Domingo de Promesas en el Acebo
Vista desde El Acebo
Ya sé que han pasado algunas fechas, pero quiero hoy rememorar aquí el Domingo de Promesas en El Acebo
Casi a carreras salté del Monasterio de Guadalupe, allá en las Villuercas cacereña, al del Acebo, en los altos vaqueiros de Cangas del Narcea.
Fue el Domingo de Promesas, y tras comprobar como en muy diversos lugares el gentío acudía en masa a fiestas y romerías, me llevé una pequeña decepción al constatar como en el alto del santuario cangués, la afluencia de público era más bien escasa. Y escasa había sido, según allí me cantaron, la del día ocho.
Ni la presencia del arzobispo de Oviedo, que por primera vez acudía al santuario, logró animar la un tanto desangelada mañana; y no por el día espléndido en todos los aspectos, sino por el ambiente.
-Mera, esto se nos va, la tradiciones se pierden, me decía un cangués que relataba cómo habían heredado de su abuelo la devoción a la Virgen y la tradición de acudir a visitarla el Domingo de Promesas. Y se mostraba afectado. Pronto se nos unió otro que, tras subir andando, abundaba en la misma percepción, y otro más. Y generalizó la conversación centrándose en lo que, poco a poco, se iba perdiendo en cuanto romerías y tradiciones. Todo se ha comercializado, acordamos.
Y coincidíamos con el arzobispo en señalar en su homilía que esta misa era la vaqueira, aquella que éstos solicitaron tiempos ha del obispo de turno al no permitírseles asistir a la del día ocho. La misa se repetía idéntica en salmos y lecturas. Pero a una acudían a los saldos y a la otra los vaqueiros.
-¿Dónde está la ofrenda del ramo y la subasta, recuerdo precisamente de aquellos cumplimientos de promesas vaqueiros?, me preguntaba el primero de mis contertulios, agente forestal él.
-¿Y los bailes delante de la Virgen en la procesión o una vez acabada la misa?, agregaba el otro.
-¿Y los manteles extendidos acá y acullá, en los alrededores del monasterio, en el entorno de la cruz, en los montes circundantes…?
Ahora todo son restricciones y cortapisas prohibiendo entrar aquí o allí, o impidiendo el acceso a éste u el otro lugar para aparcar, o acotando gran parte del terreno para desarrollar negocios privados aún cuando privado pueda ser el mismo. O cinta impidiendo el paso a extender el mantel en las entradas de ésta o aquella parcela de monte. Todo son chinas, palos, zancadillas al mantenimiento de lo que esta fiesta fue siempre, a su tradiciones. Un pueblo sin tradiciones es un pueblo sin alma, sentenció alguno de los tertulianos que habían ido aumentando a medida que se animaba la conversación.
-¿Os habéis fijado en la edad de los que nos rodean?, señaló una mujer incorporada a la tertulia.
Miramos interesados a nuestro alrededor y a los grupos y mesas más lejanos. No vimos jóvenes
-Son todos jubilados y niños, nietos si queréis, precisó la misma mujer
Y así era, los jóvenes brillaban por su ausencia, Un grave inconveniente para el mantenimiento de las tradiciones.
Curiosamente, a medida que avanzaba la tarde, aumentaba la gente en la explanada delante del monasterio
-Son lo paisanos de los alrededores que suben a echar algo
– O un baile.
Se apagaba la tarde y dejamos el Acebo envuelto en la música de prao en la que, generalmente, suena igual un tango, una cumbia, un pasodoble, un fox trot o una bossanova.