No soplan buenos vientos
La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va; y nosotros nos iremos y no volveremos más”. Así reza un antiguo villancico que aún no hace mucho oí cantar en tal noche por las estribaciones de las Villuercas cacereñas.
Y han pasado la Nochebuena, y la Nochevieja, y los Reyes han llegado y se han marchado entre sueños y desengaños infantiles, abrumados por la presión que sobre su festividad ejercen las modas extranjeras, cuando no unas reinventadas tradiciones que, unos y otros, aquí y allá, intentan colocar sin pararse a medir la realidad del tiempo y la historia real actual de las pequeñas cosas de aldea que pretenden elevar a la categoría de premisa universal. En muchos casos esconden ideas supremacistas subyacentes y buscan tan solo el propio provecho. Tampoco ha de perderse de vista la presión comercial que con una agresiva publicidad, envuelta en colorido papel de modernismo, cuando no de “progresismo” que no de progreso, y apoyada por concretos grupos políticos que pretende ocultar el sentido primigenio de la Navidad que inundó Europa, y después Sudamérica, de la mano de la tradición cristiana. Desde esa presión política se pretende hacer olvidar el “Feliz Navidad” por el “Felices Fiestas” que, como el paisano señalaba, esas son las de agosto en el pueblo.
Hemos iniciado un año en el que ni tan siquiera estamos de acuerdo en que no estamos de acuerdo en nada. Y hemos llegado al mismo con un exacerbado individualismo que paulatinamente ha venido sobreponiéndose a lo social, lo colectivo, la región, la comarca o el Estado. “Ande yo caliente, ríase la gente”, viene a decirnos otro refrán.
Y mientras nos adormecemos en nuestra pequeñeces, los vientos del nuevo año no son, ni mucho menos, propicios. Y los nubarrones no vienen de la despoblación de la comarca, ni del olvido de las comunicaciones sean del tipo que sean. Y abriendo el abanico, tampoco del virus, o del paro, o de la inflación galopante, o de las manipulaciones de la realidad de las cosas que nos presentan desde uno u otro lado aplaudidas por los forofos de turno de cada cual y de cada quién. No. Nos llegan de mucho más allá. Los nubarrones son cada vez más negros por los Urales, donde Ucrania y Rusia se apuntan con sus misiles y sus tanques amenazando con un enfrentamiento que sumiría a Europa en un frio invierno; por el corte del gas ruso, y una crisis comercial e industrial de carácter gigantesco. En esta nuestra universalidad, un aleteo de mariposa en un punto del mundo llega como un huracán al otro extremo del mismo. Y desde ahí, desde ese otro extremo, nos llega el otro gran problema: China juega sus cartas y amenaza con invadir Taiwán y acrecentar aún más una crisis de carácter mundial que, junto a la antes citada, nos llevarían a la ruina y un general retroceso de décadas. Mientras, nosotros, nos miramos al espejo, nos rascamos el ombligo y criticamos al vecino o al alcalde por no dejarnos hacer fiestas en la calle