Una noche de poesía, agua y cacharros, en el Blanco
Este artículo novelado narra lo acontecido una noche en el Blanco. Los personajes y momentos son reales
Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.
Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.
La voz de Emilio El Morocho se elevaba potente, alta, más aun por cuando se hallaba subido encima de una mesa, y declamaba con pasión levantando los brazos, extendiéndolos o encogiéndolos según requería el momento. Todo un rapsoda a la canguesa.
La puerta del Bar Blanco se entreabrió levemente y asomó el rostro curioso de Manolín Banesto.
-¡Uffff¡, exclamó metiendo la manos por el pequeño espacio que dejaba la puerta de doble hoja y agitando aquella fuertemente de arriba abajo y de abajo arriba.
-¡Iba a tomar un vaso, pero tais vosotros buenos!.¡Marcho, marcho!. Y dejando que la puerta se cerrase tomó las de Villadiego quizás temiéndose, dado el personal presente, que de entrar, la cosa se le complicaría. Y es que andábamos ya más allá de la una de la madrugada.
Llovía en Cangas y un vientecillo frio soplaba del Norte obligando a los cangueses a caminar pegados a las paredes para resguardarse de una y otro elementos meteorológicos. Aunque para los más jóvenes sea quizás un tanto difícil de entender, el caso es que pese a la hora, y ser día laborable, aún había parroquianos en los bares, todos abiertos, y grupos procesionando de unos a otros. Mujeres no se veían, salvo especiales excepciones de algunas jóvenes ya entonces progresistas, en el pleno y real sentido del vocablo y no el manoseado actual. La crisis minera, aunque se anunciaba, aún no se había materializado.
El caso es que el grupo en cuestión habíamos aterrizado en el Blanco procedentes de Caniecho y tras haber brujuleado ya por unos tantos chigres siempre a carreras y resguardándonos ya que ninguno llevábamos paraguas. Y esto era, no por descuido, sino por prudencia ya que siempre terminaban quedándose olvidados en algún bar.
Pero volvamos al interior. Morocho seguía con su declamación, cuando la puerta se abrió por completo y sacudiendo el paraguas entró como golpe de viento Roger, de la Confitería Formentor. Se quedó clavado unos segundos mirando sin pestañear al Morocho encaramado en la mesa: Sin apurarse soltó el paraguas contra la pared, se sacudió cabeza y pantalón, y alzando la testa como los leones de los versos que recitaba Emilio, y tirando del cuerpo hacia arriba, se encaramo con agilidad encima de otra mesa comenzó dando un tinte de tristeza a la voz:
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
Paró Emilio sorprendido y se incorporó al aplauso unánime que provocó Roger con su intervención. Paró ahora éste y siguió Emilio desde lo alto de su mesa
No soy de un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.
Paró aquí de repente, extendió los brazos al cielo y, con gran solemnidad y mirando fijamente a los presentes, recitó lentamente cargando la voz en cada palabra
Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.
Se volvió hacia la mesa de Roger como invintándole y éste, con voz potente, declamó:
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas
Surgieron los aplausos entre la clientela,. Y los bravos.
-¡Un momento!
Agustín, profesor de Literatura en el Instituto cangués y como tal ejerciente cuando los profesores no viajaban diariamente a Oviedo, sino que se implicaban en la vida de la villa, ya fuese diurna o nocturna, se subió lentamente a otra mesa dispuesto a intervenir.
-Un momento, un momento. Pepe, tras la barra, pidió un poco orden a la clientela que se le iba de las manos y con un tono no muy convencido les pidió que siguiesen si querían pero bajándose de las mesas
¡Anda y déjalos! ¿No ves que se lo están pasando en grande?; argumentó una sonriente y jovencísima Cachi. Pepe se encogió de hombros y siguió limpiando vasos sonriente y un tanto complacido
Agustín, que se había quedado a media subida, terminó de encararme en la mesa. Pidió silencio a la tropada y recitó:
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
Salime al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del yelo desatados,
y del monte quejoso los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
Aquello era el no va más. U pequeño grupo de cangueses que se encontraban recorriendo la villa bajo la lluvia y refugiándose en cada bar que encontraban se hermanaban en la Literatura sin tan siquiera soltar el vaso de la mano. Era pelgarada sí, pero pelgarada ilustrada.
Y siguió el Morocho envalentonado
Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;….
Roger no se arredraba
Veía el horizonte cerrado por colinas
oscuras, coronadas de robles y de encinas;
desnudos peñascales, algún humilde prado
donde el merino pace y el toro, arrodillado
sobre la hierba, rumia; las márgenes de río
lucir sus verdes álamos al claro sol de estío.
