SUROCCIDENTE.- Un cangués y un tinetense: duelo a muerte en el campo de San Roque
Seguro que todos ustedes han oído hablar de la existencia de duelos a lo largo de la Historia. Duelos a espada, a sable, a pistola… duelos reglados y autorizados con sus normas y protocolos. Duelos que llegaron hasta iniciado ya el siglo XX.
Pero quizás no sepan que aquí en este nuestro vecino concejo de Tineo también hubo lo que podíamos llamar un último duelo reglado y autorizado entre un cangués y un tinetense. Pero vayamos por partes.
Allá a finales del XIX vivía en el Partido de Sierra, concretamente en Bruelles, un hombre muy bien considerado en toda la zona: Narciso Barreiro. Contaba Basilio Garrido allá al inicio de los ochenta que era Narciso “un hombre de baja estatura y ligero de peso, pero poseía un fuerza hercúlea que no estaba en armonía con su estatura. Su recia personalidad y su carácter bondadoso y servicial le hicieron acreedor al respeto que todo el distrito de Sierra se le profesaba”
En aquellos tiempos, y durante muchos años después, no había romería que se preciase que no terminase en una tumultuosa pelea en la que palos y navajas hicieran acto de presencia provocando estragos entre los contendientes que, pese ello, y aunque ahora no logremos entenderlo, se sentían tremendamente realizados y felices participando en ellas. Y así era salvo que por allí apareciese Narciso que con un par de voces y unas cuantas amenazas hacía rápidamente desistir de sus ganas de gresca a los más belicosos.
A la edad de cuarenta años hubo de emigrar a Madrid con su mujer y sus tres hijos debido a los agobios económicos que vivían en su aldea. En la capital se colocó en una chocolatería ubicada en la Calle Carretas donde tuvo como compañero de trabajo a un tinetense apodado Gayol, muy conocido en su concejo por su carácter belicoso y agresivo, siempre inmerso en cuantas peleas y palizas surgiesen. Y de no surgir, el mismo las provocaba.
Los días de trabajo y el cercano origen de ambos no tardaron en crear una amistad entre ellos. Frecuentaban una pequeña taberna en las que, entre vaso y vaso, hablaban de la tierra y de sus aldeas sin que Gayol dejase pasar nunca la oportunidad de hacer gala de su fuerza y “valentía” a la hora de las peleas y la palizas realizadas aquí o allá, Se consideraba el hombre más fuerte y valiente de los concejos de Cangas y Tineo y de ello hacía gala continua ante propios y extraños.
Pero llegó un momento en que Narciso llegó a cansarse de las “hazañas” y barbaridades de aquel matón de aldea que no cesaba de presumir de “valentía” argumentándola con el relato continúo de barbaridades cometidas en chigres y romerías,
-Mira que te digo Gayol: quizás tú seas el campeón de Tineo, pero hay uno en Cangas que siempre te ganaría.
-¡Home! Pues me gustaría conocerlo. Ties que decime el nombre ya dónde vive para dir a facerlo una visita
-Pues yo creo que lo conoces, y vivir vive aquí en Madrid, Y es más, es amigo tuyo
– Si tú lo dices… Home no me estarás insinuando que ese campeón que siempre me ganaría es mi buen amigo Narciso, el de Bruelles
– Pues sí señor, es. Respondió Narciso con severidad
-Pues te invito a luchar conmigo en un combate a vida o muerte
No le hizo mucho caso Narciso. Pero Gayol no perdía ocasión de provocarlo y desafiarle procurando que hubiese siempre testigos para así ridiculizarlo llamándolo cobarde dado que aquel persistía en su argumento de considerar aquellos una locura sin sentido alguno. No pondría en peligro ni su vida ni la del tinetense.
Y a medida que más argumentaba Narciso en este sentido más se crecía Gayol en sus ataques llegando incluso a insulta al de Cangas. Tal fue la presión y lo violento de la situación que Narciso decidió volverse a Bruelles con toda la familia. Prefería pasar apuros a convertirse en un criminal.
No pasaría más de un mes de su regreso a la aldea cuando recibió la inesperada visita de Gayol
-Narciso, vengo a desafiarte formalmente. Tenemos que batirnos en duelo. No estoy dispuesto a consentir ni aceptar tu idea de que hay alguien en Asturias que puede vencerme. Si no aceptas es que eres un gran cobarde y así lo haré sabe en todas partes.
Dudó Narciso. Una tormenta de pensamientos cabalgaron por su mente golpeándola. Meditó un momento y muy seriamente contestó.
-Esta es la barbaridad más grande que me han propuesto ni he oído nunca, pero acepto. ¡Que Dios se apiade del vencido!
Acordaron acercarse al día siguiente al juzgado de Tineo con el fin de dar forma y oficializar todos los pormenores del duelo. Nombraron los padrinos de ambas partes y fijaron la fecha.
La pelea tendría como especial marco el Campo de San Roque y el arma a emplear el garrote, fuese este de la forma que fuese. No obstante el tipo de arma podría ser cambiada a lo largo de la pelea si así lo solicitase cualquiera de los contendientes.
Llegado el día, y bien de mañana, padrinos, testigos y duelistas, hicieron acto de presencia en el campo. Se disipaba la niebla y el sol aparecía tímidamente.
En el primer ataque Gayol recibió un certero golpe del garrote de Narciso cayendo al suelo semiconmocionado. Éste le ayudo a incorporarse preguntándole si se daba por vencido y suspendían el duelo a lo que Gayol se negó. Aceptó que le había vencido en el primer asalto pero requirió de los padrinos que el duelo continuase a navaja. Fue aceptada la propuesta y los contendientes soltaron sus garrotes y abrieron las facas.
Situados de nuevo en posición de ataque, Narciso pidió a los padrinos poder aproximarse a Gayol. Dejó la navaja en manos de estos y sacó de su bolsillo un lápiz de carpintero. Tras pedir permiso al tinetense para proceder le dijo:
-Te voy a señalar los lugares por los que te voy a pasar la navaja y a pedirte recapacites y suspendamos este sinsentido.
Se acercó, mojó ligeramente la gruesa punta del lápiz y trazó una raya que desde la frente bajaba hasta la cara.
-Y esta otra puede resultar mortal de necesidad, le explicó trazando otra línea que desde la parte de atrás del cuello cortaba la garganta de lado a lado. Tú decides.
Tronó Gayol pidiendo al cangués que atacara. Hubo movimientos de tanteo y fintas varias, pero la certera mano de Narciso llevó a su navaja a herir la cara de Gayol justo en el lugar que había marcado con el lápiz. Intentó responder el tinetense sin lograr acertar. Y continuaron los amagos, y las aproximaciones y los intentos de llegar y herir al contrario.
Pasaron unos minutos y, tras un amago, Narciso trazó un arco con su navaja que abrió la garganta de Gayol de la que brotó un brusco chorro de sangre. Le había seccionado la yugular. Su muerte fue instantánea y así lo certificó el médico allí presente. Se retiró el cadáver, se retiraron padrinos y testigos y el silencio se apoderó del Campo de San Roque.
Contaba Basilio que Narciso murió joven “afectado quizás por los remordimientos de lo sucedido, por una muerte que él nunca quiso pero a la que le llevaron las circunstancias, Recordarles que este Narciso era el mismo que , años antes, había participado de forma activa, en la toma del Ayuntamientos cangués por los vecinos de Sierra.
Otros tiempos otras gentes