SUROCCIDENTE.-Pues con eso ya con todo Paz y Bien. ¡Felices fiestas!

Foto: Mario Vázquez

Ha llegado el invierno. El Prao del Molín, Las Campas y El Toral se ha teñido de una fina capa de blanco cristal. Las gotas de humedad se han convertido en diamantes blancos colgando tintineantes de árboles y arbustos. Las caras de los niños se pegan a los cristales de las ventanas añorando columpios y pelotas. Las mochilas escolares descansan en un rincón del cuarto.

Subiendo despacio sus sonidos ambientales, la Navidad se llegó hasta nosotros alternándose entre nostalgias y villancicos, éstos cada vez menos y más repetitivos.

Durante estos días suena música en las calles. Las caras de los niños reflejan alegría e ilusiones, adolescentes y jóvenes adivinan noches largas y bulliciosas; la mediana edad lucha con preparativos, compras y comidas para los que llegan. En principio todo es ilusión por los hijos que acuden a pasar estos días; los nietos, los familiares de fuera; luego prisas y cansancios. Si…si si, todo está muy bien, muy contentos sí, pero a ver si marchan pronto, se repiten muchos en sus silencios. En los abuelos nostalgias y cansancios.

El Belén del C asanova de hace ya unos años

Mis ilusiones navideñas han ido quedando enredadas entre las retamas, jaras y zarzaleras del tiempo. Apenas me quedan relámpagos de ilusión que se reflejan en las rojas bolitas de acebo que aparecen aquí y allá casi tapadas por espumillones y “brilli brilli” de modernidades foráneas. La sociedad de consumo se está cargando a la de las relaciones y las vivencias de un tiempo de bondades, reales mensajes de amistad, abrazos de buenos deseos y bonhomía en la relaciones sustituyendo a las envidias y encontronazos en el diario quehacer, están siendo cambiados, con nuestra aquiescencia  y egoísmo individual, por un desaforado mercantilismo, unos deseos regulados por el dichoso algoritmo de las redes que multiplica y envía la misma felicitación , estado, deseo o villancico, hacia miles de gregarios consumidores que, a su  vez, los reenvían a otros tantos. La personalidad y el ser de cada uno definido en su pensamiento y definición de su libertad de pensamiento quedan diluidos, hasta quizás perdidos, en aceptado, por desidia y comodidad, borreguismo del pensamiento único y dirigido.

Ítem más. La antaño buena y voluntaria  costumbre de la cena  familiar de Nochebuena, que se hacía tras volver la familia de la Misa del Gallo o antes de asistir a la misma, entre músicas y villancicos, según regiones, o incluso ninguna de las tres cosas, pero respetando la tradición y la relaciones de tradición, vecindad y buenos deseos de esa noche tan especial se fuera o no creyente pero que se establecían en barrios, aldeas y pueblos, han quedado subsumida en un ¡Hay que cenar! ¡Hay que cenar!  que comienza ya a oírse  a las ocho de la tarde en intenso imperativo, trasmutando aquella libertad iniciática en buscada obligación comercial con menús al dictado más que en el  deseo libre o buscado de cariño de cada componente   de  familia.

Pese a todo: Paz y Bien para todos y ¡Felices Fiestas!

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R. Mera