Olvido y muerte de las viejas iglesias rurales

 

Rumia la solitaria iglesia momentos de tiempos idos. Y el silencio de su olvidada campana acompasa con el entorno de verdes de montes que acumulan maleza y caminos olvidados. Tan solo un claro de verde prado indica su entrada. Una entrada que tropieza siempre con una puerta cerrada.

En el camino tortuoso de los años han ido quedando matrimonios y bautizos. Ahora tan solo acoge entierros, ya de los pocos vecinos que quedan en la parroquia, ya de los que llegan de las ciudades de la emigración a dormir el último sueño junto la iglesia olvidada y en un cementerio, tienda en liquidación de olvidadas y sucias flores de plástico.

Ahoga el monte al rústico edificio eclesial resaltando aún más su soledad olvidada, como olvidadas quedaron sus misas de fiesta y gaita de procesión. Si antaño se buscaba el equilibrio entre los pueblos de la parroquia situando el edificio eclesial en un equidistante espacio que no desatase envidias de aldea, esa misma decisión los ha llevado a quedar fuera de las actuales carreteras y pistas de accesos a uno y otro lugar. Es el sino del paso del tiempo y los vaivenes de las ideas. Es el camino del olvido.

Hasta la idea de parroquia ha venido a quedar diluida entre las decisiones eclesiales y la falta de sacerdotes. Los domingos ya no suena la campana casi en ninguna de ellas. Tampoco hay fieles que acudan a misa monte arriba o monte abajo. Los pocos que quedan en las aldeas cargan con los mismos achaques que las campanas, los tejados, escaleras y retablos de sus iglesias.

Y el monte cerca los viejos edificios presto a hacerlos desaparecer cual está sucediendo con pueblos y aldeas ya sin savia joven que los dinamicen,  vuelvan tiempos nuevos y con ello vuelvan a tocar a boda y bautizo las viejas campanas.

Si es que para entonces queda ya alguna.

 

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R. Mera

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