A Tuña a San Blas, parada en el camino y…las naranjas

Feria en Tuña

Estirándose con voluptuosidad, Pin se acercó a la ventana. Levantó uno de los visillos, limpió con la manga de la chaqueta de su pijama el cristal y se asomó al exterior. La niebla había llegado hasta el pueblo pero era tenue y dejaba entrever los prados cercanos en lo que destacaba fuerte el blanco de la helada nocturna. Era previsible, se dijo; anoche la luna lucía espléndida en el cielo y ello solo podrá traer una gran helada. Así fue.

Hacía frío en la habitación y con desgana comenzó a vestirse. Había dormido mal. En la cocina oyó trastear a su mujer y sonrió socarrón. La había convencido. Le costó, pero logró hacerla entender la necesidad que tenía de acercarse a Tuña, a San Blas, para ”tantear el mercado” decía él, para que luego no le cogiese de nuevas la feria de San José, en Tineo, que estaba ya a las puertas y a la que quería llevar una vaca y su ternero.

De ahí su sonrisa socarrona, pues estaba al cabo de la calle de los precios con los que   ganaderos y tratantes jugaban tanto en las ferias como fuera de ellas. En realidad él buscaba ir a la feria de Tuña como fuese. Era una en las que mejor lo pasaba de todas a cuantas iba que, en realidad, no eran muchas: San José, en Tineo, la primera, y luego todas las del año: Ramos en  Cangas, quizás a Salas y, tiempos atrás, a la de Gera que, en su criterio, ya no tenía “chicha” alguna.

Por la emoción de todo ello había dormido mal y se sentía un  tanto aturdido. Después de todo su Manula era una santa. Le había dejado colocada encima de la silla de la habitación una camisa limpia, el pantalón azul mahón de loneta de los días de fiesta y un jersey rojizo de lana gruesa, muy adecuado para la época. No le gustaron un pelo los zapatos, siempre le incomodaban y, además no  se podía poner con ellos los gruesos calcetines que le protegían del frío en Tuña o camino de. Prefería sus botas, más bien botonas, de toda la vida de Dios

Restregándose con fuerza las manos entró en la cocina

-Qué elegante el señor, le dijo picajosa la mujer. ¿Vas de boda?

Soltó una especie de gruñido y se sentó en la mesa. No tenía ganas de discutir, no fuera ello que se le torciese el asunto ferial.

Se acercó medio arrastrándola la botella de orujo que estaba en la mesa y se sirvió una copichuela. Y era ello así porque la copa era una de esas antiguas, diminutas, con las que los chigreros ganaban abondo, decían tanto él como sus compadres. Vació la primera de un trago y sirvió otra mientras esperaba que Manuela le acercase un buen tazón de café con pan migado. ¡A saber a qué hora podría ir a comer!

Acabado el desayuno, revisó con calma la cartera para comprobar cómo iba de cuartos; se repeinó un poco, cogió el chaquetón con cuello de lana  y se echó a la calle comenzando a silbar nada más traspasar la puerta y pese a que el frió dejaba tanto el silbo como  el aliento colgados en el aire frio de la mañana.

Con parsimonia sacó un cigarrillo, lo encendió y, tras descender hasta el río, comenzó el corto ascenso de la pronunciada pendiente que le llevaba a la carretera de Oviedo. No había mucho tráfico. A medida que avanzaba intentaba adivinar si venía algún coche para, si lo conocía, pararlo. No pasó nada y al llegar al Pertierra decidió entrar. Había varios coches en la puerta y seguro que encontraba con quien ir hasta Tuña. Él ni tenía vehículo ni lo quería.

Saludó a unos y otros

-Joselín ponme un Soberano que está la mañana p`a ello

-No corras que el día es muito largo, le dijo aquel mientras le servía la copa de coñac.

Apenas había saboreado el primer trago cuando se acercó Pacita, la mujer de Joselín, con un pequeño tazón humeante

-Anda tomate un caldín con la copa, quedarás nuevo.

Así lo hizo mientras hablaba con unos y otros. El humo del tabaco y el calorcín de una estufa de carbón daban, junto al calor humano, un especial color de invierno al local que presentaba un suelo de grandes baldosas humedecido.

-¡Buenas tenga la concurrencia!

Tanin del Rodical entró arrastrando consigo una bocanada de aire frío.

Ya tenía con quien viajar hasta Tuña, se dijo Pin. Le invitó tras saludarlo afectuosamente y un par de copas después arrancaron.

Pasando junto a la térmica de Soto, habló Tanín:

-Ya digo yo Pin que hasta Tuña será muito para hacerlo de un tirón. Pararemos en la Casera ¿no?

