BERZOCANA.- Realidades y añoranzas. El Corpus cincuenta años después

He acudido este año a mi  pueblo

cargado de viejas nostalgias

y he encontrado en sus calles eternas

aires frescos de nueva esperanza.

 Han sonado sonoras las eternas campanas,

distantes, distintas, en monótono son,

iguales en todo, tuntún al tontón,

funeral o fiesta siempre el mismo son.

 1

Ya no es el Corpus uno de esos jueves que brillan más que el sol. Como casi todas las festividades ha pasado al fin de semana para facilitar desplazamientos y una mayor implicación del personal, agobiado por la vorágine del día a día y la presión del trabajo.

No obstante, y después de haber pasado alredor de cincuenta años sin vivir la festividad en Berzocana, este año he podido hacerlo.

Y junto al momento y sus realidades he podido vivir también toda una riada de sensaciones (unas aún presentes y otras que ya se habían perdido en los recovecos de la memoria) en cada calle y en cada esquina, en cada canto y en cada encuentro.

2Sale la procesión en desorden de filas y abundancia de besos y saludos. Los estandartes y pendones han perdido su rito eclesial y se colocan en desorden no buscado. Recuerdo, quizás equivocado, un orden que se cumplía siempre a rajatabla: de santos, de la Virgen y del Señor, cerrando el pendón morado del Santísimo. En las fiestas de los Santos Patronos lo hacía el amarillo de la Pontificia Cofradía. Se nota la falta de un coordinador.

¡No había niños!. Quizás fue lo que más me llamó la atención, la ausencia de aquellas largas filas de niñas  y niños escoltados por sus maestras y maestros que caminaban en medio de las rectas y ordenadas filas. Cruz de Piedra abajo, en guerrilla, la procesión busca la Plaza Vieja. Y aquí y allá los ya inevitables teléfonos móviles disparan sus cámaras incorporadas una y otra vez.

3Siento un vació. Al final noto  la ausencia; aquellas colchas de mil colores, sábanas bordadas, mantones de Manilla, alforjas de mil tiras y cubre camas de guardadas dotes de boda que cerraban toda la plaza marcando el camino de la procesión. No están. El espacio está vació y abierto en su totalidad. El tiempo y la despoblación de la villa se han tragado una tradición más. Igual ocurriría en el resto del camino. Las bocacalles se encuentran abiertas y la mayoría de los balcones y ventanas, como las puertas, cerrados y vacíos.

El primer altar se encuentra junto la llamada Casa de Dios. Pequeño, recogido. Una mujer corre a encender dos velas al acercarse la cruz procesional. Don Juan Miguel, un joven sacerdote con raíces berzocaniegas que sustituye en estos meses al párroco, deposita la custodia con mimo en el pequeño altar. Gritonas, una serie de voces inician el  Tantum ergo Sacraméntum. El sacerdote hace una seña a dos niñas vestidas de Primera Comunión y éstas arrojan pétalos de rosa a la Custodia. Al terminar, la coge con el Paño de Hombros e imparte la bendición a los asistentes. El rito se iría repitiendo en todos y cada uno de los altares. Al terminar, mis paisanos, la mayoría de mi edad y mayores, comentaban entusiasmados como Juan Miguel había recuperado el hacer procesional del Corpus que llevaba muchos años perdido.4

Al entrar en la entonces llamada Calle Nueva, junto a Paulino, con nuestras cámaras, nos adelantamos a la procesión.

No se oye el acordeón de tía Pura, pero sé que de nuevo se ha colocado el altar en su puerta. Hacemos unas fotos con él vació. Ya lo he contado en otro artículo, así que no me extenderé en ello. En mi interior suenan las notas del Himno Eucarístico del Congreso de Barcelona. Llega la procesión. Frente a mi veo a María Jesús, la hija de tía Pura, a la que se la escapan las lágrimas. Los recuerdos y las nostalgias hacen la lágrima fácil en determinados y emotivos momentos.Entonces, al iniciar el sacerdote la bendición sonaba el Himno Nacional. Curiosamente, ello, junto a la marcha de la familia a Madrid, devino en que el altar dejase de levantarse fruto de los avatares que la transición trajo consigo.

Maria Jesús
Maria Jesús

En aquello primeros años de la democracia todos querían, quizás queríamos, ser los más adelantados, los más demócrata y,  sobre todo, los mas modernos. No gustó que sonase el Himno Nacional en un acto religioso y la Junta Parroquial pidió a tía Pura que no hiciese sonar las notas de la Marcha Real. Protestó la mujer y alegó que dentro de su casa era libre de tocar lo que  quisiese y que nadie se lo podría prohibir. No logró convencerlos y, en la deliberación de la Junta, tan solo contó con el voto de apoyo de Alfonso Hidalgo. Tocó ese año pese el aviso recibido, pero para evitar enfados y problemas en el pueblo lo dejó. Desde entonces, aquel acordeón de botones, al igual que el arpa de Gustavo Adolfo Bécquer duerme “del salón en el ángulo oscuro”, aunque no olvidada, ni por su dueña ni por cuantos la oímos sonar en tantos y tantos Ofertorios.

