CANGAS DEL NARCEA.- Oliva y el primer die de novena
Acerco de nuevo a ustedes este relato festivo escrto hace ya muchos años y recogido en mi libro “Rememembranzas festivas canguesas”
Oliva se levantó inquieta esta mañana. Es sábado y, al momento, no supo determinar el porqué de su inquietud. Se dirigió a la cocina y puso la cafetera al fuego.
Ya lo sé, se dijo. Es el silencio; como no hay clases, no se oye el gritar de los niños ni el saludeteo de las madres camino del Colegio.
Pero no. Seguía la inquietud. Se dirigió al salón y corrió las cortinas. La luz entró un tanto matizada en la estancia envuelta en la penumbra hasta ese momento. Serían sobre las siete y cuarto de la mañana. Abrió la ventana, la niebla se dejaba ver enfrente, por encima de Santa Marina; sin embargo no hacía frío.
Notó como un pequeño escalofrío.
-¡Carajo! A ver si voy a tener fiebre
Mas de pronto todo se rompió. Por la ventana abierta se coló rebotando en techos y paredes el inconfundible sonido de las campanas de Ambasaguas. Y entonces lo comprendió todo, sus inquietudes y sus escalofríos. Día 7, hoy era día 7 y comenzaba la Novena. Recién levantada había tardado en despertar su mente, pero sus reflejos le enviaban señales de que algo ocurría.
Primer día de Novenas
Tiene este día un mucho de especial para los cangueses y cada uno lo vive de una manera distinta, pero todos con especial intensidad. Hasta lo hacen en el recuerdo aquellos que se hallan dispersos por el mundo y para los cuales en esta mañana del día siete también suena el campanín.
Oliva no es religiosa, ni siquiera va a misa los domingos, tan solo acude a algún entierro o algún cabo de año de compromiso. Ni más ni menos que otros muchos sean o no cangueses. Pero ¡ay su Virgen!, que no le toque nadie a su Virgen del Carmen ni a su Novena, ni el acudir a cantar la Salve cada 16 de julio una vez terminada la Descarga.
Un tanto acelerada dejó todo por hacer y comenzó a arreglarse. Tampoco era mucho problema. Oliva era una mujer sencilla, del Cascarín de toda la vida, y su pensión de viudedad y algo que le ayudaban los hijos que se encontraban fuera le daban para cubrir sus pocos gastos: el agua, la luz, el gas… el asunto de las comidas lo sorteaba bien, era de buen conformar y muy de cuchara.
Se lavó con fruición, como si quisiera quitarse las arrugas y se enfundó un vestido limpio, aunque un tanto usado. Se asomó de nuevo a la ventana, miró a un lado y a otro y volvió para coger una chaquetilla de entretiempo. Se colocó sobre el pecho, prendida en el vestido, la medalla carmelitana que había heredado de su madre; salió a la calle y cerró con un portazo, nunca echaba la llave. En este barrio solo hay buena gente, se decía a sí misma.
-Vamos hija, que vaya cachaza que te gastas
Se volvió sonriente. Frente a ella se encontraba Luisa, su vecina de toda la vida y también viuda que, vestida de domingo, la aguardaba
-Taré tonta tú. Querrás creer que no sabía ni en que día vivía. ¡Ay Dios!, ¡Ayy Dios!, pero que tontísima se vuelve una con los años. Mira que no acordarme que hoy era el primer día de Novenas. Menos mal que Abundio vino a recordármelo haciendo sonar las campanas. ¡Hasta le Virgen se va a enfadar conmigo!
Se cogieron del brazo y comenzaron a bajar la empinada cuesta camino de la ermita.
Desde un lugar y otro de la villa se veía a mujeres camino de la misma, solas, de dos en dos o en pequeños grupos, caminaban alegres y dicharacheras como si estuviesen de domingo gordo y festivo. Más difícil el ver algún hombre, aunque no faltaban. Es el primer día de Novenas.
La salida también tiene su ritual. Aunque Oliva y Luisa volvieron de nuevo a casa, no sin comentar con otras vecinas como se presentaban las fiestas y la Descarga, otros grupos se dirigían a desayunar a este o aquel lugar entre previsiones, comentarios al programa festivo, críticas hacia uno y otro lado, pero todas impregnadas de espíritu festivo. Las manillas del reloj buscaban las nueve de la mañana, el termómetro marcaba 16 grados y el sol luchaba por abrirse paso entre las nubes.
Ya en la tarde sonaría de nuevo el campanín, se lanzarían tandas de voladores y se procedería de nuevo al rezo de la Novena. Los fieles de por la tarde son otros y muy distintos, pero a todo el mundo les une el mismo espíritu y la misma tradición, creo que incluso más allá de su fe religiosa.
Tras la misma se entregará la Medalla de Oro de la Sociedad de Artesanos y comenzarán las ruidosas Cenas de Novenas que unen a peñistas, grupos de amigos o de trabajo, familiares, o simplemente se improvisa sobre la marcha uniéndose un grupo con ganas de fiesta. Lo que no puede faltar son los voladores. Se inicia con fuerza la cadencia festiva.