De CANGAS a BERZOCANA, romero hacia la campa de San Isidro
Un viaje de primavera a mis orígenes agrícolas. San Isidro
Cangas del Narcea. Decidí que era el momento y no me lo pensé más. Cogimos el hatillo como antaño se decía y no tardé en ponerme en camino. Ustedes conocen perfectamente que el día 15 del mes de mayo, aunque en este año marcee, se celebra San Isidro, patrón del campo y de los agricultores, Y como uno no termina de perder nunca sus raíces de proceder de un pueblo campesino, puse rumbo a Extremadura, a Berzocana, allá en las estribaciones de las Villuercas donde se celebra, como en tantos y tantos otros pueblos de España (este país para los más progres) esta festividad.
Es curioso que a este santo, campesino él, se le diese el patronazgo de la labraduría y posteriormente el de Madrid, algo que en muy pocos años comenzó a constatarse eran cosas diametralmente opuestas. Claro que él era de la aldea de Madrid, en sus cercanías labraba los campos y de allí era también su mujer, María de la Cabeza, que también sería proclamada santa por la Iglesia Católica.
El caso es que con niebla en las montañas y orballo del que moja en la villa, emprendí el camino un viernes cuando en la emisora de radio en la que diariamente colaboro acababan de decir que teníamos once grados.
Habitualmente suelo salir hacia la meseta por Rañadoiro para continuar por la carretera llamada Minera, que desde Cerredo sale a la carretera del Sil camino de Matarrosa y a la de la Coruña por Toreno. Ruta alternativa ésta a la de Leitariegos, a la que considero más adecuada y rápida. Pero los vecinos de esta comarca asturiana saben perfectamente que en ella usted propone y las carreteras deciden. En mi último viaje ya había sufrido la nada agradable experiencia de caer en unos de esos enormes furacos que la pueblan, trampas hábilmente situadas de forma que si esquivas una caigas en otra, e incluso me habían comentado que desde entonces la situación había empeorado.
Así las cosas salí por Leitariegos, cuyo firme de carretera hace palidecer al de la AS-15, y cuyas vista siempre impresionan tanto a los locales (como es mi caso) como a foráneos. Aumentaba la niebla a medida que ascendía y crucé el alto a cuatro grados y nieve en los laterales. A partir de ahí todo fue un festival meteorológico. Agua, sol, viento, de nuevo lluvia, 12 grados, más allá 8; más adelante 20, de nuevo 12, y sol, y lluvia, y otra vez viento. Me lo tomé con calma. Aminoré la marcha y fui disfrutando de cada momento. Un poco más allá de Zamora nos desvían y nos mandan por esta y aquella otra carretera. Aprovechando la situación paramos a comer en Morales del Vino. ¡Que pena!, no tenían las sopas de ajo que anunciaba la carta. Cruzamos Salamanca con 8 grados. Y con las idas y venidas del tiempo llegamos a nuestro destino, con sol y 11 grados, pasadas ya las siete y media de la tarde. Son cosas de la primavera.
Dada la hora y que con los años los kilómetros pesan, nos dedicamos a charlar con mi hermano Miguel y tempranito al descanso y olvido del sueño.
Hogaza y empanada de Cangas con vino del Duero en la romería de San Isidro de Berzocana
Al día siguiente, sábado, abrió mañana espléndida de sol y con una más que agradable temperatura que animó a los romeros a emprender animado camino hacia la explanada de la dehesa boyal de la villa de Berzocana lugar en la que se halla ubicada la ermita del santo homenajeado. Y hacia allá nos dirigimos también nosotros debidamente pertrechados para la ocasión y dispuestos a dar un toque interregional a la romería al menos en lo que a viandas se refiere.
Dejando aparte las ideas y venidas, chascarrillos, saludos, recuerdos y algún que otra cerveza, algo a lo que el tiempo se prestaba, me centraré en la experiencia de dar un toque interregional a la romería que ideamos en esta ocasión sin por ello pasar por alto las pequeñas cosas allí sucedidas y que suelen seguir casi siempre los mismos parámetros en todas las romerías indistintamente de lugar en que se celebren y las peculiaridades que a cada región o comarca le son sustanciales.
Y decía lo de interregional pues, amén los productos autóctonos extremeños allí acarreados por los muy diversos grupos que la conformaban, mi hija Belén llegó, solita ella, desde Aranda de Duero con una gran bota de vino de la Ribera del Duero del que dimos buena cuenta luciendo cada cual sus más o menos habilidades en el ancestral arte de beber vino en bota haciéndolo caer en arco desde una u otra altura y dejándolo golpear suavemente en la lengua o en un huequecillo formado entre aquella y los dientes inferiores.
Como consecuencia de ello, algún que otro manchón adornó las camisas de muchos, y alguna otra, de los que a la prueba se prestaron. Otros libramos con arte el momento por aquello de que lo que de joven se aprende tarda en olvidarse. Y digo yo que mi hija Belén debía de haber contraído alguna promesa muy gorda con el Santo por cuanto se presentó desde Aranda de Duero sin más compañía que de la citada bota de vino. Allí quedaron hijos y marido. Quizás sea del mismo carácter y naturaleza que los míos con la Virgen del Acebo, Santarbás, El Carmen, las Fiestas de Berzocana, la Aparición, San Cosmen, San Fulgencio, el mismo San Isidro y algunas más.
