De cómo los guajes cangueses metieron el miedo en la villa haciéndose pasar por carlistas

Se acababan los años veinte, aquellos que se denominaron “felices veinte”, y en Cangas del Narcea hablaban ya entonces algunos vecinos de lo que habían cambiado las cosas, de lo buenos que habían sido los años anteriores, de cómo se perdía todo. Vamos, más o menos lo que hacemos también ahora.

-¿Acuérdaste Luis de aquella vez que fuimos un rebañísimo de excursión a Rañaces?

-Si ho. ¿Como nun voy d´alcordarme?  Arrancamos por Regueiro San Martín saltando la pasada   de las viñas y subiendo por la senda que  las atraviesa hasta el pueblo de Rañeces de Abajo que solo tenía una casa.

-Si hom, sí, Acuerdome que estábamos entonces en plena guerra Carlista. La última creo, Y claro, como éramos muy modernos pusímonos a jugar a la guerra. Así que decidimos formar un regimiento carlista e instalar allí, en Rañeces, nuestro cuartel general.

De una carga de leña cogimos una serie de palos que inmediatamente transformamos en fusiles

De una carga de leña cogimos una serie de palos que inmediatamente transformamos en fusiles, incluso preparamos especialmente uno de ellos al que colocamos un gran papelón, debía de ser de algún saco, que transformamos inmediatamente en bandera del improvisado regimiento. Cubrimos las gorras con los pañuelos a modo de boina,

-¡¡Síii!! Y las colocamos borlas de pelo de panoya, para mayor propiedad. Y… ¡hostias! , no me acuerdo quien fue el que se montó en una pollina que andaba por allí pastando con el palo y la bandera en la mano.

-¡A formar! ¡De frente! ¡Marchen!

Y disciplinadamente la tropa, subía y bajaba, giraba a un lado y otro.

-¡Alto! Primera línea ¡Rodilla en tierra! ¡Apunten! ¡Fuego!

Aquello, si no batalla, si eran unas maniobras militares en toda regla. Íbamos y veníamos, subíamos y bajábamos, girábamos,  parábamos en seco, adelante, atrás, echábamos cuerpo a tierra y levantándonos a saltos emprendíamos desatinada carrera agrupándonos o dispersándonos sin darnos punto alguno de reposo.

Y tan absortos andábamos en nuestra batalla que nadie se fijó en nada hasta que uno de los guajes soldado gritó.

– ¡Mirai!, ¡Mirai! ¡Algo pasa en Cangas!

Paramos todo en seco. Y dirigiendo la vista hacia la villa quedamos un tanto atónitos al ver como en la carretera, en las calles, en las plazoletas, desde cualquier lugar desde el que se podía ver nuestro juego, nutridos grupos de gentes que, un tanto alarmados,  observaban con atención lo que hacíamos,

Un tanto asustado al ver todo aquello, nuestro “general en jefe” que era Joaquín Cuesta, grito con voz vibrante y enardecida

-¡¡Sálvese quien pueda!!

– La tropa, sin saber muy bien que diantres pasaba, rompió filas rápidamente…

-Ya, ya… y bajamos  a to lo que daba unos por el regueiro de La Cartuja; otros por medio de la viñas, en línea recta,( algo que entonces podía hacerse al no haber alambres cerrando), otros por el regueiro de San Martín; otros por La Cogolla y los últimos por el camino de Curriellos.

Pero, aparte de  los a todas luces nuestros incomprendidos juegos, ¿qué era lo que había ocurrido en la villa para semejante alboroto?

Como quiera que en la provincia había diversas partidas carlistas , los pueblos andaban preocupados y temeroso de que entraran en ellos

Les cuento. Como quiera que en la provincia había diversas partidas carlistas moviéndose de un lado a otro, los pueblos andaban preocupados y temeroso de que entraran en ellos por los perjuicios de todo tipo que ello les acarreaba independientemente del bando a que perteneciesen, a los pueblos en conjunto y a los vecinos en su individualidad.

Al percatarse los cangueses de que nosotros, debidamente disfrazados, aparecíamos en correcta formación tanto arriba como abajo, rompiendo una y otra vez su línea del horizonte, desde la villa parecíamos carlistas bien organizados y numerosos, Y esta sensación corrió por la villa como bola de nieve aumentando cada vez más  de tamaño sacando a los cangueses de casa y llevándolos hacia aquellos lugares desde  donde mejor podrían divisarnos. Algunos hasta llegaban previstos de catalejos

-200 de infantería; cien de caballería…

Y así, unos tras otros aumentaban fantásticamente el número de partidarios de Don Carlos que pululaban por las cercanías de la villa canguesa. La situación se presentaba cada vez más alarmante.

Los partidarios de la república, temerosos de no poder combatir contra fuerzas tan numerosas como parecían y que éstas les confiscasen las armas, escondieron los fusiles en los sitios más recónditos de su casa o entre los colchones como hizo Ferreiras.

Conocida la verdad, el alcalde se vio en la necesidad de castigar a aquella pequeña tropa causante del tal alarma y así, en unión de los municipales y un grupo de voluntarios salieron, portando  sus fusiles, al encuentro del mayor grupo que era el que bajaba por el camino de Curriellos, llevándolos detenidos y encerrándolos en el Ayuntamiento  a pesar de las protestas de los mayores y las abundantes lágrimas de los más pequeños.

En cuanto las familias se enteraron de lo sucedido acudieron a buscar a los “carlistas” detenidos que fueron puestos todos en libertad inmediatamente-

Cuentan lo cronicones de la época que lo sucedido dio lugar a muchas risas y anécdotas, pero a muchos de los directamente implicado no les quedaron más ganas de jugar “a los carlistas”.

Y como me lo contaron os lo cuento.

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R. Mera