CANGAS DEL NARCEA.- Emilio Rodríguez, poeta en su tierra
El miércoles, día 17 de abril, el escritor, poeta, pintor y periodista, amén de dominico, Emilio Rodríguez, natural de Villar de Adralés , nos acercaba a su obra en la Librería Treito. Esta fue mi intervención en el acto:
No sé por qué extraña relación mental siempre he venido asociando la figura de Emilio a la de Fray Luis de León: “Al lado de mi casa por mi mano plantado tengo un huerto…”. Le veo con hábitos, inclinado sobre las plantas de caxinas, de berzas o de tomateras, en su Villar de Adralés, también en el huerto plantado al lado de su casa. O como un párroco dulce, solícito y comprensivo, derramando la doctrina del Evangelio por las aldeas con palabras plenas de un sencillo lirismo capaz de elevar el espíritu desde la diaria realidad de la tierra que se labra a esa tranquila plenitud de una vivencia esencial de cuerpo y espíritu: la esperanza y el todo del justo.
Pese a haber sido ciudadano de diversos mundos, no ha perdido nunca Emilio sus raíces del aldea: ni en su vivir, ni su hacer, ni en la palabra , ni en el espíritu de su sus versos:
“A esta parte del mundo/ ya no llueve/ silencios/. Ya no crecen las casas/ como buscando/ el monte/. En cambio, se hace estable/ un clima de exabruptos, una actitud cansada/ de estar/ en otra parte/”. Dice en su último libro “Lugar de Manantiales”.
Pero silenciaré mis torpes palabras para que sean las del profesor Antonio Sánchez Zamarreño, quizás el que mejor conoce a nuestro poeta, las que suenen:
“El planteamiento de Emilio Rodríguez es el del mito; ha elevado la anécdota al mito y por eso su poesía va a permanecer”. Y añade: “La poesía de Rodríguez es social y, como el mismo autor, sincera, fuerte, inmediata y con acento”. Una poesía con trasfondo, como el poeta, “que lleva un león en sus entrañas, un león rugiente, con una enorme creatividad y un mundo interior profundísimo”.
Y con respecto a su último libro escribe Zamarreño dirigiéndose al autor: “… esta poesía lleva, como siempre, cada una de tus arrugas: tus noches, tus árboles, tus lluvias, tus barcos, tus frutos encendidos, tus ventanas, tus cierzos, tus relojes, tus palomares, los frutos del fuego de tu infancia. Reconozco bien esa poética de los límites, donde la palabra nombra detrás de sus alambradas…”
Presto ahora mi voz al doctor en Filología José Nicás Montoto, prologuista de “Lugar de Manantiales” quien dice de nuestro poeta:
-“Emilio es un poeta extraordinario. Solo un poeta extraordinario es capaz de escapar de la adjetivación manida, de la rima fácil, de las imágenes vulgares y dirigir sobre las pequeña o grandes cosas de la realidad cotidiana formas surgidas de unos ojos nuevos, que nos hacen ver el mundo circundante de una forma insospechada que hace que los objetos cotidianos, las personas con que nos cruzamos a diario, los sentimientos que nos embargan, cobren una vida y una dignidad desconocida, como si el velo de nuestra inocencia se rasgara de forma irreparable ante la visión, también inocente, pero distinta, de los ojos de Emilio Rodríguez.
Pero quiero aquí volver sobre “Como árboles que andan” publicado en 1.984 y reeditado en el 2006.
Es quizás este uno de los libros más duros de Emilio y en el que encontramos una doble coordenada, la del dolor y la de la muerte, por las que discurren sus poemas y en el que Emilio aborda su dura infancia en el ambiente minero de su Asturias natal, de su concejo cangués.
Es por ello, por esta proximidad hoy física de todos nosotros a lo que fue realidad de este concejo y que, no sabemos si para bien o para mal, se muere, por lo que quiero que nos acerquemos a Emilio como él abordó, aborda, con sus versos el ambiente minero de su niñez. Y lo hace con un lenguaje directo en sus poemas al padre, a la madre, al picador, al minero, al capataz, al abuelo, al niño…..o al muchacho minero
MUCHACHO MINERO
Catorce años llenos
de un fuego semejante
a la esperanza.
Tenía catorce años
y ya el miedo
le había reconocido
como suyo.
Si un tronco golpea el pecho
deja siempre
alguna huella.
Pero un golpe de carbón
está siempre debajo
de la piel.
Catorce años, y bajaba
ilusionado,
como si buscase cada día
un nuevo silencio.
Con todas las venas surcadas
por sonidos
semejantes a la risa.
Tenía catorce años,
pero ahora se le ha quedado negra
la mirada
Pero sabe Emilio también acercarse a las pequeñas cosas del entorno: el pueblo, el pan (El pan no tiene nombre/cuando es tierra/que alimenta nuestra tierra/ de sonrisa…), el monte o los rosales, la casa, la fiesta o los caballos, la escuela, el funeral en la aldea o los miedos a la tragedia en la mina, a la muerte o a aquellos otros ancestrales de las aldeas asturianas gestados en viejos relatos que los viejos relataban misteriosamente a los niños junto la chariega en noches de vientos y lluvias cuando las nieblas quedaban prendidas en las esquinas de hórreos y paneras:
La noche estaba azul. La noche/en que los muertos/venían a respirar/bajo los árboles
Y quiero cerrar este acercamiento al poeta con sus propias palabras. Palabras en las que condensa el sentir de todos cuantos desde la aldea se han visto obligados a seguir el duro camino del exilio aunque en días como hoy, vuelva junto al terruño porque, dice Emilio: “Aunque nunca haya existido/, llevamos un prado/ en el recuerdo.
Muchas gracias