiller. También se podían hacer en Cangas, pero muchas de sus compañeras de Instituto se habían marchado a cursar estudios a Oviedo y el quedarse aquí era como reconocer el fracaso que suponía repetir segundo y haberse quedado allí estancada. Teresa tampoco quería que se quedara. ¡Con la lengua que tenían los vecinos!.
Era el momento, Juan se prejubilaba y Laura, la pequeña, acabó el Instituto. ¡Cómo iban a dejar a las niñas solas en Oviedo!. Se comprarían un piso y todos a Oviedo, así las niñas estarían más atendidas, ella podría ir cuantas veces quisiera a Hipercor y Juan a pasear al Campo de San Francisco que estaba tan guapo, casi como si fuese el pueblo. Resultaba todo que ni a medida.
Las que montaron en cólera fueron las niñas. Todo el Bachiller pensando en terminar para irse a vivir a un piso de Oviedo con las compañeras y ahora ésto. Al principio, Luisa no se lo tomó muy en serio, pero Laura, que veía los preparativos de cerca, trinaba. Bueno, trinaba, croaba, gorgoteaba, crotoraba y demás abas habidas y por haber. ¡Aguantar a los dos en Oviedo!…
¡Niña!, ¿dónde vas?. Nena, ¿qué hora son éstas?. Laura, que no estudias nada. Niña, recoge tu habitación. ¡Pero dónde vas con esa falda, o te la subes o no sales¡. ¡¡Pufffff…..!!
Y aguantar a su padre todo el día en casa. Porque, ¿vamos a ver? ; le decía a su hermana mayor. No tiene ninguna afición, y ni siquiera ve enteras las películas de la tele, solo los partidos de fútbol. No compra el periódico; no lee libros ni revistas y solo habla de mina y vacas. Bueno de las minas y vacas que él conoce. ¿Con quién va a hablar de esto en Oviedo?. Tendremos que buscarle algún chigre para que al menos juegue al tute o la brisca y se desahogue un poco.
Su hermana asentía. Lucharon todo el verano, pero fue en vano. Con la llegada de septiembre levantaron la casa y… todos a Oviedo.
Sus padres compraron un piso por detrás de la autopista de circunvalación, allá por Ventanielles. Y menos mal que no habían vendido el piso de Cangas. Durante algún tiempo pusieron el cartelito de “se vende”, pero su padre no se había bajado de veintidós kilos y no habían logrado darlo salida. ¡Menos mal!. Al menos podían seguir viniendo todos los veranos, sobre todo al Carmen. Claro que detrás de ellas también se venían los papás.
Juan pensaba en ello desde el eterno bostezo que habían sido esos años. Teresa igual. Lo de ir al Hiper no tenía tanta gracias si no se lo contabas a alguien conocido. O las cosas de las niñas y lo bien que las iba. O lo mucho que ganaba Juan pese a estar prejubilado. A la gente de Oviedo, que tampoco eran de Oviedo, estas historias le traían al fresco. Y todo comenzó a ser una larga tarde de orballo y niebla. Y riñas…. y broncas….
Luisa no tardó en echarse novio. Un chaval de Mieres, o de por allí cerca, que conoció en una discoteca y que andaba buscando trabajo. ¡Y con un pendiente!, bramaba Juan. ¡Si se enteran los de su mina!. Con la de burradas que él había soltado de los de los pendientes.
Poco tiempo después le salió al novio un trabajo en una subcontrata que operaba en Boinás. No lo pensaron. Se casaron y se fueron a vivir de alquilado a Belmonte. ¡Y el piso de Cangas cerrado y pagando gastos!.
Las acusaciones entre el matrimonio por la idea de ir a vivir a Oviedo aumentaban día a día. Pero la guinda había llegado hacía unos seis meses. Laura, que no acababa de arrancar en la dichosa carrera de Económicas, decidió ponerse a trabajar. Juan no sabía cómo, pero el caso es que la ofrecieron irse a Parque Astur y no lo dudó. Mandó Económicas al carajo (aún estaba en primero) y se dedicó a vender teléfonos móviles con un horario de más de diez horas diarias, sábados incluidos. Se marchó a vivir a otro piso alquilado en Avilés. Juan se mosqueaba pensando que en realidad se había ido a vivir con el que la había buscado el trabajo y, sí así era, Teresa lo tapaba muy bien. ¡Y el piso de Cangas cerrado y pagando gastos!.
Y por todo ello es por lo que estaba harto y cabreado. ¿ Y ahora qué, Juan?. ¿Te vas tú con una niña y yo con la otra?. Juan rechinaba los dientes y, en su caletre, hacía que bajasen todos los santos del cielo en procesión. Ahora ¡a joderse!, contestaba.
Volverían los dos en el verano a Cangas y ya verían lo que hacían después. Quizá lo mejor sería el alquilar el piso de Oviedo y terminar así de pagar la hipoteca tranquilamente.
Juan se comía el coco en torno a única pregunta: ¿y como cuento yo ahora ésto en la esquina de la Caja de Ahorros?.
NOTA: Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia, y en cuanto a la moraleja de esta fábula, que cada uno saque la suya.