Los ombligos berzocaniegos: Tía Luisa y tía Juana
Estábamos apelotonados en el Rollino. Caía suavemente la tarde en un abril que había dejado mojadas las calles y aplacado el polvo de la plaza por la que habíamos correteado hasta la extenuación tras una pelota de goma, pinchada, y sin llegar a determinar claramente quienes eran de un equipo y quienes eran de otro. Todos corríamos como posesos tras la medio deshinchada pelota dispuestos a darla un puntapié sin importarnos ni sentido ni dirección. Nuestros conocimientos del fútbol no ibas más allá de las narraciones radiofónicas de Matías Prats (padre) que, a medias, oíamos de vez en cuando en los pocos aparatos de radio que había entonces en el pueblo. Lo de la tele aún nos quedaba muy lejos. Recuerdo haber tenido en mis manos durante años una revista gráfica en la que venía todo el resumen de los partidos habidos en el mundial del 1.952 y que, muchos años después, mi hermano Miguel dejó a alguien despareciendo por completo. Era una joya.
El caso es que, cansados de correr, nos sentamos escalonadamente en las escaleras del rollino dispuestos a agotar la tarde hasta el momento en que, al encenderse las luces públicas de la mano de tío Serafín, al que escoltábamos convenientemente hasta el transformador, llegaba la hora en que cada mochuelo había de refugiarse, por decreto paterno- materno, en su olivo.
Pese al fresquito que se dejaba ya sentir, creo que fue Samuel el que, inesperadamente, se bajó los pantalones sin pudor ninguno y dejando su sexo al aire de la tarde por no tener calzoncillos preguntó desafiante:
-¿A ver quién tiene un ombligo como el mío?
Todas las miradas se giraron hacia el mismo.
-¡Vaya pirulina!, exclamóPilón señalando con el dedo
Ni esa llamada logró que las miradas se dirigiesen a la pirulina, lo hicieron al ombligo de Samuel.
Era aquel un ombligo salido, enhiesto cual badajo de campanilla eclesial. Un minúsculo apéndice saliente de la piel en el medio de la semihundida barriga. Samuel, estirando la piel de alrededor con los dedos de la mano izquierda para que el ombligo se destacase aún más, golpeaba a éste con el dedo corazón de la derecha haciéndolo vibrar. No tardaron en comenzar las risas. De pronto, casi al unísono, en un descontrolado y embarullado momento, cayeron la mayoría de las calzonas de los allí reunidos y se dejaron ver los ombligos que se intentaban resaltar metiendo el culo, empujándola tripa hacia adelante, y haciendo resaltar el apéndice lo más posible.
-¡El mío está p´a dentro!, exclamó alguno extrañado
– Es que ese es de tía Juana, preciso creo que Pedro Tarata; los de tía Luisa son los que están p´a afuera. Y en ese momento comenzó la comparación de unos y otros ombligos. En un grupo los que estaban para afuera, en otro los que estaban hacia adentro, es decir: no sobresalían en la tripa.
He de aclarar aquí a los lectores, especialmente a los jóvenes, que las llamadas tía Luisa y tía Juana, eran las dos parteras “oficiales” del pueblo cuando se daba a luz en las casas, aunque entonces simplemente se paría. Tía Luisa era la mayor y sus ombligos correspondían, en nuestro especial análisis, a los mayores de los que por allí andábamos, eran los salidos, y tía Juana era hija de la primera a la que sustituyó cuando los años fueron limitando sus funciones. Sus ombligos eran los que estaban hacia adentro.
-El mío es de tía Juana
-Tas tonto. No ves que casi no sale, es de tía Luisa
-Pues el mío debe de ser de otra mujer,no está ni p´a afuera ni p´a adentro.
Y allí se inició una embarullada discusión en que uno enseñaba su ombligo al otro, el otro uno, y éste al de más allá, acercando la tripa de unos a las de otros intentando hacer patentes las semejanzas o diferencias del trocito de tripa que quedaba en el cuerpo una vez que la patera cortase y anudase lo que quedaba del cordón umbilical en el cuerpo del recién nacido. Parece ser que este nudo era, y quizás siga siendo, como la firma de cada partera, pero sea lo que fuere el caso es que la grey instalada en el rollino en el atardecer de aquel ya lejano día fue incapaz de dilucidar si tía Luisa había sido la partera de unos y tía Juana la de los otros o viceversa. Mas o menos se vino a convenir que los de los mayores eran de tía Luisa y los de los más jóvenes de tía Juana. Se impuso la lógica del tiempo
-¡La cabrá!, gritó alguien viendo como un gran rebaño de cabras llegaba a la plaza. Subieron todas las calzonas al unísono y allí se acabó la polémica. Todos salimos disparados.
NOTAS
-Durante el resto de nuestra vida, el ombligo no tiene ninguna función, pero durante el embarazo fue el vínculo que nos unió a nuestras madres y nutrió nuestro organismo.
-Cuando los bebés nacen y se corta el cordón, queda una porción que sobresale y suele caer en las primeras semanas de vida. El ombligo es la cicatriz que nos queda cuando eso sucede, y su forma depende de cómo nuestro cuerpo sanó la herida.
-Sólo el 4% de la población mundial (1 de cada 25 personas) tiene el ombligo hacia afuera.
Sin importar cómo sea, es imposible cambiarlo. La forma de nuestro ombligo nos acompañará el resto de nuestra vida.
-La umbilicoplastia es la cirugía que se practica cuando alguien no está contento con su ombligo. El 92% de los pacientes que la practican son mujeres. La causa más común es el deseo de tener un ombligo interior en vez de uno que apunta hacia afuera.