SUROCCIDENTE.-Un sueño con toros y consecuencias

En estos primeros días de primavera tengo a Xuan más que preocupado, preocupadísimo. Me lo cuenta una y potra vez, pero la verdad es que no tengo ni idea ni de cómo ayudarle ni de cómo lograr que se despreocupe y se atenga a los versos aquellos de Calderón “… y toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”.

-Ya, ya, sueños son, pero tar tan ahí y jódenme bien las noches,  repite una y otra vez a mis argumentos literarios que no científicos.

Y es que, amigos, la noches de Xuan están llenas de toros de todos los tamaños y colores que recorren campos y calles sin seguirle, pero siguiéndolo y se adentran en su habitación con una realidad tal que,  aún despertándose, continúa gateando por balcones, corriendo desesperado o trepando con enorme agilidad a los árboles más altos.

Se despierta agitado, sudoroso, con el corazón a cien; se levanta y tarda siempre unos segundos en volver a la realidad, en comprobar que está en su habitación, en su cama y no corriendo aceleradamente por las dehesas salamantinas o cordobesas delante de grandes miuras o pabloromeros.

Y así una y otras vez. Unas cuantas semanas de tranquilidad y vuelta la burra al trigo o los toros a los campos abiertos en los que siempre, por lo que sea, está Xuan. Y claro, mi amigo está ya más que preocupado porque sus repetidos sueños sean una premonición de algo que puede suceder en la realidad

-El caso es que no me persiguen directamente, sino que corren como las vacas esas de las estampidas de las películas del oeste que corren y corren sin dirección alguna pero que te obligan a buscar refugio porque siempre estás tú por el medio, me explica.

Y con gesto de preocupación añade.

-Atiende aquí Cuntapeiro:

-Llevo dos días durmiendo solo en el cuarto que fue de la fía. La parienta me ha mandado al exilio porque, dice, soy peligroso en la cama. Y no te malicies ni rías que la cosa no va por donde tú o cualquier otro malpensado quieran imaginarse.

El caso es que no hace muchas noches volvió el dichoso sueño. Me vi en el medio de una dehesa de esas con cientos y cientos de encinas cubriendo lomas, vallinas y todo lo que la vista abarca. Ni  a saber ni de dónde ni porqué, toros y más toros aparecen por todas partes corriendo como condenados y sin control y levantando gran polvarera.. Son de todos los tamaños y colores y cubren todo el terreno  que la vista abarca

Un grupo de ellos, de los más grandes, vienen hacia mí mugiendo y metiendo un ruido de mil demonios. De un salto me agarro a una rama de una encina e intento trepar. Lo consigo en unos primero metros pero luego me quedo atrapado. Una rama me ha enganchado pillándome una pierna a la altura de la ingle más o menos impidiéndome el movimiento. Uno de los toros se para bajo la encina, se pone sobre las patas de atrás y empuja con su hocico el pie atrapado para echarme abajo. Me remuevo y doy tirones para moverme, pero quiá. Y el dichoso toro rebufa como deben hacerlo las calderas de Pedro Botero en los infiernos. Y yo me cago a virote como suele decirse en estos casos. Y con el pie libre golpeo con fuerza el focico del toro mientras tiro y tiro de la pierna atrapada para liberarme.

Oigo un grito y según me despierto suelto una última gran patada al dichoso toro. De repente una lluvia de golpes me despierta del todo

-¡Burro! ¡Animal! ¡Llevas un gran rato dándome patadas!, ¡No aguanto más! ¡Fuera de aquí!

Despierto a toda leche. No hay toros, ni encinas, pero yo respiro cual si fuese a afogarme in situ; sudo como un condenado y tal parce que he subido y bajado del Acebo a toda pastilla.

-¡Para, para! ¡Taba soñando! ¡El put… toro quería charme abaixo!..

-¡Claro! ¡Y me pateabas a mí! ¡Mira que moretón!

Mientras intento librarme de los porrazos me parece que sigo con la pierna enganchada en la rama de la encina. Echo la mano y entonces me doy cuenta que tengo el calzoncillo incrustado entre la ingle y el muslo y en tal posición que no me permite moverme. Esa era la rama que no me dejaba trepar. Y las patadas destinadas al toro terminaron todas en el cuerpo de la mi parienta que, con razón, había agarrado tal cabreo. Y es que, Cuntapeiro, el confundirla una noche sí y otra también con un toro tiene su miga.

El caso es que ante el furor conyugal desatado por los miuras o lo que fuesen acabó con Xuan en el cuanto la fía, y así seguía ya que él había reconocido a la su parienta que el sueño se repetía una otra vez. Y ella no quería convertirse en el toro nocturno que recibía todas las patadas defensivas de su marido.

Y en esas estamos. Y es por lo que Xuan recurrió a mí. Si alguno de ustedes puede ayudarnos, háganoslo saber

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R. Mera