Ha llegado agosto, tanto a Madrid como a Cangas, y todo vuelve a repetirse
Una terraza en Olavide
Por cuestiones que al caso no vienen, hace ya unos cuantos años que el inicio del verano vacacional, que no el atmosférico, me pilla en la capital de las Españas. Algunos suele tacharme de loco por acudir a este lugar en plena canícula ya que, aseguran, el calor es insoportable. Y argumento yo que así es si se tiene que trabajar y atender obligaciones, pero ni mucho menos lo es para los que, como yo, acudimos como, digamos, artistas. Todo consiste en adecuar acciones y tiempo según el transcurrir de la jornada.
Son las mañanas madrileñas ideales para pasear bajo el espléndido azul de su cielo y la ligera brisa serrana que acaricia la zona de Moncloa y Chamberí.
Primer síntoma de que agosto está ya aquí: Tan solo me cruzo con sudamericanos cargados con mochilas camino de sus trabajos de albañilería y algunos jóvenes en plan deportivo. Las sillas de las terrazas aún duermen y quiosco tras quiosco me los encuentro cerrados, algo totalmente anormal el resto del año pues abren justo cuando se ponen las calles. De Cea Bermúdez a Quevedo y Bilbao, Princesa y Moncloa, no encuentro ninguno abierto. He de llegar hasta Cristo Rey, completando el círculo, para poder comprar la prensa. Algo, estoy seguro, que no ocurre en Cangas por cuanto Loli y Fátima son de horario y diario corridos y no cierran ni tan siquiera el día del Carmen ni el de la patrona.
Mediada ya la mañana, a la sombra, en una terraza, dejo que la espuma de un doble de cerveza resbale lenta regando el gaznate. El sol de la acera de enfrenta hace aún más placentero su disfrute.
En Cangas hay relevo de visitantes. Los cangueses que se acercaron al Carmen vuelven a sus lugares de trabajo o, si les quedan algunos días de asueto, se refugian en las playas. La placidez tras la vorágine festiva. Es la hora de la llegada de la emigración de los pueblos y aldeas. Por un mes se revitalizan de nuevo. Es el único de cada año en que vuelven a ser conscientes de su existencia. Incluso sus calles silenciosas se llenan de gritos de niños. Ello hará que, llegado septiembre, el silencio sea aún más sonoro.
Otro síntoma de que ha llegado agosto es la caída en calidad y amenidad de muchos programas de radio convencionales. No entiendo muy bien el porqué de ello, aunque también puede ser sencillamente manías de viejo. Y lo señalo por que igual me ocurre con la música de los programas nocturnos. La programan para los jóvenes cuando éstos, a esas horas, o rumban a todo trapo o duermen como troncos. Somos los ya no jóvenes los que nos peleamos con el insomnio y el dial los que buscamos otras músicas más suaves y placenteras en la misma línea de todo el año.
Avanza el día y suben las temperaturas. Me cuentan que en Cangas, los corrillos y saludeteos, aderezados con el adobe del cotilleo más descarado, se acrecientan especialmente mediada la mañana, taponando unos y otros puntos de la aceras de las calles más céntricas. Ha llegado agosto y las casas rurales de la comarca están casi al completo. Como los pueblos y aldeas.
Buenas tardes y feliz jornadas