BERZOCANA.- Comulgar por Pascua Florida
Se acercan los días de Semana Santa y muchos de vosotros los aprovechareis para volver al pueblo de vuestra infancia y juventud. Ante esta proximidad festiva yo lo he hecho en el tiempo de la memoria y no se por qué extraño misterio me vinieron a la mente las imágenes de grupos de hombres con sus mejores galas de aquel entonces, donde predominaba la pana, sus sombreros y sus boinas, agrupados en el atrio de la iglesia de Berzocana. Esperaban para cumplir el precepto de confesar y comulgar por Pascua florida.
Consciente de que muchos de mis lectores más jóvenes no saben qué encierra este concepto permítanme que les sitúe.
Según el catecismo del Padre Ripalda, vigente en aquellas fechas y que los de mi generación (años cuarenta y cincuenta e inicio de los sesenta) y otras anteriores y posteriores estudiábamos en la escuela y la catequesis hasta el punto de que aún hoy somos capaces de repetir de carretilla muchas de sus enseñanzas.
Decía el citado catecismo:
Los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia son cinco:
-El primero, oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar.
-El segundo, confesar a lo menos una vez al año, en peligro de muerte, o si se ha de comulgar.
-El tercero, comulgar por Pascua florida.
-El cuarto, ayunar cuando lo manda la santa Madre Iglesia.
-El quinto, pagar diezmos y primicias.
Aquí, en el tercero, aparecía Pascua Florida. El concepto de “florida” hacía referencia a la primavera para señalar que la Pascua a la que se señalaba era la de Resurrección y no otras, como la de Navidad, que la iglesia también celebra.
Esa obligación se llevaba a rajatabla, hasta el punto de que después de comulgar se pasaba por la sacristía donde el párroco extendía un justificante que te podía ser exigido en alguna circunstancia posterior.
El sacerdote debía procurar que todos lo cumplieran y era obligado llevar el registro del citado cumplimiento pascual donde figuraban todos y cada uno de sus fieles y se daba testimonio de haberlo cumplido o se certificaba la falta que estaba castigada con la excomunión.
Gracias a estos registros conocemos muchos de los censos de diversas poblaciones de los siglos XVI al XVIII.
No se libraba ni el tato ya que el carecer del citado justificante te podía acarrear múltiples problemas en unos años en que la Iglesia (el párroco de cada pueblo) y el Estado (Guardia Civil) venían a ser, si es que no lo eran, una misma cosa. Pero no se crea el lector que lo de la Pascua Florida era cosa de Franco y de su Régimen. Ni mucho menos. En España, desde 1.526, el Cumplimiento Pascual podía realizarse desde el Miércoles de Ceniza hasta el domingo de la Santísima Trinidad.
Pero aún podemos ir más atrás ya que el canon 21 del IV concilio Lateranense de 1.215 decía así:
“Todos los fieles de uno y otro sexo, después de que hayan llegado al uso de razón, deben confesar sinceramente todos sus pecados, al menos una vez al año, a su propio confesor. Debe procurar cumplir la penitencia que les fuera impuesta en la medida de sus fuerzas recibiendo, con devoción, al menos en Pascua, el sacramento de la Eucaristía, a no ser que, por alguna causa razonable, y según el consejo de su propio confesor, en su momento, juzgara que debe abstenerse de ello. Si no fuera así, que en vida sea apartado de la entrada de la Iglesia y, muerto, sea privado de sepultura….”
Como verán la cosa venía de lejos.
Pero volvamos al atrio de la iglesia. Por aquel entonces, la población de Berzocana era bastante mayor que la de ahora, pasaba de los dos mil habitantes, y el número de obligados penitentes era grande. Únase a ello la solemnidad que se daba al acto y tendrán largas colas y esperas. No era pues de extrañar que las escapadas a los bares de tío Salero y tía Flor (la madre de Antonio Cabalito) situados en el mismo entorno, fueran frecuentes.
Pero no solo los hombres cumplían con el precepto, también tenían que hacerlo las mujeres, pero estas no paraban en el atrio (el cementerio decíamos entonces como recuerdo en el imaginario público de la función que como tal había ejercido muchos años atrás). Siempre llegaba algún otro cura a reforzar al párroco.
Los hombres acudían al confesionario y se arrodillaban frente al sacerdote, abriendo el portón del confesionario. Había que auto animarse bastante antes de acudir ya que tenías que soltar tus maldades a la cara del cura de turno, de ahí que se buscase hacerlo con el forastero en vez que con el de casa. Daba menos corte. Más fácil lo tenían las mujeres que iban por los laterales y lo hacían a través de una tupida rejilla
Creo recordar que era mediodía de un Sábado Santo. Yo por entonces andaba por Navalmoral y había acudido por las vacaciones. En compañía de Florencio y su primo Nino, el del Parador, llegamos al bar de Vicente desde la iglesia donde habíamos estado preparando algo para los Oficios de la tarde.
En la esquina de la barra, a la derecha según entrabas, se encontraban mi padre, Juan Luis, tío Ufo, Pardilla y un amigo más cuyo nombre me reservo, pero que tampoco es tan difícil adivinar para quienes les conocían.
-Y digo yo Juan Luis que habrá que irse yendo para ir a confesarse esta tarde, dijo el señalado.
-¿Pero tu tienes algún pecao?, preguntó con sorna Juan Luis que era el sacristán de la parroquia.
– Los mismos, exactamente los mismos que el año pasado. Yo llego y lo digo to de seguido: Ave María Purísima. Padre hace un año justo que me confesé, traigo hecho el examen de conciencia, dolor de corazón y propósito de enmienda.(Se sabía el Ripalda de carretilla) .Y don Delfín también me dice siempre lo mismo
– ¿Qué pecados has cometido?. Y digo yo:
-Pues mire usted, los mismos del año pasado, los de las mujeres
-¿Cómo los de las mujeres?, dice él
-Pues ya ve. Que me gustan las mujeres y como querer la del prójimo es pecao pues eso. Y es que normalmente siempre me gustan las del prójimo.
Y se reía con una mirada pícara mientras encendía de nuevo el cigarro liado que llevaba ya apagado un buen rato.
Y así entre bromas, cigarros y vasos de vino, se sobrellevaba aquellas Semanas Santas sin música, sin fiestas, sin cine y con mujeres de luto. ¡Ah! y con el cumplimento Pascual.