CANGAS DEL NARCEA.- Castaño y el gocho

Ocurrió hace muchos años. Para unos, no muchos ya, el tiempo ha pasado raudo contando los años de dos en dos o, incluso, de tres en tres. Para otros, los más, ocurrió no ya en el pasado siglo sino incluso en el anterior. Poco menos que en la prehistoria canguesa. Pero el caso es que apena se había cerrado la década de los cincuenta o se iniciaba la de los sesenta.

Aquella Cangas poco tenía que ver con la de ahora, ni en la calles, ni en los edificios, ni en los trabajos, ni en las formas de vida.

Era por estas fechas. La tarde estaba lluviosa y gris, el movimiento era casi nulo por la Calle Uría de aquel entonces, apenas unas personas iban o venían con ritmo pausado. Ni un solo vehículo. En la calle Mayor tres cuartos de lo mismo. Tan solo en los bares había algo de bullicio, no mucho.

Potolo, entonces un imberbe adolescente, hijo de Concha, la frutera con tienda en el Palacio de Omaña, en la puerta más a la derecha de la fachada, junto a la huerta; caminaba por el Paseo buscando a su padre para darle un recado. Estaba llegando al Boni, lugar donde estaba casi seguro se encontraba, cuando vio salir del mismo a Castaño, conspicuo personaje, célebre en la villa, e incluso más allá de la misma.

-Vamos, tú

Potolo vio sorprendido, incrédulo y sonriente, como Castaño se dirigía a un cerdo sentado tranquilamente a la puerta del bar.

Echó a andar Castaño Paseo arriba y el gocho, de mediano tamaño, se puso a caminar tras él cual perro educado y discreto.

El incrédulo joven había oído contar a su padre alguna que otra casi inverosímil aventura del tal Castaño, pero nunca se había creído que tenía un gocho que le seguía en su peregrinar por los bares de la villa. Ha de saberse que Castaño era un especialista en vinos y, en su decir, sabía distinguirlos “en cuando muevo un pelín el caldo en el cacho”. Ahora tenía delante la prueba palpable de que su padre tenía razón. Castaño tenía un gocho amaestrado.

-¡Home Castaño!, ¿Oú vas con el gocho?

-¿Qué tal Potolín?

– Ahí dejo al tu padre y marcho al cine que la de hoy es de la Lola Flores y gústame muito

-¿Pero vas al cine con el gocho? ¡Tas loco!

-¡Que loco ni que mi madre!. Donde va Castaño va el gocho.

Y siguió camino del Trébol

Potolo quiso saber cómo acababa aquello y los siguió discretamente.

Castaño se acercó decidió a la taquilla y compró dos entradas. Se dirigió hacia la puerta y el gocho detrás, pegado a sus pies.

-¡Alto ahí Castaño!. Echa ese gocho a la p…ta calle. ¿Tas loco o faistes?, le grito el portero que le conocía sobradamente

-El gocho tiene entrada y entra conmigo

-¡El gocho no entra!

Castaño enarbolaba las entradas indignado. ¡Tiene entrada!

-¡Que no entra couño, que no entra!.

-Sabes que te digo: ¡Que si no entra el gocho no entra Castaño!. Toma las entradas ¡métetelas por el culo!.

Y tirando las entradas a la cara del portero se volvió dignamente Paseo abajo seguido del gocho.

Como me lo contó Potolo os lo cuento

P.D. Nada más publicar este artículo, Luis Fernando Castaño, nieto del Castaño que reseñamos, nos cuenta que el gocho se llaba “El tuerto”, ya que le faltaba un ojo. Y también que cada vez que el abuelo llegaba a un bar, expetaba al chigrero:

-Oye, dos vasos; uno p´a mí ya otro p´al Tuerto.

 

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R. Mera

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