BERZOCANA.- Me pido la Manga

BERZOCANA.- Me pido la Manga

Me pido la Manga

Los monaguillos entrábamos en tropel en la sacristía dispuestos a repartirnos los papeles a realizar por cada uno en festividad tan señalada. El “me pido la manga” era una de nuestras habituales expresiones cuando la festividad apuntaba a procesión solemne. La manga encabezaba el cortejo   y, seguida por todos los fieles, marcaba el trayecto a recorrer según a  la festividad correspondía. Recuerdo especialmente la procesión correspondiente al día en que se celebraba el Corazón de Jesús, creo que en el mes de junio, en la que aquella atravesaba toda la plaza, entonces aún sin remodelar y por ello de tierra y sin escaleras. Entonces, la manga lucía en todo su esplendor. Y de repente, al escribirlo, me viene nítida a la memoria la imagen las hermanas que llamábamos “la Pelonas”, Amalia y María Josefa, ya mayores y arrodilladas en sendos reclinatorios en el semicírculo  elevado que conformaba el saliente de la entrada a su casa, donde ahora se hallan el bar de Pedro y la casa de Marcial.

-Corazónnn saaantoooo, tuuu reinaraaassss… cantaban con voz chillona sobreponiéndolas sobre el resto de voces dispersas y desafinadas de los fieles que pocesionaban

Pero quizás, y dado los tiempos actuales, sea necesario recordar, o incluso explicar, sobre  todo a los más jóvenes, qué era eso de “la manga” que, por cierto, nada tenía, ni tiene, que ver ni con las chaquetas ni con la cocina o la repostería y ni tan siquiera con el Mar Menor

Según el Diccionario de la Academia Española, una manga procesional es un “adorno de tela que, sobre unos aros y con forma de cilindro acabado en cono, cubre parte de la vara de la cruz de algunas parroquias”.

En un principio eran simples paños que pendían de las cruces procesionales

Su estructura, generalmente de madera está cubierta de paño bordado. En la mayoría de los casos estos paños se utilizaban  para revestir el fuste de las cruces procesionales. Normalmente suelen ser de ricas telas, como la seda, con bordados de plata, oro, argentería de todos los tamaños y formas, sedas de colores, etc. Las mangas de cruz son piezas poco corrientes; en un principio eran simples paños que pendían de las cruces procesionales, cayendo sobre el vástago con sus pliegues naturales y que se sujetaban a él fruncidas por medio de cintas y lazos de seda más o menos labrados. Con el tiempo, se van recargando de bordados de sobrepuesto y realce, lo que le da cierta rigidez a la pieza, terminando por ser fijadas a un soporte rígido y cilíndrico sobre el que la tela queda tersa, pudiendo ver de esta manera la decoración completa que antes quedaba semioculta por los pliegues. Este cilindro se ajusta al palo de la cruz, por medio de otra pieza, en forma de cono o a cuatro elementos triangulares que forman una pirámide. Las hay también mucho más simple. Su origen puede remontarse a los estandartes, pendones y otros emblemas que se utilizaban en las procesiones tanto civiles como eclesiásticas durante la Edad Media y que identificaban a los diferentes estamentos y gremios participantes.

Así, de entrada, recuerdo dos de éstas en Berzocana. Una más simple, que era la que normalmente portábamos los monaguillos y otra grande, solemne, pesada, que ya nos era un tanto ajena. Recuerdo  de verla casi siempre con su vestimenta morada, llena de cenefas, bordados y adornos con hilo de oro. Se difumina la imagen. Cuando esta manga salía, la Semana Santa era su hábitat natural, la portaba siempre algún hombre, dado su peso, demasiado para la menuda monaguillería. Me asalta también alguna semidiluida imagen de esa misma manga revestida de amarillo (o color parecido) con unos largos cordones cayendo de su triangulo superior. Y me llegan las imágenes envueltas en luz y calor por lo que deduzco que deben corresponderse con lejanos recuerdos de procesiones del domingo de Ramos, el de las Fiestas, el del Jueves Santo o el del Corpus.

-Me pido la Manga

Andábamos revueltos por la sacristía a la espera de la llegada del párroco, don José, para iniciar la procesión y repartiéndonos las funciones y lugares a ocupar por cada uno de nosotros. Claro que había veces que ya repartido todo según nuestros gustos, intereses y cargos dentro del grupo, llegaba tío Juan Luis el sacristán (mi padre) y sin explicación alguna reasignaba las funciones. Solo nos quedaba decir amén.

Sepan mis comprensivos y más jóvenes lectores, que muestrea formas de vivir y jugar nada tenían que ver con las de ahora, son mundos muy  distintos y distantes pese a que el tiempo discurrido no sea tanto. No teníamos internet, ni tele, y los programas de la radio (en los tres o cuatro que podía haber en el pueblo) pues como que no. Los juguetes brillaban por su ausencia y hasta los balones (nosotros decíamos pelotas) debíamos de preparárnoslos con trapos y otros elementos apropiados para ello. Y estas soluciones eran extensibles también a todo tipo de artilugios u ocurrencias que para entretenernos o competir sirviesen. Entenderán así ustedes  nuestra ilusión y agitamiento en un día de fiesta ante la llegada de un montón de acontecimientos en los, de alguna forma, nosotros nos considerábamos especiales protagonistas.

Si Canete, Elías o Juan Sopina, que eran los mayores, decidían subir a la torre para repicar y repicar durante la procesión, el porte de la manga solía recaer en Pablo Chich

Si Canete, Elías o Juan Sopina, que eran los mayores, decidían subir a la torre para repicar y repicar durante la procesión, algo en lo que establecían verdaderos duelos, el porte de la manga solía recaer en Pablo Chicha quien, con estudiada condescendencia, accedía a que durante algún tramo del recorrido la portase otro algún monago que, ya desde el principio, salía a su lado y que él elegía.

Allá por aquellas fechas también salía la manga grande en el día de San Sebastián, festividad que se celebraba el 20 de enero y que contaba con cofradía propia. Bueno, siendo fieles a la historia habrá que reseñar que había dos cofradias: la eclesiástica que debidamente endomingada acudía a los actos religiosos, y la popular que iniciaba sus actividades una vez la otra terminaba y a lo largo del resto del día. Mi abuelo Juan Luis y tío Pedro Parao fueron conspicuos cofrades de esta última De todo ello di ya cumplida cuenta en mi primer libro sobre las remembranzas berzocaniegas de otras épocas.

-Me pido la Manga

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R. Mera