¿Tu abuelo o tu bisabuelo fueron rojos o fascistas?
Desde que alcanzamos la edad de libre raciocinio, siempre supimos que la historia que a los de mi generación nos contaron sobre la Guerra incivil española por parte de quienes la ganaron era sesgada y partidista como ha ocurrido con todas las guerras (quizás no la de Secesión de los EEUU), del mismo modo que sabemos ahora que se intenta sustituir aquella visión sesgada por otra igual encabezada por determinados ayuntamientos y confesos y “progresistas” de nueva hornada y mejores sueldos que dan preferencia urgente a ello olvidándose de resolver los problemas diarios de sus ciudadanos. Todo ello en el campo abonado de la desidia juvenil, los razonamientos de cuarenta caracteres, la bulla de las televisiones y el silencio de los intelectuales de verdad que callan ante los auto proclamados tales como actores y quincallería de verbena, jornadas y proclamas varias, siempre en la misma dirección y arrimando descaradamente el ascua a su sardina vía subvenciones diversas.
Según nos cuentan y nos contaron, tal parece que los idealistas y combatientes de cada bando se incorporaron a los mismos plenamente convencidos de sus ideas tras profundas reflexiones y debates. Nada más lejos de la realidad: cada uno vivió la guerra según del lado en que quedó su ciudad, su pueblo o su aldea. Y más grave aún, cada uno combatió en el bando para el que fue reclutado sin libertad alguna de elección. Pues pese a ello nos siguen contando que cualquier obrero o campesino que combatió con las tropas de Franco era un fascista redomado y cualquier campesino u obrero que lo hizo con los republicanos un comunista o antifascista convencido.
Estas ideas las plasma con rotunda claridad Pedro Corral en su libro-ensayo “Desertores. La Guerra Civil que nadie quiere contar” en el que señala que las quintas reclutadas durante la contienda por ambos bandos debería haber sumado un total de cinco millones de hombres , sin embargo no pasaron de unos 2,5 millones: 1,3 en el ejército popular y 1.2 con los sublevados. Los 2,5 millones restantes se la ingeniaron para no acudir ni a los reclutamientos ni al frente. Llegó a tal la situación que en 1.938 las autoridades de la República decretaron una amnistía prometiendo el indulto a los prófugos. Fue la llamada “quinta del monte” en las que miles de desertores abandonaron el monte y sus escondites urbanos apretados por el hambre y la miseria.
El bando franquista llamó a la primera quinta el 8 de agosto de 1.936 y seguidamente a quince reemplazos más. La República llamó al primero el 30 de septiembre de 1.936 al que siguieron 26 reemplazos forzosos.
Cuenta Corral como abundaba la picaresca y se ideaban miles de ardides para no acudir a filas: certificados médicos de inutilidad, enchufes en fábricas, falsos salvoconductos, contagios premeditados de enfermedades venéreas, autolesiones y un largo etcétera. “Ni para defender la república ni para atacarla hubo mucho entusiasmo entre los españoles de a pie”.
O sea y como hemos venido intuyendo desde el final de la guerra, hace nada menos que 82 años, y hasta nuestros días, pese a los interesadas versiones de unos y otros, la gran mayoría de los españoles no se sintieron identificados ni con unos ni con otros y lucharon a la fuerza allá donde las circunstancias y el momento les pillaron.