BERZOCANA.- PASCUA FLORIDA
Hoy os presentamos de nuevo una remembranza berzocaniega de la mano de Fulgencio Rodríguez.
Dice así:
“Para los que tenemos ya cierta edad, el nombre de Pascuas Floridas nos resulta familiar, ya que era el nombre que daba el catecismo Ripalda a la Pascua de Resurrección, y tenía su razón. La Iglesia da el titulo de Pascua a tres de sus fiestas más importantes, Navidad, Resurrección y Pentecostés. Tras la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, son las tres solemnidades que conservan la octava, ocho días en los cuales las oraciones de la misa o el oficio divino se hacen como el primer día. De ahí viene el dicho ¡todos los santos tienen su octava. El sobrenombre de floridas que se daba a estas pascuas era por ser al principio de primavera cuando aparecen las flores.
Como ocurre en Navidad éstas también tenían sus propias costumbres, que se han ido perdiendo con el paso de los años y el modernismo. Si en Navidad todo giraba en torno al fuego por el frio y las noches largas del invierno, ahora todo era paseo, campo y alegría,
Algunas de las costumbres de los berzocaniegos se desarrollaban los tres primeros días de la semana de Pascua: el domingo era el día de bollo, el lunes el de la empana, y el martes el del huevo.
Los día de Semana Santa eran muy duros para la tía Concha, la dulcera, ya que como ella decía. “Yo ni misa ni procesión, solo trabajar pa que los demás se llenen la barriga con mis dulces”. El dulce que ahora tocaba eran los bollos dormidos, o bollo de pascua, lo de dormidos era porque en el proceso de fermentación había que dejarlos en reposo durantes seis horas, como las casas eran pequeñas y había poco espacio la masa de los bollos, una vez amasada y dado forma y tamaño, se ponían en un tablero largo y se dejaba encima de una cama, arropándolos con las matas para que sudaran, decía mi madre, o sea para que la masa fermentara. Una vez que pasaba el tiempo de fermentación, las mujeres cogían el tablero con los bollos y se lo ponían en la cabeza para llevarlo al horno de tía Mena o de Quico Tarata, para cocer. Hoy todavía no me explico cómo podían llevar un tablero de más de un metro de largo lleno de bollos en la cabeza y dos barreño uno debajo de cada brazo, o al cuadril como se decía entonces.
No se pero hoy los bollos que hacen en las tahonas no tienen ni comparación con aquellos, la corteza parece papel y si te comes un trozo te entran ardores en el estómago. He hablado con algunas mujeres mayores del tema y todas coinciden en lo mismo: la harina y el horno de leña.
El lunes era el día de la verea o empaná, verea o vereda eran menos que camino, se llamaba así a los senderos y atajos que se marcaban a base de pasar por ellos tanto personas como animales, un caminito desviado del camino oficial.
Para ese día, aparte de la tortilla de patatas, lomo, embutidos, y otras viandas, el plato fuerte era la empanada, que nada tiene que ver con las de ahora, ya que se rellenaba la masa de embutidos de cabezada de lomo que al hornearse la grasa penetraba en la masa y quedaba exquisita.
El martes era el día del huevo. Se trataba simplemente de un huevo cocido, que aquella tarde se llevaba en el paseo para merendar. Ahora bien el huevo tenía que ser personificado, es decir que nadie le llevara igual. Las madres se afanaban procurando todo tipo de inventos para que los huevos salieran cada uno de su color y hasta con el nombre, entre los chavales se hacían disputas y apuestas haber quien llevaba el huevo más bonito o más gordo, algún espabilado hubo que subió a la torre para coger los huevos de la cigüeñas y así ganar todas las apuestas, menos mal que entonces no existían los ecologistas o defensores de los animales.
Otra costumbre que se perdió y que ninguno de los de mi edad recodamos, pues según mis informaciones se perdió en los años 40 o principios de los 50, era El JUAS. El juas consista en un gran muñeco relleno de bálago o paja, que representaba a Judas Iscariote, el que vendió a Cristo por treinta monedas, el Juas se hacia los días de Sema Santa, y se colgaba en el rollino. Aclaremos a los más jóvenes que el rollino, era el símbolo que daba a las villas el poder de ajusticiar. Era una columna de ladrillos, de dos o tres metros de atura, de la superficie salían cuatro gancho de hierro rematado por la Cruz católica, se situaba donde ahora está el pegote de la fuente digo el pegote por que no tiene ni agua.
El Domingo de Resurrección a las 8 de la mañana se hacia la procesión del Encuentro, en la que Cristo victorioso se encuentra con su Madre, mientras el monigote que representaba a Judas estaba allí colgado en el rollino, como representación de pecado que Jesucristo había vencido.
Por la tarde del mismo domingo, los mozos montaban al Juas en un burro, y depues de darle la vuelta al pueblo, ente gritos de alegría tirando de la bota de vino que no podía faltar, se le llevaban a la era de la Mocara donde se le quemaba.
Como vera el lector, esta tradición perdida de Berzocana es muy parecida a la que se desarrolla en carnavales en Villanueva de la Vera con el nombre del Pero Palo, y que es fiesta de interés turístico nacional, si no se hubiese perdido la nuestra, hoy sería un reclamo se turistas.
No sé porqué,, pero Berzocana ha sido siempre reaccio a conservar su propio estilo de vida, no ha sabido o no ha podido conservar sus propias tradiciones y costumbres, yo me comprometo a recodaros algunas tal como recuerdo o me las han contado”.
Fulgencio Rodríguez Mera
Abril de 2016