Esta vez sí eran los carlistas los que llegaron a Cangas
Era el 17 de enero de 1.874 y se celebraba la festividad de Santo Antón de Xineiro del que se decía en el concejo “entra el sol por cada regueiro, menos por el de Rocabo que no entra en todo el año”. Un nutrido grupo de jóvenes alumnos de Corias había decidido acercarse hasta el convento al anochecer y ofrecer su felicitaciones musicales al padre Antonio Martínez que tenía tanto afecto a su alumnos que hasta les llevaba turrón, mazapán y otras golosinas a clase después de las Navidades. Así lo hicieron reforzados por bombo y platillos de la Banda de Cangas, volviendo a la villa, tras haber alborotado en Corias convento y pueblo con su músicas, cohetes y cánticos.
Hacia las nueve de la noche regresaron a Cangas con el mismo alboroto allí desplegado. Al pasar por la Plaza Mayor, frente a la colegiata, oyeron ruido de caballos y grandes voces:
-¡Aalto la música! ¡Viva la Religión!
-¡Viva Carlos VII! ¡Abajo el gobierno!
Cesó la música al instante y el grupo de cangueses rondadores se disolvió a toda prisa corriendo con los instrumentos bajo el brazo cada uno a su domicilio, en los cuales contaron entre resuellos y como mejor pudieron lo que acababa de acontecer en la villa y de lo que ellos habían sido testigos
Se corrió la voz como la pólvora y pronto se supo que los que entraron en la Plaza a caballo eran los cabecillas carlistas, Rosas, Milla y Santa Clara que al frente de unos doscientos hombres con sus boinas blancas y borlas doradas aparecieron sin que de ello tuvieran la menor noticia ni autoridades ni persona alguna hasta que coparon la calles de la villa con total sorpresa.
Según se supo posteriormente habían bajado de las montañas por el camino de Las Escolinas y cuando oyeron los cohetes que nuestros amigos habían disparado en Corias y posteriormente en Cangas creyeron eran las señales convenidas para preparar la defensa por lo que desplazaron dos números a indagar lo ocurrido. Una vez conocida la festiva causa de los supuestos disparos las tropas se dividieron entrando unos por el Corral y la Calle Mayor, después de recorrer la carretera de atrás, y otros por la Plaza de Toreno a la citada calle coincidiendo ambos grupos en el Ayuntamiento.
Tras proceder a los alojamientos de oficiales y tropa en las casas de la villa, los jefes acudieron a la Recaudación de Contribuciones, que desempeñaba Don Román Rodríguez Arango, incautándose de los fondos. Fueron luego a la Administración de Rentas Estancadas, a cargo de Don Ceferino Ordás, apropiándose del tabaco. Eso sí, dejaron a ambos funcionarios el correspondiente recibo de lo que se llevaron.
Excepcionalmente no acudieron al Juzgado ni quemaron archivos y registros como habitualmente venían haciendo dado estaban en contra de la Ley del ministro Eugenio Montero Ríos que los regulaba y que era contraria a sus ideas.
A muy tempranas hora del día siguiente los toques de corneta despertaron a los vecinos que se echaron a la calle, con predominio y gran algarabía de la chiquillería.
Formaron en el Corral, y tras los gritos y vivas de rigor emprendieron el camino con toda corrección en lo que consideraron `buen camino´ por ser carretera, pero los cabecillas ordenaron variación y los encauzaron por la cuesta de Curriellos los que no les sentó muy bien, notándose ello en los rostros de los que iban a pie.
Esta vez sí que llegaron a Cangas los carlistas de verdad y no aquellos otros que, como ya les contamos, actuaron en Rañeces poniendo en vilo a Cangas y que no fueron más inocentes “juegos de guerra ‘de la chavalería canguesa