ENCLAUSTRADOS XXIV.- Tristes despedidas y lluvia
Lunes Santo, día 6. Está oscura la mañana. Llueve. La niebla se ha enseñoreado de las calles al igual que lo están haciendo los animales salvajes en muy diversos lugares. Diez grados. Noto en la calle más ruido que de costumbre. Y compruebo que de ocho a diez hay más tráfico que en las pasadas semanas, incluso pasan dos o tres furgonetas de la construcción con material. En mi calle, durante este enclaustramiento, el tráfico tenía dos subidas de intensidad que coincidían exactamente con los cambios de turno en el Hospital en la mañana y la tarde. Hoy no está sucediendo esto y ello me lleva a mi afirmación de ayer: creo que estamos relajando el confinamiento y el cumplimiento de las normas. Hasta el perro amarronado ha vuelto a aparecer caminando Paseo abajo hasta perderse en la distancia.
Hoy comienza la Semana Santa, una Semana Santa peculiar, anómala, que nunca se ha vivido. Incluso en la guerra incivil los ritos y procesiones se mantuvieron, al menos en la llamada zona nacional.
Se refleja la tristeza en el día. La cara de mi vecina de enfrente está aplanada por la presión sobre el cristal. No dejan de pasar viandantes refugiados bajo los paraguas. Algo no va bien. Por otra parte, yo mismo me pregunto si, con el pretexto de tener que escribir todos los días de lo que pasa, no me estaré convirtiendo en un cotilla, algo de lo que siempre he abominado y todavía no logro entender muy bien los motivos profundos de los que así se comportan.
Me abstraigo en el diario paseo y me da por pensar en las defunciones que se están produciendo. Son muchísimas, aunque me da la impresión de que no somos plenamente conscientes de ello. Y me entristecen esos féretros que llegan prácticamente en soledad a los cementerios de los pequeños pueblos y aldeas, o esos otros de las capitales y ciudades más grandes que guardan cola en las incineradoras a la espera de que, cuando esto pase, sus cenizas sean entregadas a sus deudos para que las depositen allá donde crean conveniente. Y siento en mi mente el dolor de las familias despidiéndose en la lejanía unas, otras en el dolor de no poder cumplir los deseos de su padre, madre o abuelo, de enterrarlos allá donde habían pedido, y la soledad de aquellos dos o tres que acompañan al féretro.
Es todo muy triste y en mi particular criterio, estas situaciones vienen a chocar de alguna manera con las, en algunos casos forzadas por unos y otros, fiestas de barrio que se producen cada tarde con el pretexto de aplaudir.
Incluso pienso si esos aplausos de cada tarde no serán, más que de agradecimiento, una forma de conjurar con el ruido nuestros propios miedos y limitaciones. O ambas cosas.
Me acerco a pasear por el Polígono de Obanca. Silencio en el entorno de los Edificios Escolares ayunos de gritos, ruidos y carreras. Como llueve abro el paraguas, pero he de cerrarlo rápidamente ante el riesgo de acabar con todos los cuadros y platos que adornan mi pasillo. Comienza triste una semana que debía de haber sido vacacional, de playas, procesiones, torrijas, y de vuelta al pueblo. El tráfico hoy, durante la mañana, es casi como el de un día antes del enclaustramiento. Algo no va bien.
Paciencia y feliz jornada