Remembranzas berzocaniegas: La matraca

 Matraca: Instrumento de madera compuesto de un madero y una o más aldabas o mazos, que, al sacudirlo, produce un ruido desapacible

Se iba a iniciar la misa de Jueves Santo. Una tropada de monaguillos comenzó a distribuirse por lugares estratégicos de la gran iglesia berzocaniega. Del desarrollo de esta misa y sus avatares litúrgicos y monaguilleros ya dimos cumplida cuenta en el artículo “Jueves Santo” publicado el pasado año por estas fechas.

Recordaremos que de los citados monaguillos tres se iban a la torre para repicar las campana; uno o dos al esquilón, en el coro, de donde salía la soga que ascendía hasta la torre; otros tres al fuelle del órgano y cuatro, revestidos y provistos de campanillas de diversos calibres y sonidos al altar; uno (generalmente Pablo) a la puerta de la sacristía y otros tantos en el primer banco, el más cercano a la escaleras del altar mayor. Estos también estaban provistos de campanillas. Todos menos uno que portaba la matraca.

La matraca de Berzocana estaba ya impregnada de la pátina de los años y del humo de las velas. Ennegrecida, con golpes, con las aldabas un tanto torcidas…

La grande contaba con tres de ellas: una grande por una cara y dos pequeñas por la otra. Había otra más pequeña que solo tenía una por cada lado. En la misa del Jueves a la que nos referimos, la matraca la portaban o bien Lorenzo Canete o Elías Rebollo, dos de los monaguillos más mayores y, por ello, con derecho a algunos privilegios.

Cuando el párroco iniciaba el Gloria in excelsisi Dei todos los monagos le daban con fuerza a las campanillas, campanas, esquilón y fuelles hasta el final del cántico. Jesús acababa de morir y tras el escándalo, el silencio se apoderaba del pueblo. Incuso se tapaban las imágenes de todos los altares y se vaciaban las pilas de agua bendita.

Pero los oficios religiosos continuaban y los toques de aviso a los files habían de continuar. Y era aquí donde de la matraca adquiría su especial protagonismo. Los ya citados Canete y Elías cogían la matraca y el resto de la tropa monaguilleril les rodeábamos en tropel caminando al son que ellos marcaban a la espera de que, en un momento de benevolencia, nos permitiesen darle a la dichosa matraca.

Aproximadamente un ahora antes de la hora prevista para el inicio de los oficios religiosos, se iniciaba el recorrido partiendo de la Cruz de Piedra hacia la Plaza Vieja para continuar por la Calle Nazareno hacia la Altura. A partir de ahí, el callejeo se diversificaban por una u otras calles pero siempre yendo a dar a la Plaza desde la cual también se iniciaban otra serie de recorridos alternativos.

-Traca-tracatraca, tracatraca-tra

Le dábamos a la matraca cual si nos fuese la vida en ello. Cada uno queríamos ser el que más fuerte y más rítmicamente hacía sonar el dicho artilugio. Canete y Elías corregían postura y nos enseñaban distintos ritmos de golpeteo. Aquello era todo un jubileo más de fiesta que del luto y recogimiento que al decir del cura a aquella época correspondía.

Ahora me viene a la mente el chascarrillo del sevillano aquel que un Viernes Santo, en plena Madrugá gritó

-¡Viva Pilatos!

Como quiere que le reprendiesen por ello, se volvió sorprendido

-¡Pero quiyo! ¿Tú has pensado que haríamos ahora si Pilatos no llega a condenar a Jesús?. Pues nos hubiera jodido toa la Semana Santa, ¡Viva Pilatos!.

Pues algo así nos pasaba a nosotros con la matraca. ¡Vaya disgusto si no condenan a Jesús y nos quitan la Semana Santa y el silencio de las campanas.

-Tracatraca-tracatraca-tracatraca-traca-tra

El cortejo continuó su ruta Calle Honda arriba para seguir por Carretas y Cortes para salir de nuevo a la Cruz de Piedra completando el recorrido. En los cruces y plazoletas nos parábamos algo más para que los vecinos nos oyesen bien. Pero algo debía de tener el toqueteo por cuanto eran muchas las vecinas que dejando sus quehaceres salían a saludarnos y pedirnos, con gran regocijo, que le diésemos a la matraca. Lo que yo os dije.  ¡Viva Pilatos!.

Una vez de vuelta a la iglesia se aparcaba la matraca y cada uno nos reintegrábamos a nuestras labores o juegos. Unos quince minutos antes de iniciarse el Oficio religioso, uno de los monaguillos mayores subía a la torre y desde cada campanario daba un toque fuerte y breve con la matraca hacia cada una de las partes del pueblo. Era el toque que correspondía al ordinario esquilón de aviso.

Había otras matracas. Pero no tenían, digamos, ese carácter “religioso” de la aquí descrita. Consistían en una pequeña tabla rectangular a la que por una de sus partes se dotaba de una especie de mango. A ella se unían otras dos algo más pequeñas, una por cada lado, unidas y sujetas por un alambre o una pequeñas bisagras si el artista que las confeccionaba era más apañao o curioso. Al agitar el artilugio, las tablas golpeaban unas contra otras formando un gran escándalo y un ruido, insoportable, al decir de los mayores, y la mar de divertido para nosotros. Yo tuve una que me hizo mi vecino, tío Quico “Metralla”. Con ellas en la mano recorríamos el pueblo dando “la matraca” a todos los vecinos. Queda pues aquí claro de dónde viene lo de “dar la matraca”.

Yo no lo conocí, pero mi madre me contaba que el Viernes Santos se efectuaba el llamado “Oficio de Tinieblas!. Coligo que serían los oficios religiosos correspondientes a la liturgia de citado día, que entonces se celebraban de noche. En un momento de su desarrollo, y siguiendo el tiempo que marcaba la matraca oficial, la grey infantil y juvenil desenfundaba sus matracas y formaban tal escándalo “que no quedaba ni un solo demonio en las cercanías”.

Pero tal era el escándalo y jolgorio que se formaba que la autoridad eclesiástica acabó suprimiendo “las tinieblas” para disgusto de los más jóvenes y descanso del resto de la feligresía.

Entrados ya en esta Semana Santa de 2018, traigo a esta página esta remembranza para recuerdos de unos, quizás ya los menos y conocimiento de la pequeña historia de sus pueblo, o del pueblo de sus padres y abuelos, para los más. Espero contar con su aprobación,

 

 

 

 

 

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R. Mera

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