Iba a intervenir de nuevo Agustín cuando El Cazurro, acodado en la barra, junto a la puerta, con el cigarro en la mano izquierda y un cuba en la derecha, cortó en seco el recital del rapsoda
-Tais tos buenos. Sois una gran pelgarada. De la mina es de lo que tenías que hablar y preocuparos y de no tanta gilipolleces. Tamos a punto de ir a la huelga y vosotros con las poesías y las mierdas esas
-¡Inculto¡ cazurro!, grito El Morocho bajándose de la mesa
Buena la vio Jose Avello. Pese a su cuerpo delgado, enjuto, descompensado en su longitud y anchura, y encorvado más o menos según la hora del día, se encaramó en la mesa; arrenmangose los pantalones dejando al aire unas canillas que tal parecían de santo incorrupto en urna eclesial que piernas, y se arrancó con voz desafinada y un tanto cavernosa:
Porque negro nací
en un mundo de luz y color
tu que llegaste aquí
en busca de aventuras y sol…
Aunque Balito y Pepe Gayón quisieron incorporarse a la canción ya era tarde. Fue tal el caos de risas e improperios que se organizó que Avello hubo de bajarse de la mesa aun cuando Falo insistía con fuerza en que siguiese
-¡Eres un artista!,le gritaba levantando su cuba por encima de la cabeza.
Cándido Puente, que estaba sentado en una mesa asintiendo a todo y cabeceando, se puso en pie, dio un paso hacia el centro del local, y levantando su brazo con el vaso en la mano describió un arco primero de subida hacia afuera y seguidamente girándolo sin bajar en altura hacia adentro en peculiar forma que después terminó definiéndole, pidió silencio solemnemente. Se colocó en medio del bar y lentamente proclamó.
Está todo muy bien, pero tais todos fuera de bolos. Hay que hablar de pólvora y de la Descarga, el resto son todo caxigalinas . Y luego de la mina, como dice el cazurro, pero vosotros no tenéis ni puta idea de nada. Y tu Morocho el que menos. Memeces, solo decís memeces.
-¡Guineano, eres un guineano de allá pa´lante!
Emilio increpaba a Puente entre risas haciendo mención a su lugar de nacimiento.
Mis pies arrastran cadenas
Señor porque te ofendí
madrecita buena…
Avello con el vaso en una mano y en alto se acercó bailando hasta Cándido. A éste se le olvidó el discurso, se agarró al citado y juntos iniciaron un baile que, la verdad, no duró mucho.
Alfonso Rueda, sentado en la misma mesa que Puente, había asistido en silencio, y con una gran sonrisa en la boca, a las declamaciones de los rapsodas señalados. Desde la misma mesa se dirigió a Emilio
-Oye Morocho, atiende aquí. A ver si sabéis esta. Y comenzó
Y que yo me la llevé al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
Emilio, Agustín, Roger, y yo mismo, nos unimos rápidamente recitando todos a coro y llenando el espacio de gestos con manos y brazos:
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
Rompimos todos en aplausos y vivas. Rueda quiso seguir pero aquello era ya un pandemónium.
Roger, cual druida inspirado, proclamó a voz en grito
“Sed fugit interea, fugit irreparabile tempus”
-¡Tu puta madre!, le increpó Cándido entre las risas, los aplausos y el jolgorio generalizado.
-¡Como una puta cabra!, remachó Avello al que se abrazaba Falo riendo a más no poder.
-Roger, ¿Se puede saber qué coño de idioma es ese que hablas?, seguro que acabas de inventártelo, preguntaba el Cazurro con una sonrisa socarrona en el rostro.
-Tahoces a ti en cuanto te sacan del resplandor de la soldadora no ves tres en un burro, so ídem.
Roger seguía encima de la mesa.
-Escuchad cangueses: he hablado en latín; y en castellano la frase dice:
“Pero huye entre tanto, huye irreparablemente el tiempo”, que es lo que sucede mientras nosotros estamos aquí rindiendo culto a Baco y homenajeando a los poetas.
-Va a ver que ir cerrando, decía Pepe como si se dirigiese a alguien intangible y lejano.
Y en ese momento se abrió de nuevo la puerta y entraron Robustiano Domínguez, Luis Sama, Ángel el ingeniero, Potolo y Falcón, sacudiéndose todos ellos el agua y colocando un par de paraguas en el paragüero.
-Pon de beber a todos éstos, dijo Robustiano dirigiéndose a Pepe con decisión.¡Cacharros pa to el mundo!
Sin inmutarse ni preguntar a nadie, Pepe comenzó a alinear vasos largos sobre las barra. Echaba de una u otra botella, agregaba Coca-Cola o tónica según su criterio para, seguidamente, comenzar el reparto nombrando a cada uno de los presentes y entregándoles un vaso determinado. Tan solo yo no tenía vaso. También sin decir nada me entregó una cerveza. Recuerdo que no pudo ser Mahoou; en aquellos años tan solo las tenía Chacón.
