CANGAS DEL NARCEA.- Izando el Arbolón (I)
-¡Cagoendiós!. Tirai p´a la derecha cabrones
-¡Parai, parai!. ¡Tais locos, ho.¡ A la izquierda!, ¡a la izquierda!.¡Vais a joder la copa!
-¡Suso!,¡ cállate que no tienes ni puta idea!
Dispense el lector al escribano el lenguaje, pero no caben aquí tiquismiquis lingüísticos producto de la nefasta censura de lo políticamente correcto que tanto predican y avalan tanto progresistas de moqueta y corrector rojo como feministas de doctrina talibán. Para entender la esencia de lo que aquí les relato he de ser fiel tanto al lenguaje como a las circunstancias y el lugar en el que se produce: La noche de vísperas del día del Señor San Pedro frente a la ermita del Carmen en el cangués barrio de Ambasaguas.
El árbol ya había llegado hacía una media hora y tanto los porteadores (los menos) como los que desde el “puente romano” hasta la ermita (los más) aguardaban la llegada y se daban al bebercio con entusiasmo; aquellos sin prisa alguna por enderezar el alisio que desde más allá de Llano había traído a hombros. Ahora se trataba de izarlo de forma que la copa, que debía permanecer intacta, sobrevolase la espadaña de la ermita sin romperse. De ocurrir ésto habrían de volver a por otro árbol y reiniciar el proceso.
Y en estas estaban cuando Antón del Bonito increpaba a los mozos que tiraban de las sogas que sujetaban al árbol haciendo que éste subiese derecho entre los cercanos tejados y la propia ermita. Otro grupo sujetaba el tronco, empujándolo con forcas, escaleras y otros artilugios. Patiño padre manejaba el hacho adelgazando la base para permitir que encajase en el furaco al efecto abierto en el suelo. Junto a él, discutiendo, otro Bonito, Adolfo. Correcciones. Pegas, nuevas órdenes y tacos a granel. Los más, hombres principalmente, iban y venían con vasos en la mano, gritando, increpándose unos a otros y dando órdenes y más órdenes en uno u otro sentido e incluso, como la tradición mandaba, contradictorias. Era un milagro que el árbol fuese subiendo sin llevarse por delante un montón de tejas o venirse al suelo con estrépito armando ladediosescristo
-¡Patiño!. ¡Me cagoenlamadrequeteparió que es mi hermana!. No tenses la cuerda ¡borriquín!.
-¡Vete a tomarporculo cabezón!. ¡Haz algo y déjate de soltar paridas!
-Tío y sobrino se insultaban sin miramiento alguno, pero todo ello dentro de la mecánica del momento e incluso con la presencia de más de un hermano de Antón, sobrinos e incluso de Patiño padre, afanado con el hacho y ajeno a los piropos familiares.
-¡Antón, pelgar, tas acabao!. Suso, Carralo y Linares te está quitando el mando.
Desde la puerta del bar de Eduardito, abierto para la ocasión, Emilio El Morocho, cacho en mano, trataba de picar a Antón.
-Esos y tú me tocáis toos los güevos. ¡Vago, que eres un vago!, le replicaba aquel
Junto a Morocho se encontraba El Mejicano, un personaje venido de sabe Dios donde, tocado con un sombrero del que le vino el sobrenombre, que aparecía por Cangas cada vez que se anunciaba un acontecimiento festivo y juerguista de primera fila.
-¡Venga ya está bien de beber!. Antón increpaba de nuevo a los mozos
Lo que tardó en abrir la boca comenzaron a surgir órdenes de uno y otro lugar. En aquel pequeño espacio había más capataces que en la sevillana calle Feria la noche del Viernes Santo.
-¡Aclaraibos, ho!. ¡Vais volvernos locos!. Cada uno mandáis una cosa.
-Todos a una. A la de tres. A ver: una…. dos….
-¡Parai, aparai!, ¡falta el forqueto grande!.
-¡Caoenlaputa hay que estar a lo que hay que estar!. A ver: una…. dos. . Algunos coreaban el conteo con Antón entre risas y cachondeo.
-Antón: ¿a qué escuela fuiste?. ¿A la del Gallo? No sabes contar, ¡cabezón!
-……y tres. ¡Mecoenlaspitasdegrao!.¡Cabrones!.
El árbol comenzó a subir. Tacos, blasfemias, voces. Rozaba las tejas de la ermita y amenazaba con irse hacia cualquier lado, incluso sobre los muchos asistentes debajo apelotonados.
-¡Vale!, ¡vale!, gritó Antón soltando una ristra más de palabrotas del más variado calibre.
-¡Tirai, tirai!. Gritaba Suso desde el otro lado.
-¡Más despacio, burros, que parecéis de Tineo!, increpó Patiño dejando el hacho en el suelo y con el tronco ya enringlao en el furaco.
En ese momento apareció Fariñas, el gaitero, envuelto entre aplausos de los primeros que le vieron llegar y haciendo sonar su gaita con alegre repunteo, arte en el que era un verdadero especialista. De nuevo se impuso un alto en la colocación del árbol mientras que cachos y vasos aceleraban su ir y venir.
Fariñas había realizado parte del recorrido del árbol, el correspondiente a las calles de la villa, a horcajadas sobre el mismo y haciendo sonar la gaita en precario equilibrio.
Mas no todo sucedía a la vera de la ermita. Más allá del puente, en el Sotero, emblemático lugar donde Pilar intentaba poner algo de orden y cordura sin conseguirlo, también se vivía el acontecimiento.
En un corro, junto a la barra, cerca de la puerta que daba salida hacia el Prao del Molín; Alfonso Rueda, Pisco, Manolo Miranda (a la sazón alcalde), Alfonso Gayón, Villabol, un joven Pepe Quesero y otros, cantaban con animación y entusiasmo:
-Si vas a la romería/ paloma mía/ te voy a dar/ un beso pequeño, pequeño, pequeño….
Algún que otro cliente echaba los brazos arriba y amagaba un paso de baile. La trasera del bar, la puerta, los accesos al puente… todo estaba petaito. Voces, tacos….
-¡Viva María L´Aire!
-¡Viva la Kilica!
Y el personal no paraba ni en uno ni en otro lado.
-¿Acabaron ya?
-¡Que hostias van a acabar!. Hasta que no estén bien borrachos no acaban
(Continua: Izando el Arbolón II)