-Pararemos

Nuestros dos amigos aparcaron con total parsimonia, saludaron a un conocido de Tebongo que de allí salía y entraron decididos. Había ambiente y muchos de los clientes iban también camino de la feria pero, al igual que Pin y Tanín, haciendo paradas en el camino.

Decidieron que era ya hora de dejar las copas y pasarse al vino, acuerdo al que llegaron sin impedimento alguno. Con entusiasmó se unieron a ellos dos vecinos de Villatresmil  con los que entablaron amena conversación sobre el campo, el ganado, lo mal que lo hacían los alcaldes y concejales de la comarca e incluso hicieron un repaso al gobierno, los impuestos, la calidad del vino y la avaricia de los chigreros.

Corría el reloj inexorable sin que nuestros amigos se percatasen de ello

-¡Hostias la una!, dijo de repente Tanín mirando su reloj de bolsillo, ¿Habrá que comer no?

Se abrió una nueva discusión, discusión que resultaba cada vez más amena a medida que las rondas se sucedían.

Echándose el sombrero un tanto hacia atrás, Pin se rascaba la cabeza argumentando

-Pues digo yo, que dada la hora, casi debíamos yantar aquí mismo; en Tuña estaría todo lleno ya será un problema.

No tardaron los paisanos en llegar a acuerdo y con gran ánimo, bromas y algarabía, ocuparon una mesa de las allí disponibles no sin acudir a la misma portando un par de botellas de vino y los vasos correspondientes. No decaían conversación ni bromas, al contrario, cada vez eran más animadas y más procaces, algo que entusiasmaba a uno de los vecinos de  Villatresmil.   Dos horas después nuestros amigos habían dado cuenta de una buena fabada con su correspondiente y abundante compango, un gran plato de filetes con pimientos y patatas fritas y una buena porción de tarta que había preparado la dueña del local. Unas dos horas después de iniciada la comida pidieron café, copa y Farías y continuaron sin preocupación alguna con sus bromas y conversaciones.

– Una partida no estaba mal, propuso con energía Tanín

– Eso ta hecho, somos cuatro; yo contigo ya`l de Posada con el mi compadre.

Dicho y hecho, pidieron otras copas y se lanzaron con entusiasmo a la partida. Empataron y decidieron jugarse el desempate a ocho juegos con otras tantas copas.

Naramjas en Tuña

Un gran rato después, al salir Pin a mear se dio cuenta de que había anochecido

-¡Hostias!, dijo en voz alta. ¡La feria!, ¡se nos ha olvidado la feria!

Entró escopetado advirtiendo a los colegas de la partida

-¡Pues ahora ya buenos güevos!, expresó uno de ellos

-Y el ir ahora a Tuña es un guilipollez, ya no queda allí nada de la feria, solutamente nada. Apostilló el otro

Se miraron, se encogieron de hombros y decidieron reanudar la partida entre grandes discusiones y acusaciones de los unos sobre lo malo que eran los otros y viceversa.

Rato después, y descartada Tuña, decidieron volver al Pertierra a pinchar algo y tomar el último vino juntos.

Ningún problema. Rato después se hallaban de nuevo sentados en el citado bar frente a un gran plato repleto de chorizo, jamón, queso y otras lindezas ante las que boca y lengua no se trababa como sí sucedía ya con las palabras.

Despidió Pin a los amigos del día dispuesto a emprender la bajada y posterior subida a pie hasta casa cuando en el suelo, al lado de unas sillas, vio unas bolsas con naranjas,

-¡Mecagoentoloquesemenea! ¡Las naranjas!

No podía llegar a casa sin las naranjas; la su Manula descubriría que no había estado en Tuña y se armaría la de dios, sobre todo por la hora que era. Preguntó por el dueño que resultó ser Avelino, de Cangas del Narcea, y al que conocía sobradamente al estar casado con una de Santianes.

Accedió éste a venderle una bolsa de naranjas “para evitarle disgustos” y con ella en la mano llegó ufano a casa contando a la parienta lo bien que estaba el mercado y los buenos precios que se anunciaban para San José dado los vistos en San Blas, apostilló con una gran sonrisa.

Se fue a la cama en el momento en que el vino comenzó a hacer su efecto.

Se arrebujó entre las frías sábanas y esbozó una amplia sonrisa. ¡Pero qué buena era la su Manula! Se había librado por los pelos. Mejor dicho por las naranjas.

Al año que viene volvería a San Blas, y esta vez llegaría hasta Tuña. Se quedó dormido como un santo varón.

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R. Mera