Aunque ya en otra ocasión había logrado que en el corro en el que en la romería me encontraba como invitado, (acampados con el grupo de los de El Puerto- La Charca), triunfasen el chosco y la bolla de pascua de Cangas del Narcea, esta vez que tocaba concentración del grupo familiar con mi hermana y su familia, me decidí por una gran hogaza de Manín y una solemnísima empanada de Silvela. Estuvieron poco tiempo en exposición. Los comensales, con los suizos que conformaban la familia política de uno de mis sobrinos que abrían ojos y boca con gran asombro, a la cabeza, pronto dieron cuenta de las viandas entre expresiones de alabanzas generalizadas al producto y sus elaboradores. Pronto desaparecieron, aunque he de señalar que hubo quien apartó alguna rebanada de hogaza para el desayuno. El éxito cangués en la romería de San Isidro de Berzocana fue total.
Y apuntado lo debe de tener el santo por cuanto llegué tarde a la procesión por lo que este año no pude comprobar si por fin las cantantes de turno habían cambiado el compás del Himno de San Isidro colocando al que al mismo corresponde, un 3×4, en lugar de un 4×4 con el que se empeñan en interpretarlo.
Habré de explicar a mis paisanos asturianos, y quizás también a los extremeños, que en plena dehesa, donde lo que abundan hasta aburrir son precisamente las encinas, los berzocaniegos acotan, de una u otra manera, aquella bajo la que quieren acampar en la romería. Y ello ha cuajado de tal modo que son ya muchos los grupos que tienen señaladas, como si en propiedad correspondiese, determinadas encinas, siendo ello respetado.
Y terminada cada comida en su abundancia y algarabía, unos y otros emprenden una especie de viacrucis festivo de encina en encina, saludando a unos y otros, probando aquí o allí, o libando en uno y otro lugar cual laboriosas abejas en plena recolección. Y así nos llegamos Maribel y yo hasta la correspondiente a Lorenzo y Nines, donde alternando con ellos se encontraban Belén y Richard, aquella debutante y éste cofrade significado, que no paró un segundo en contar ciento y un historias a cual más desternillante. Y es que hay que reconocerle que tiene habilidad para ello y, a más, suele ser protagonista de muchas de ellas. No tardó en apoyarse en mis recuerdos de viejo para aumentar en ello para regocijo de unos y otros. Aún así no logramos hacérselo entender a los descreídos adolecentes y preadolescentes que por allí iban a venían a remojarse en el Pinito, repitiéndoles que tuviesen cuidado, pues si se acercaban al lado más hondo (no más arriba de la cintura) el agua “te llamaba” y terminabas ahogándote como, al parecer, le ocurrió al tal Pinito.
Así nos lo contaban nuestras madres para que no acudiésemos al tal charco, y así lo creímos siempre a pie juntillas tanto que, como Lorenzo decía, aún nos entra un cosquilleo en la tripa si allí nos acercamos mucho. Tal ocurre también con la Trasoná, en La Concepción, pozo al que estaba terminante prohibido asomarse, pues también el agua “te llamaba” y al fondo que, inexorablemente, te ibas. Las madres siempre han tenido razón.
Pero bueno no deben pensarlo así los jóvenes de hoy en día que nos miraban con incredulidad y al final hacían un gesto despectivo marchándose sin tan siquiera contestarnos. Cosas de los tiempos y las costumbres.
¿Recuerdan? El año pasado, en la crónica relativa esta romería, les hablaba yo de dos bebés, niño y niña, de caritas sonrosadas y rasgos nórdicos por más que sus padres (Víctor y María) porten raíces extremeñas por los cuatro costados: Los gemelos Héctor y Olivia.
Pues bien este año hemos repetido situación. En este caso han sido protagonistas unos mellizos Elin y Noah, hijos de Tomi Cerezo y Karin Strässle, primos de los anteriores y que, pese a no ir mucha más allá del año, ya se encontraban de romería cumpliendo “como es debío” al menos en el comer.
Por allí andaban sus orgullosos abuelos paternos Tomás e Inés María, utilizando `clines´ sin parar (por lo de la baba) el abuelo, y más protectora y vigilante la abuela. Y aclaro aquí que no solo de los citados gemelos, sino también de los otros nietos Sergio, Sara y Luis (hermano de aquellos) y de todos cuántos a su encina nos habíamos acogido. Y más, incluso de su hija y yerno, Elena y Míguel, que se encontraban más o menos en la encina colindante, cual si de chalés hablásemos.
Y he dejado para el final a dos debutantes, Magdalena y Josef, los otros abuelos, padres de Karin, que aun no teniendo ni pajolera idea de español (son suizos y hablan alemán) se lo pasaron en grande, aunque no se qué pensarían de las `fachas´ que los berzocaniegos desarrollamos para esto o aquello, o de las voces que nos damos unos a otros para entendernos. Cumplir cumplieron, sobre todo Josef, al que llaman Sepp, pero al que no tardamos en rebautizar como Pepe. Y yo que me las daba de cervecero resulté un pardillo a su lado. Le daban exactamente igual “las verdes” que “las rojas”, y en un decir amén, tras llegar al pueblo, ya sabía ir a al bar de Mari (lo de las horas le daba exactamente igual) a tomar una u otra cerveza.
Quede constancia que si ellos no nos entendían porque no hablaban español, nosotros tampoco a ellos porque no tenemos ni idea del alemán. Tomi no podía atender a la traducción simultánea de aquel batiburrillo de conversaciones, decires y dicharachos.
Y solo nos queda decir ¡Viva San Isidro! y hasta el año que viene si Dios quiere.