CANGAS DEL NARCEA.- Una galerna de pólvora se elevó sobre la villa
Los tiradores del Cascarín, Fuejo, y los situados entre el viejo matadero y Los Nogales, logran nublar un sol rojizo que, apostado en el oeste, se niega a ocultarse hasta ver el final del explosivo espectáculo.
Limpia, rápida, rítmica, trepidante, alegre, con compás y tiempo… perfecta. Así fue la Descarga de este 2015. La mejor de los últimos treinta años, aseguraban los miembros de la Junta Directiva de la Sociedad de Artesanos y prácticamente todos los cangueses.
La Señora se hizo esperar. Un par de minutos después de las ocho de la tarde, las campanas de la basílica anunciaban la salida de la procesión. Seguidamente lo confirmaba el primer volador que va marcando el punto en que se encuentra la misma. Habrían de pasar casi veinticinco minutos hasta que la cruz procesional iniciara el ascenso de la rampa del puente de Ambasaguas y veintinueve para que la imagen llegase al centro del mismo. Pasado el primero cuarto de hora la tensión comenzó a prender entre tiradoras y apurridotes y especialmente entre los responsables de la Sociedad de Artesanos ubicados en el Molín. Poco a poco la tensión se fue trasladando a los espectadores. Tensión y preocupación. Apretaba el sol, y no tardaron los cangueses en descargar su tensión con alguna que otra chanza.
-No os preocupéis nenos, como buena canguesa ha parao a echar algo en el bar de Antón.
-¡Joder!. Por el rato que lleva ha parao en el de Antón y en el Sotero
Pese la imposibilidad física me pareció ver una leve sonrisa en la cara de la Virgen y condensarse en sonido un pensamiento:
-Estos chicos, estos chicos. Siempre pensando en lo mismo: vino y pólvora
Un despiste de alguien provocó que no se hubiese bajado un bolardo situado en el recorrido procesional y hubo que demandar la presencia de la Policial Local para que lo bajase. Seguidamente ocurrió algo que se está convirtiendo en habitual y a lo que hay que poner remedio antes de suceda algo no deseado. Al llegar la procesión a la plazoletilla que configura el cruce entre las calles La Fuente y Arrastraculos, el público que allí aguarda pierde las más elementales normas y a empujones e insultos intenta incorporarse a la procesión (sin más motivo que asegurarse plaza en el puente) ante la negativa y las protestas de los que vienen acompañando a la imagen desde la iglesia. Las fuerzas del orden presentes se limitaron a contemplar la escena. Esa zona hay que vallarla, vigilarla y permitir solo el paso hacia el puente de los fieles que procesionan. No es el momento, ni el lugar, ni el acontecimiento de pólvora que se inicia, los mejores ingredientes para hechos de este jaz. Ya los responsables de Artesanos habían señalado su disgusto por el retraso con que se inició el desalojo de los espectadores (todos foráneos ya que los cangueses saben las distancias a respetar) de las zonas de seguridad.
Se acabó la espera. Las andas inician la subida de la rampa del puente. Unos minutos más. Minutos lentos, eternos. Los minutos más largos del año. Se soplan las mechas, aseguran el pie los apurridores, el campanín repiquetea con fuerza, el aire se vuelve denso, se aceleran las respiraciones. Todo es tensión contenida. Tiradores y apurridores, responsables de máquinas en uno y otro lugar, cangueses de toda clase edad y condición tienen la sensación de que, con la imagen de la Virgen en el centro del puente, se pararan también sus corazones.
Es el momento ansiado.. Juan Fernández, Juan Kiosco, presidente de Artesanos, lanza el primer volador y cientos de ellos se elevan zumbando al cielo desde todos los puntos de Cangas envolviéndola en un cinturón de fuego bajo el que se cobijan miles de personas que portan miles de ilusiones y albergan miles de esperanzas y, entre los cangueses, miles de recuerdos, vivencias, deseos y sentimientos, que se deslizan en torrentes por todo su ser sin encontrar dique alguno que los contenga.
