BERZOCANA.- Y no se fue la luz
27 de agosto. El trueno rompió la anochecida. Y el agua se abalanzó a cantarazos sobre la villa. A caballo de ráfagas de aire se adentraba en los callejones silbando enfurecida o formaba torbellinos y tolvaneras que asustaban a los desprevenidos viandantes.
Los chiquillos corrían gritando como posesos más pendientes de mojarse que de ponerse a cubierto. El agua les azotaba y el viento les empujaba de un lugar a otro. Eran los menos los que optaban por refugiarse en la casa más cercana.
La Plaza se despejo en segundos y los clientes se apretujaban en los bares optando los más jóvenes por la Audiencia. Apareció el granizo y el estruendo se hizo aún mayor al golpear fuerte contra tejados y techos de vehículos. Los canalones se vieron desbordados y algunas calles se convirtieron en ríos. Una pausa, reubicación del personal, y vuelta a empezar de nuevo. Agua, granizo y viento
Esta mañana se apreciaban las consecuencias. Pablo recogía las tejas que habían volado del tejado de la iglesia y en otros lugares se retiraban ramajes y hojas. Muchas macetas habías quedado destrozadas. En el camino de la Concepción, dos árboles habían sido abatidos y otros perdido muchas de sus ramas. Algunas naves habían perdido también parte de su techumbre de uralita.
Pero no se fue la luz, algo que a los de mi generación llamó poderosamente la atención. Era algo que sucedía habitualmente en cuando sonaba un trueno. Tan solo la tele acusó algunos pequeños cortes par enfado de los madridistas que presenciaban el partido de su equipo. La corriente eléctrica no falló en ningún momento y no pude por menos de acordarme de tío Serafín, el electricista, un ídolo para los chavales de entonces.