Ni entonces ni ahora he logrado entender el significado de cacharro en las timbas. Bastaba con uno se llegase a la barra y dijese: ¡Un cacharro!, para que el camarero de turno procediese a servir el brebaje que adoptaba de muy diferentes formas y colores, pues hasta de pipermín he visto yo poner algunos de los así denominados.
Busco y cacharro y el Libro Gordo de Petete me dice: Cacharro: Recipiente, en especial el que se usa en la cocina o el que es tosco.
Y también: Máquina, aparato o mecanismo, en especial el que está viejo, en mal estado o funciona mal.
Pues nada de nada. Un cacharro en las timbas y alternes al uso es un vaso largo lleno de un determinado brebaje a gusto o capricho del cliente y que el camarero siempre sabe que mezcla lleva según sea el demandante del tal.
Avanzaba la noche, o más bien entraba ya a todo mecha la madrugada, cuando Pepe comenzó a achuchar para que el personal despejase el local.
Potolo se asomó a la puerta y la cerró de inmediato
-Imposible, no se puede salir, llueve tanto que va salir nadando hasta San Pedro en Tineo, todos quietos. Y volvió a acodarse en la barra
-Que sea la penúltima; pidió Joaqui Cuervo respaldado por Gayón.
-¡Ni penúltima ni leches!, dijo Pepe intentando tomar el control de aquella desmadrada tropada .
-¡Coño, Pepe”, a ti que más te da
-¡Nos la bebemos rápido!
– Te aseguro que no cantamos
– Tampoco es tan tarde, puede que algo temprano sí
El personal, soltando cada cual su vaso vacío en la barra, iba desgranando sus razones para convencer a Pepe. Ésta cabeceó, remungó no sé qué retahílas y volvió a colocar y llenar otra tanda de vasos y sacó mi cerveza.
Tal parecía que una pertinaz sequía, de las que decía el Caudillo, había invadido Cangas y sus vecinos allí concentrados daban fe de ello. Su sede era insaciable.
-¿Oye Cándido y de cenar qué?, preguntó Joaqui Cuervo con la mayor naturalidad y la aquiescencia de Balito
-A mí ni me miréis, dijo Pepe encogiéndose de hombros
–No hay ningún problema, dijo Cándido, nos vamos ahora mismo a Los Semellones.
-Al Morocho le pilló con el vaso en la boca y se limitó a hacer aspavientos de cabeza y brazos apoyando la idea
.Pero sin va a ser las dos, ¿dónde coño vais a ir?, preguntó Falo largándose un largo trago.
-A los Semellones, dijeron Cándido y Morocho al unísono
-¿ Tará despierto…..? y aquí Potolo puso un nombre que no logro recordar
-¡Joder, si no está se le llama! Se levantará y nos preparará una gran cena encantado: huevos fritos, patatas, cecina, chorizo, algo de jamón, lacón, pan de hogaza, lo que haga falta, relacionó el Morocho convencido con el asentimiento gestual de Cándido y Robustiano.
-Se fueron vaciando los vasos, languidecía la tertulia. Era día laborable y había que trabajar al día siguiente, yo miso tenía que salir a las ocho hacia Soto de la Barca.
Potolo volvió a asomarse a la puerta
-¡Joder!, que no se pué salir, que llueve a mares, que me han dicho que ya hay inundaciones en Tineo. Potolo tenía fijación con los de Tineo
Parpadeó la luz, algo habitual en aquellas fechas en día de lluvia, viento o tormenta
-¡Venga joder!. ¡Acabai de una puta vez!, dijo Pepe ya serio
El personal fue soltando los vasos en la barra no sin chungas, indirectas, intentos de canturreo, y decires o salmodias de uno u otro estilo como las que sin parar un momento soltaba continuadamente Roger.
Fuimos saliendo. Llovía a todo lo que daba. Unos corrimos a refugiarnos enfrente, otros como Ángel el ingeniero, que era de Barcia, se subió el cuello de la chaqueta y aguantó estoico. Los menos intentaron colocarse bajo los tre únicos paraguas que se abrieron. Parpadeó otra vez la luz y termino quedando todo a oscuras. Robustiano sacó una linterna, Pepe, desde dentro, nos alumbraba con otra.
Avello, Joaqui, Falo y yo nos dirigimos a la derecha. Se adivinaban bultos aquí y allá-
-¡Morocho!, tengo el furgón frente al Ayuntamiento!, gritaba Cándido
-Echamos a correr en la oscuridad y bajo la lluvia; atrás quedaban semiperdidas las voces de unos y otros intentando organizarse para ir a cenar a los Semellones.
NOTA: Dias después de publicar este atículo, Susana, hija del Morocho, nos dice que los del bar de los Semellones al que los protagonistas querían ir a comer lo regentaban Macelino y Primitiva.
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