Sube la intensidad de la pólvora, suben y suben voladores que rompen trocitos del cielo azul abriendo pequeños boquetes por los que se asoman todos los cangueses de todos los tiempos para ver su Descarga. Pasan dos minutos intensos que viven especialmente tiradores y apurridotes. Y sus padres, y sus mujeres, y sus novias… y su hijos. Todos son conscientes del peligro pero todos confían ciegamente en que el manto de la Señora protegerá a todos general y cada uno en particular, incluido los menos o nada creyentes. Con cada volador surge una oración, un recuerdo entrañable o doloroso, una petición. Colocados en las máquinas pudimos ver algunos con una pegatina y un nombre en ella. Una corta e intensa oración por alguien que se fue.
Los tiradores del Cascarín, Fuejo, y los situados entre el viejo matadero y Los Nogales, logran nublar un sol rojizo que, apostado en el oeste, se niega a ocultarse hasta ver el final del explosivo espectáculo. Tal parece que un director invisible marque un preciso ritmo de tiro
Dos minutos después se agregan a la orquesta nuevas cuerdas de sonoros instrumentos. Las máquinas del Fuejo, Los Nogales y el Prao del Molín arrancan poderosas, precisas, rítmicas, y avanzan desde el Lagarón hacia el puente lanzando voladores y barrenos. Es como si un gran dominó de pólvora fuera haciendo caer sus fichas tronantes sobre la villa, su valles y sus montes. Y llegan unas, y vuelven otras hacia atrás. Y las señas y signos de los responsables surgen con precisa precisión. ¡Ahora! se lee en los labios en un estrepitoso silencio.
Y… de repente, la tormenta perfecta, la galerna cantábricas se abate sobre Ambasaguas. Fueron unos veinticinco segundos en que, aunque el cielo caía sobre la villa, miles de cangueses solo oyeron el profundo silencio de encontrase cada uno con su propio yo en el misterio existencial del fundirse el ser y el sentir de las generaciones pasadas y las que vienen. Las Descarga ha terminado.
Saltan los tiradores, se abrazan. Lloran, ríen, se insultan, sueltan adrenalina y pasión. En cada esquina, en cada rincón, en cada calle, se abrazan los cangueses. Incluso se abrazan con los forasteros que encuentra más cerca. Por imposible que parezca no ha sucedido nada, tan solo alguna pequeña quemadura, el golpe de alguna vara y muchos dedos sucios de pólvora que, para felicidad de muchos, tardará días en quitarse.
No voy a entrar en cifras. Da igual que fueran 75.000 o 50.000. Que los tiradores y apurridores fueran 400 o 600. Este año, como el otro y el otro y los que vendrán, la Descarga la tiran todos los canguesas ya sea con la mano o con el alma. Incluso la tiran los que se hallan muy lejos de Prao del Molín y del puente de Ambasaguas.
Ha sido la Descarga más corta que se recuerda: cuatro minutos y cincuenta y cuatro segundos. El calor, la calidad de la pólvora y la pericia de los tiradores lo hicieron posible.
Suenan los últimos repiques del campanín de Ambasaguas. Abundio, el último campanero, deja escapar una lágrima de emoción, ternura y satisfacción por el deber cumplido durante tantas y tantas Descargas. Después de tantos años de crónicas sobre lo que acontece, este hombre, capaz de hacer vibrar a los cangueses el día 16 de julio encaramado en el pequeño campanario de la ermita de Ambasaguas, ha sido siempre el gran olvidado, incluso por mi. Sea este pequeño apunte el abrazo de tantos y tantos cangueses que por hallarse siempre en segundo plano nunca le he podido, le han podido dar.
Feliz Año Nuevo a todos
Merecido recuerdo a ese hombre olvidado, protagonista en la sombra de todos los 16 de julio, “encaramado” al campanario y sin sucesor al trono. El día que falte se le echará de menos, tiempo al tiempo.