En la plaza, otra sorpresa. Se ha recuperado la imagen del Corazón de Jesús que se utilizaba antaño y que es propiedad del ayuntamiento. En las últimas épocas se colocaba presidiendo el altar una de propiedad privada. Me alegro de que los portales (los soportales de la Audiencia como se decía antes) continúen acogiendo el altar. Conozco más de un lugar en que las corporaciones lo han prohibido por el aquel de separar lo religioso y lo profano.

6

Esta vez el canto del Tantum ergo se convierte en un batiburrillo de tonos y compases. Cada uno canta a su buen entender pero en el convencimiento de ayudar y contribuir a la solemnidad del acto. El sacerdote, con poca voz, poco puede hacer por controlar la situación.

Tantum ergo Sacraméntum,

Venerémur cérnui:

Et antíquum documentum

Novo cedat rítui;

Præstet fides suppleméntum

Sénsuum deféctui.

En la plaza
En la plaza

 Como si hubiese ocurrido hace dos días, la  música de la ultima parte del himno eucarístico Pange lingua, escrito por santo Tomás de Aquino, resuena en mi interior cantado a dos voces por mi padre, Juan Luis, y don José Álvarez, acompañados por las voces de Rosa Hidalgo, Amelia Rubiales y las mozas del coro. Cantan una versión solemne, distinta a la gregoriana más conocida pero que no recuerdo su autoría.

 Sigue la procesión por la popular “Calle Honda”, (jonda dirían mis paisanos aspirando al máximo la h). Nos adelantamos de nuevo cámara en ristre. Esta vez se nos une Lorenzo, el de tío Agapito, que también hace sus pinitos reporteriles. Bajo la palmera del redondo parterre se muestra coqueto el pequeño altar. Esta vez es el propio Paulino quien se adelanta a encender las velas.

El de mi barrio
El de mi barrio

Es el altar del que fue mi barrio, en el que nací  y en el que pasé mi niñez e inicio de adolescencia. Por un momento dejo de verlo tal y como es y mi mente revive procesiones de ya al menos cinco décadas.

Entre las colchas y mantones que cierran las calles aparecen y desparecen muchas caras: tía Manuela Obispa y su hija Julia; tía Rosa Capaora que, por lo bajini, riñe a su hijo Gorín que ha dejado mal sujeta una de las colchas y cae dejando al descubierto la cuerda; y tía Sofía la de tío Gerardo. Entre las que cierran la calle Carretas asoman las de tía Juana y su hermana Flor; tía Teodora,  tía Berenguela; tío Metralla y tío Joaquín, el de la Corralá; y tía Flor, la de  tío Tostao; tía Virtudes y tío Juan Repontigo (¿?); tía Jerónima y tío Gregorio; y tío Augusto y su mujer; y tía Palmira y sus dos hijas; tía Mena, y  mi madre, Inés, que a sus 93 años aún recuerda todo aquello y hasta las coplillas de los años treinta. La bendición, con toda la procesión de rodillas calle abajo, me parce aquí más solemne y en una fracción de segundo la custodia pasa de las manos de Juan Miguel a las de José Manuel, Miguel Ángel, y a las de Pedro; y a las de José Ramón; y a las de don José, y don Matías y Don Delfín. Una historia de pueblo en la sucesión de sus párrocos.

El público se pone en pie y continúa la marcha con el mismo desorden que la inició. Las campanas dejan de sonar.

 9

Luce el sol y las terrazas de la Plaza se llenan. Mi mujer, Maribel, comenta la procesión, una procesión que a pesar de llevar más de cuarenta años viniendo al pueblo no había conocido. En estas fechas no había vacaciones, es ahora al ejercer la jubilación cuando yo recupero vivencias y ella las conoce y vive conmigo.

 10

Acudo al ofertorio ya en la tarde. No tiene nada que ver con el de agosto, ruidoso y multitudinario. Este es más recogido, tanto que en las escaleras que conforman el semicírculo de la plaza hay más huecos libres que ocupados. Suena la jota y el grupo de “Los panderos del Ramo” se luce como siempre.

Valentín
Valentín

Valentín lleva el peso y la voz de la subasta de los productos que, en ofrenda, han sido depositados por la mañana en los diferentes altares.

-¡Vamos pujad algo más que los cuartos son para el Santísimo!

Valentín lo dice convencido aunque nosotros esbocemos una sonrisa pensando en para qué necesitará los cuartos el Santísimo.

Con los últimos acordes de guitarras y bandurrias cae la tarde. Una cascada de rojos se extiende por el occidente envolviendo los miles de encinas de las dehesas. Sus reflejos llegan hasta la plaza.

Casi cincuenta años después he vivido de nuevo el Día del Corpus Cristi en mi pueblo, en Berzocana.

 Y se ha llenado la Sierra

de aire del atardecer

y han volado los vencejos

una y cien veces cien.

  Y aquellos sones de antaño

han llegado aquí otra vez

para fundirse en esencias

que son de hoy y de ayer.

 Esencias de un pueblo humilde,

pero grande,  muy grande en su hacer,

que impronta deja en sus hijos

impronta de hombres de bien.

Berzocana, junio de 2015

 

 

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R. Mera

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